domingo, 8 de mayo de 2016

UN DÍA DE PERROS


Perros de presa en escena de caza (La Olmeda)
Ha estado lloviendo a cántaros toda la tarde. En cuanto para, oigo cómo un buen número de mis personajes llegan desde el Pasado.
- ¡Tribuno!. Bienvenido, bienvenidos todos,... pero ¿cómo se os ocurre salir con este tiempo? -
- Como bien te dirá cualquiera de éstos, mis hombres, para nosotros, el tiempo que haga no tiene importancia, si hay deberes que cumplir -
- Di que sí, tribuno - le jalea uno de los legionarios de la escolta.
- Cayo Capito: que sepas que no voy a concederte el permiso que tienes solicitado, ni aunque me des coba... En fin, a lo que vamos. A ver, hijo, relata los asuntos que nos han sacado hoy de nuestros cómodos y secos cuarteles -
- A tus órdenes, tribuno - sonríe el narrador. Saca una tablilla de su cartera y lee: - Asunto primero, que trata de la solicitud de uno de los ingenieros en petición de autorización de la superioridad para venir al Futuro y poder inspeccionar el depósito de agua y los paneles de vidrio de la azotea -
- ¿De la azotea? - me extraño.
Todos, desde el tribuno al último legionario levantan los índices y señalan el techo con ellos.
- Uno de los hombres que vino de escolta hace días, está ahora de turno con el equipo del ingeniero, trabajando en las obras de fontanería, y, por lo visto, le contó que en esta casa el agua se calienta en un depósito situado en la azotea, y baja casi hirviendo sin necesidad de fuego de ninguna clase, sino por obra directa del sol, al incidir su luz sobre unos vidrios - me cuenta el narrador.
- Es comprensible que al ingeniero se le haya despertado el interés por tamaño invento. Esperamos que no te suponga mucha molestia que venga por aquí en los próximos días - me dice el tribuno.
- No, ninguna molestia. Pero será preferible que venga por aquí un día que haga bueno, porque si no, aparte de ponerse hecho una sopa, no podrá apreciar en su justa medida lo que conseguimos con la energía solar -
- Acordado entonces. Toma nota, hijo. Se concederá permiso al ingeniero solicitante para una visita al futuro, en cuanto el tiempo lo permita. Lo siguiente -
El narrador anota algo rápidamente con su punzón de escribir sobre la cera que cubre una de las caras de la tablilla, y prosigue:
- Asunto segundo, que trata sobre averiguar el paradero de la supuesta testigo del crimen de las Floralia, la anciana matrona Mariola Prisca -
- ¿Os ha vuelto a dar esquinazo? - les pregunto, intentando, con dificultad, aguantarme la risa ante su evidente incomodidad.
- Digamos que nos está resultando algo complicado el localizar a esa impertinente persona - dice el tribuno, torciendo la boca en una mueca de disgusto.
- ¿Ha vuelto por aquí? - me pregunta el narrador.
- No, queridos. Con este tiempo tan tormentoso, ni siquiera creía que fuerais a venir vosotros. Seguro que ella se ha quedado en su casa,... -
- No estaba,... y eso que allí hace tan mal tiempo como aquí. Fue acabarse las Floralia y parecer que había vuelto el Invierno - apunta el suboficial a cargo de la escolta.
- Acomodaos por aquí,... ¿Alguién quiere un té? ¿otra cosa?,... -
Todos dicen que no con la cabeza, aunque da la impresión de que más de uno hubiera pedido un vino, si el tribuno no hubiera estado presente. Se desarman en silencio y se acomodan repartiendo cojines por el suelo, para echar una partida de dados.
- Nada de apostar, ¿eh?, que os estoy controlando - les amenaza el tribuno.
- ¡Eia! Ya está lloviendo otra vez - dice el legionario al que antes llamó Cayo Capito, mirando por la puerta que da al patio.
- ¡Cierra ahí, tarugo! ¡que se va a colar el agua dentro! - le regañan sus compañeros.
- ¿Qué te hemos interrumpido, Flaquilla? - me pregunta el narrador, acercándose al portátil, abierto sobre la mesa del escritorio.
- La verdad es que me he alegrado de que aparecierais de repente. Estaba leyendo una noticia que me ha entristecido, y, a la vez, me estaba poniendo furiosa -
- ¿De qué se trata, hijita? - se interesa también el tribuno, acercándose, después de librarse de su elegante capa.
- Ayer, una asociación que se dedica a la protección de los animales, llamada "SOS Galgos" difundió una noticia sobre un horrible suceso que implicaba la cruel muerte de uno de esos perros. Un lebrel. Mirad -
Los dos miran la fotografía del pobre galgo muerto, tendido sobre unas plantas, después de que lo descolgaran. Leen el texto de la noticia, que amplío para ellos desde el enlace a la prensa digital que publicara la asociación.

