domingo, 24 de septiembre de 2017

LAS ALAS DE PEGASO



Pegaso. Mosaico. Córdoba (España). Foto: J. Ramírez/2017
Empezamos las entradas dedicadas a los caballos famosos de la Antigüedad por los más arcaicos, aquéllos a los que conocemos a través de los mitos. Entre ellos, el más conocido es Pegaso, ya que se ha perpetuado a lo largo de los siglos en el imaginario del mundo occidental, convirtiéndose en símbolo de potencia y velocidad.
- Háblanos de Pegaso, tribuno – le pido al tribuno Galo, que nos acompaña.
- Como ya os conté en otra ocasión…
- Disculpa – le interrumpo - Un inciso para nuestros lectores: lo que comenta el tribuno Galo se puede leer en una entrada anterior, titulada “Animales y demás parientes”, que dedicamos a los personajes no humanos de nuestra serie de novelas.
- Exactamente. Fue en esa ocasión… Pues bien, Pegaso era un caballo divino, inmortal y volador… Algo sólo posible en los mitos, por supuesto… - para de hablar un largo momento, aguzando el oído, como si esperara que alguno de nuestros demás personajes le interrumpiera - ¡Bien! Parece que hoy me van a dejar hablar tranquilo – sonríe y prosigue – Divino, porque, según la leyenda, era hijo del propio Poseidón y de una de las gorgonas, Medusa. Las gorgonas, que ya me he dado cuenta de que me ibas a pedir que lo aclarara para los lectores, querida, eran tres temibles hermanas, cuya mirada tenía la funesta facultad de convertir en piedra a los hombres, y, en general, a toda criatura que osara mirarlas a la cara. Vivían en los confines occidentales del mundo, o sea, por aquí, en las costas que lindaban con el reino acuático de Océano. Al convertirse Poseidón en el gobernante de todas las aguas del mundo, las vastas extensiones marinas también quedaron bajo su control, y, al parecer, un día que paseaba por una de estas playas, se encontró con Medusa y la sedujo. De aquel encuentro nació Pegaso, un maravilloso caballo con alas. Puede que por ser su madre un ser clasificado entre los monstruosos, o porque a su padre, como ya dijimos en ocasiones anteriores, le encantaban los caballos, pero el caso es que como descendencia tuvieron, en lugar de un niño, un potro. Y el extraordinario animalito, prodigioso no sólo por poder volar, sino también por lo velocísimo que llegaba a ser, se convirtió en el protagonista de varios episodios mitológicos, como montura y compañero de fatigas de héroes señeros griegos.

Esa relación con los héroes griegos se plasmó ya desde antiguo en el arte, queridos lectores. En la decoración escultórica de uno de los bellos templos de Selinunte, datada a principios del siglo VI antes de Cristo, puede verse el momento en el que el héroe Perseo le corta la cabeza a Medusa, tras vencerla en singular y peculiar combate, con la ayuda de la astucia de la diosa Atenea, que le informó de la forma de evitar la mirada petrificante de la gorgona. Ésta, sostiene entre sus brazos a su hijo, el caballo Pegaso.
- ¿Qué puedes contarnos sobre esto, tribuno?
- Perseo es lo que podríamos llamar un héroe en disputa, pues tanto griegos como latinos nos disputamos el honor de haberle acogido, junto con su madre, cuando era sólo un niño de pañales, nacido de Zeus y Dánae; y su abuelo, furioso por el desliz de su hija, la hizo meter en un arcón con el neonato y arrojarlos al mar. Al crecer, fue un muchacho valiente y muy listo, que siempre contó con el favor de todos los dioses, seguramente por lo de ser hijo del mismísimo Zeus. Lo de enfrentarse con Medusa fue una baladronada del propio Perseo, para ganarse el favor de un rey, pretendiente de su madre, que también pretendía eliminarle a él. La cuestión en disputa es si ese rey era el gobernante de una isla griega, o el de una ciudad latina… En fin, son cosas tan antiguas…
- ¿Y qué pasó? - pregunta Marco Parra, uno de los legionarios de la escolta.
- Pues que, con la ayuda de los dioses y las ninfas, y la colaboración más o menos voluntaria de algunos otros seres mitológicos, el astuto Perseo logró llegar al extremo occidente, encontró a las gorgonas y mató a Medusa, sin mirarla a la cara, sino guiándose por su reflejo en un escudo metálico muy bien pulido, que le había regalado la diosa Atenea. Para cumplir con su bravata, le cortó la cabeza a la gorgona, que, incluso separada del cuerpo de ésta, conservaba el poder de petrificar al que la mirara. Según este mito, Medusa debía estar embarazada ya de Poseidón y, al cortarle el héroe la cabeza, de su cuello, o de la sangre que brotó, conforme a las distintas versiones, nacieron sus dos hijos, el caballo Pegaso y el héroe Crisaor. Otra versión dice que Pegaso nació de la cabeza, y Crisaor del torso de Medusa, al separarlos el arma de Perseo… En conclusión, que Perseo actuó de singular partera con Medusa, que Pegaso tenía un hermano mellizo que no tenía nada de equino, y que, a partir de ese momento, el corcel maravilloso voló al Olimpo, donde se convirtió, nada más y nada menos que en el caballo de Zeus. No obstante, circulan también versiones del resto de las andanzas de Perseo, que fueron muchas, en las que parece ser que se desplazaba por el mundo volando, bien con la ayuda de las sandalias de Hermes, prestadas por éste, a la sazón, su primo; bien a lomos de Pegaso, prestado por su padre, Zeus.
- Pero Pegaso volvió a ser el caballo de Zeus, ¿no?
- Sí, pero ya sabes cómo son los mitos, querida. Unos lo sitúan en el Olimpo, acarreando los relámpagos y los truenos para Zeus; otros, al cuidado de las Musas o de las ninfas por el mundo, inaugurando fuentes de propiedades mágicas y salutíferas, de las que, al parecer, hay un ciento por toda la Hélade y por muchísimas islas del Egeo, que cuentan con el aval mitológico de haber surgido de una coz de Pegaso. Poder éste que seguramente heredó de su señor padre, Poseidón, el señor de las fuentes y los manantiales.
- Por otra parte, la iconografía artística antigua le relaciona, más si cabe que con Perseo, con otro héroe, Belerofonte. ¿Qué puedes decirnos sobre eso, tribuno?
- Pues que los artistas,… ya se sabe,… - se encoge de hombros con una risilla – Están a lo que les inspiran las Musas…
Pegaso. Tapiz tardoantiguo (Foto: C. Thomas/2017)