- Hoy en día, - les digo -, lamentablemente, muchos de esos perros acaban muertos a manos de sus propios dueños, cuando terminan las temporadas de caza; o consideran que los animales no han cumplido bien -
- ¡¿Qué?! - se extrañan, aunque ya van teniendo una idea de cómo funciona el mundo en la actualidad - ¿Sus propios dueños? -
- ¿En vuestros tiempos no se sacrificaba a los perros? -
- Sacrificar era una cosa, y matarlos por considerarlos inútiles, otra - dice el narrador, con una expresión tan sombría que no se de qué sería capaz si tuviera delante al dueño del galgo muerto - Y esto es otra, y bien distinta. El que colgó a ese pobre perro quería torturarlo antes de que muriera, porque, de la forma que dice ese escrito que lo hizo, el animal debió debatirse un buen rato para tratar de evitar que su propio peso lo estrangulara con la cuerda. Vana esperanza, pues no tenía ninguna posibilidad de liberarse, ni de aguantar mucho tiempo en esa posición -
- ¡Oh, humanidad! ¡Cuánto se te echa de menos algunas veces! - dice el tribuno - ¿Se puede llamar hombres a los que cometen estos actos atroces?,... Aunque, válgame Júpiter, que no se de qué me extraño, viendo lo que hacen con sus semejantes - añade, señalando una noticia sobre Oriente Medio.

Después de un largo momento en silencio, en que los tres nos quedamos mirando tristemente las noticias en la pantalla del ordenador, con el sonido de fondo de los dados en un cubilete y de los mirlos acomodándose para dormir en el jardín, les digo:
- Creo que algunos de nuestros lectores y lectoras querrán que les aclaremos algo sobre el sacrificio; porque aquí se suele emplear esa palabra para decir que se da muerte a un animal doméstico, sobre todo cuando se le lleva al veterinario porque está desahuciado -
- En nuestros tiempos - explica el tribuno - Los sacrificios eran votos y peticiones rituales a determinados dioses, que consideraban a los perros como víctimas perfectas, y no valía cualquier perro. Eran, como todos los sacrificios cruentos, algo religioso y cargado de espiritualidad, llevado a cabo con respeto hacia los dioses y hacia los animales sacrificados, a los que se procuraba dar una muerte rápida y lo menos dolorosa posible. Por otra parte, los sacrificios de perros no eran habituales entre nosotros, sino más bien algo extraordinario; y, cuando se llevaban a cabo, era siempre con intención expiatoria y purificadora -
- A los perros sólo se les ayudaba a morir cuando estaban gravemente enfermos, heridos o lisiados, sin posibilidad de curación, y era una forma de acabar piadosamente con sus sufrimientos - añade, por su parte, el narrador - Sucedía relativamente a menudo en los lances de caza mayor, cuando te enfrentabas a un oso, a un jabalí o incluso a un venado, que herían y dejaban sin remedio a más de un buen perro de presa. Y nunca se les daba muerte por considerarlos inútiles: al perro viejo se le mantenía, en agradecimiento a los buenos años de servicio a sus amos. En cuanto a los perros de caza, la mayoría, ni de viejos pierden el olfato, así que, si son buenos rastreadores, se les lleva, aunque sea en brazos, para que señalen el rastro de la pieza a los perros más jóvenes... Lo que te digo, Flaquilla, ningún cazador que se preciara daría muerte a un perro por ser demasiado viejo o inútil... Si el perro no es buen cazador, a lo mejor es culpa de su amo, que no lo ha amaestrado bien; o que se empeña en querer llevar al monte a un perro que estaría mejor cuidando del rebaño, vigilando la casa, haciendo compañía a los ancianos o jugando con los niños -

Esta entrada, escrita por un motivo tan triste, está dedicada a "SOS Galgos", por la gran labor que realizan, rescatando, cuidando y buscando mejores amos a tanto pobre lebrel maltratado. Y, de paso, también a todas las asociaciones protectoras de animales y con fines similares, que recogen y recomponen los pedazos de tanta pobre mascota desechada, en esta época donde el "usar y tirar" se lleva hasta el extremo de hacerlo también con los seres vivos.

Para ilustrarla, he vuelto a recurrir a una de las escenas de caza de los mosaicos de la villa romana de La Olmeda (Pedrosa de la Vega, Palencia, España). En esta ocasión, os traigo a uno de los perros de presa de capa "negro y fuego", que se lanza sobre el enorme jabalí al que acosaba junto a otros tres compañeros de jauría. A sus pies, podéis ver la cabeza del otro perro blanco, que agoniza, mortalmente herido por los colmillos del gran puerco, que les está vendiendo cara su vida. Es un fragmento, como la del perro blanco que usamos para ilustrar la entrada "Los perros de Diana", de una fotografía publicada por M. Darder y G.Ripoll en un artículo sobre caballos en la Antigüedad Tardía, en, como dijimos, Revista de Arqueología (1989).

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