En sus tiempos debió de ser algo así como un chiste o una anécdota muy graciosa. Al ver que yo sólo me sonrío por cortesía, se aclara la voz y prosigue:
- Belerofonte fue un príncipe de Corinto, nacido de un romance, más o menos secreto, entre Poseidón y la reina. Cuando creció, mató accidentalmente al entonces tirano de la ciudad y tuvo que exiliarse a Tirinto. Como, al igual que todos los héroes, era un joven muy apuesto, la reina quiso seducirlo. Él la rechazó y ella, en venganza, le acusó ante la corte de haber intentado forzarla. El rey envió a Perseo a su suegro, para que éste lo matara. El suegro, viendo que su yerno le pasaba la pelota de ejecutar a un príncipe al que habían dado hospitalidad, y, seguramente dudando de la veracidad de las acusaciones de su hija, tampoco quiso mancharse las manos de sangre, así que puso varias pruebas al joven héroe, en las que esperaba que sufriera algún percance mortal. La primera prueba consistía en matar a la monstruosa Quimera, otro de los seres híbridos que tanto abundan en los mitos, y que, al parecer, causaba estragos allá por donde pasaba y a la que nadie conseguía dominar. Aconsejado por la diosa Atenea, que gusta de ayudar a los héroes inteligentes, Belerofonte fue en busca de una montura digna de tamaña aventura, el divino corcel alado, Pegaso. Que, dicho sea de paso, era su hermano de padre, pues ambos eran vástagos de Poseidón. A partir de aquí, unas versiones del mito cuentan que fue Atenea la que amansó a Pegaso para que se dejara montar por Belerofonte; o que fue éste el que lo consiguió regalándole unas bridas de oro que a él le había dado la diosa. De oro eran las bridas, pues no podían ser menos para un caballo hijo de un dios… No sabemos qué hubiera pasado si Belerofonte lo hubiera intentado con unos arreos normalitos, de cuero y bronce…
- Una cuestión interesante, tribuno, pero nuestros lectores querrán saber qué pasó con Quimera, antes de que vengan a buscarte esta tarde
- Sí, querida, por supuesto. Resumamos: Belerofonte y Pegaso, los dos medio hermanos, formaron un dúo invencible. Primero, dieron caza a la feroz Quimera, liberando al mundo de su amenaza. Después, fueron a la guerra contra los sólimos, belicosísimos, pero a los que esa belicosidad no les sirvió de nada frente a ellos. Y otro tanto les sucedió a las amazonas. Finalmente, burlaron y mataron a los asesinos a los que el suegro del rey de Tirinto había enviado a tenderles una emboscada. Visto los resultados, el suegro del rey comprendió que Belerofonte era un héroe y que los dioses estaban con él, de forma que le concedió la mano de su hija, la reina de Tirinto, creyendo que así solucionaba el conflicto, tanto si Belerofonte había intentado violarla, como si ella había mentido. El rey de Tirinto es el que no salía bien parado en ninguno de los dos casos…
- ¡Abrevia, tribuno, que se hace tarde! – un vozarrón anuncia que alguno de los oficiales viene a buscarlo desde el pasado - Que siempre te estás quejando de que Flaquilla te usa como mitógrafo, pero cuando te pones a contar, te entusiasmas y no hay manera de pararte – le dice Sereno, nuestro narrador, entrando en el salón.
- Déjale que termine, centurión – le piden los hombres de la escolta, que han estado todo el rato sentados en la escalera que va al piso de arriba, escuchando encantados – Que nos vamos a quedar con las ganas de saber qué pasó con Pegaso y su hermanastro el héroe.
- Id recogiendo, mientras yo cuento el final de la historia. A ver, Cayo, mi capa…
- ¿Cuál Cayo, señor?, que aquí tres somos Cayo.
- Tú mismo, Cayo Capito, por hablar… Belerofonte era un héroe valiente y astuto, pero también había sacado el mal humor y el talante vengativo de su padre, Poseidón. Así que fingió aceptar la mano de la reina de Tirinto y fue a por ella, convenciéndola de que se fugaran juntos, para eludir el “problemilla” de hacer a su marido afrontar el divorcio. Así que se marcharon a lomos de Pegaso, al que Belerofonte hizo sobrevolar el mar, para arrojar a la reina al agua desde gran altura y así vengarse de todo lo que había tenido que pasar por su falsa acusación. Se consideró vengado, pero, como tenía otros defectos, a saber, la ambición y la vanidad, orgulloso de sus hazañas y de ser hijo de un dios, hizo que Pegaso volara directamente hacia el Olimpo, donde Belerofonte consideraba que ya tenía un lugar asegurado. Lo que aconteció después tiene, de nuevo, diversas versiones: una cuenta que Zeus, indignado ante tamaña pretensión, fulminó al héroe con uno de sus rayos; otra, que hizo que un tábano picara a Pegaso, que se encabritó y lo hizo caer; y otra que el propio Pegaso tomó la decisión de desmontarlo a las bravas y dejarlo precipitarse al vacío. En lo que todas las versiones del mito coinciden es que Pegaso volvió al Olimpo, y, posteriormente, fue transformado en la constelación que lleva su nombre, de forma que estará en los cielos eternamente.

Los legionarios aplauden al tribuno.
- Bien. Misión mitográfica cumplida. Ya podemos regresar – dice éste, colocándose la capa.
- ¿Das tu venia, mi tribuno? – pregunta el legionario Cayo Maena.
- La tienes. Habla.
- Yo querría saber si los centauros son también caballos.
- No, hijo, los centauros son centauros. Seres híbridos, con parte del cuerpo como el de los caballos, pero no caballos. Y, según los mitos, se ofendían si les comparaba con los nobles brutos.
- Pues entonces no te digo cómo se pondrían los sátiros si se hablara de ellos como de cabras – dice el legionario Cayo Capito.
- ¡Menudos cabrones! – se ríe Cayo Maena.
- ¡Calla, que nos vas a buscar un lío con los espíritus! – le dice el legionario Marco Parra, sacudiendo sus amuletos como una sonaja.
- ¡Lo de los espíritus no va a ser nada en comparación con la tunda de sarmentazos que os voy a dar, como no os pongáis en marcha ahora mismo! – amenaza Sereno a los legionarios, mientras me guiña un ojo con disimulo – Vamos, tribuno, por favor, que ya ha anochecido.
- Sí, hijo, sí. Que los dioses velen por ti, Flaquilla… ¡Caterva de toscas minervas!

Las imágenes que ilustran esta entrada son dos visiones diferentes de Pegaso, separadas por varios siglos en el tiempo. La primera, es el emblema de un mosaico de época imperial romana, que se conserva en el Museo Arqueológico provincial de Córdoba (España), que nos ha hecho llegar nuestro amigo y lector José Ramírez. La segunda, una imagen de Pegaso bordada en un tapiz tardo-antiguo procedente de Egipto, que Caitlin Thomas compartió hace poco en Twitter.




martes, 5 de septiembre de 2017

LA MIRADA DE BUCÉFALO

Alejandro Magno a lomos de Bucéfalo (Foto: J. Trikeriotis)



Hace unos días, en Twitter, nuestro amigo J. Trikeriotis publicaba la bella imagen que ilustra nuestra entrada. Se trata de un detalle de un mosaico rescatado en las ruinas de la Casa del Fauno, de Pompeya, y que se conserva en el Museo de Nápoles (Italia). Trikeriotis utilizaba la imagen para mostrar la excelente y detallada representación del tipo de protección corporal que llevaban los jinetes macedonios a la batalla, utilizando la propia de Alejandro Magno para ello. Yo “retwitteé” su entrada, añadiendo el comentario que la imagen me inspiraba: “(…) pero a mí me impresiona más la mirada de Bucéfalo”.
Bucéfalo es uno de los corceles más conocidos de la Antigüedad, debido a que era el caballo favorito de Alejandro Magno, y su historia de lealtad, nobleza y valor, vinculada a la del rey heroizado, ha sido repetida y transmitida entre generaciones a través de los siglos.
Pero su caso no es el único, así que la mirada de Bucéfalo, tan maravillosamente bien captada, por el autor original del cuadro que sirvió de modelo para el mosaico, me dio la idea de dedicar algunas entradas a traer al presente los nombres y las historias de otros antiguos caballos célebres. Por tanto, queridos lectores, en próximas ocasiones, iremos hablando de ellos y de sus amos. Y, tened paciencia, también del mosaico al que pertenece este detalle y de la batalla que representa…
- ¡Ay! – suspira el tribuno Galo, levantando la vista del último número de la National Geographic – Me parece, ¡oh, dioses sacrosantos!, que nada me va a librar de participar también en tamaña empresa –
- No te quejes, tribuno – le dice el primipilo Cornificio – Eso es lo que tiene ser tan sabio –
- Pero yo me dedico a estudiar cuestiones de otra índole,… no las historietas de caballos famosos – protesta el tribuno.
- No te libras, no te libras – le dice, con media sonrisa burlona, el centurión Plácido, que hoy se ha empeñado en cocinar para mí unas coliflores.
- Para la Décima Legión es un honor tener por tribuno a un filósofo de tu catadura – dice el primipilo Cornificio - ¿No es cierto, legionarios? – añade, en tono amenazador, echando una mirada a los hombres de la escolta, que jugaban a los dados, muy tranquilos hasta entonces.
- ¡Cierto, señor! – responden todos a una, poniéndose en pie y cuadrándose.
- ¿Estamos, o no estamos, orgullosos de nuestro tribuno, el sabio Canidio Galo?
- ¡Estamos, señor!
- ¿Qué estamos? – gruñe Cornificio.
- ¡Orgullosos, señor!
- Eso está mejor… Ya lo has oído, tribuno… Así que haz lo que Flaquilla te pida, y, por el Santo Genio de la Legión, no nos dejes en mal lugar –
- Bien dicho, hermano mayor – asiente Plácido – Tú, tribuno, le cuentas a ella todo lo que quiera saber de jamelgos famosos, divinos y de los otros; y así ella se lo contará a los lectores, que son nuestros descendientes, y ellos se acordarán con bien de nosotros, que somos sus antepasados,… ¡y todos contentos!.
- Deja la retórica parda, Plácido, que algo se quema… - le dice Cornificio al otro centurión, levantando una ceja y haciendo un gesto hacia la cocina.
- ¡Por Cástor y Póllux y toda su divina parentela! ¡Qué las coliflores se pegan!