sábado, 21 de mayo de 2016

SER O NO SER,... JÚPITER

Detalle de pintura al fresco (Pompeya, Italia)


EL EXTRAÑO CASO DE VEDIOVIS

El 21 de Mayo se dedicaba a Vediovis, celebrando un agonium, o sacrificio cruento, en su honor. 
Esa forma de veneración nos habla indirectamente de lo muy antiguo de su culto, ya que, en su origen, en los remotos tiempos legendarios, se trataba de un sacrificio humano. Una vida a cambio de salvar muchas otras vidas, ya que, con el agonium se pretendía que la divinidad no castigara a la ciudad con ninguna epidemia. Con el paso de los años y la paulatina "humanización" de las costumbres y los rituales, las víctimas sacrificiales pasaron a ser cabras o cabritos, que se inmolaban ritu humano, o sea, conforme al rito de las víctimas humanas, pero sustituyéndolas.

Podríamos considerar que el paso del tiempo había perjudicado en cierta forma a Vediovis, porque, en la época en la que transcurren nuestras novelas, se le veneraba no como divinidad independiente, sino como advocación de Júpiter. No obstante, si, según los eruditos de la época - y posteriores -, había sido originalmente un dios etrusco o centroitálico, Vediovis perduró en el panteón latino porque se asimiló a uno de los roles opuestos de Júpiter. El numen beneficioso, dispuesto a favorecer y ayudar a sus devotos, era conocido como Diovis; y el numen perjudicial, funesto y airado, se identificó con Vediovis (o Vedius), que, entre otras cosas tremendas, podía lanzar terribles enfermedades sobre los hombres, arrojándoles los rayos que se representaban en su mano.
Por otra parte, en verano, como veremos más adelante, se celebraban otras fiestas en su honor, en las que era celebrado como un dios benéfico, lo que complica aún más su peculiar caso. Y la complicación prosigue, ya que la posibilidad de lanzar enfermedades sobre los hombres, o no hacerlo, si éstos eran capaces de mantenerlo apaciguado con los ritos y sacrificios oportunos, le identificó también con la advocación de Júpiter Salutaris, asociada a Esculapio /Asklepios desde el siglo III antes de Cristo, tras el fin de una epidemia que asoló la ciudad de Roma. Finalmente, esto acabó dando lugar a confusiones con Apolo, cuyas flechas tenían la misma capacidad de propagar epidemias, y que se representaba, como Vediovis, en forma juvenil. La única diferencia entre ambos iconos estaba en si lo que llevaban en la mano era un haz de flechas (Apolo) o de rayos (Vediovis).

Como en el caso de todas las divinidades muy antiguas, los eruditos de la época de nuestras novelas diferían en sus opiniones sobre su origen; y en si considerar a Vediovis como un numen funesto o benéfico. Parece ser que, por si acaso, le veneraban de las dos maneras, en diferentes meses del año. En Mayo, tal día como hoy, y en consonancia con la estrecha relación entre este mes y el más allá, como divinidad infernal, pues eran innumerables los que podían morir a causa de las enfermedades que su ira desatada podía traer a la tierra.

A principios el siglo I antes de Cristo, algunas décadas antes de la fecha en que nuestro narrador comenzara a escribir el material para nuestras novelas, se había dedicado una estatua de Vediovis en su templo del monte Capitolio, en Roma. Y sabemos que era de madera de ciprés policromada, y que, avanzado el siglo I después de Cristo, todavía se conservaba y recibía culto. Una estatua romana de madera resultará chocante a muchos de nuestros lectores,  acostumbrados como estamos a las esculturas de mármol de los museos. Pero la realidad de la Antigüedad era que muchas de las representaciones divinas se tallaban en madera. Y esas tallas, como las de piedra, estaban acabadas en una policromía que resulta impactante para nuestra sensibilidad ante el Arte Clásico, educada a través de los ojos del Neoclasicismo y el Romanticismo, con una visión propia del mundo contemporáneo. El que no encontremos ninguna de esas tallas en los museos se debe a que la madera presenta unos problemas de conservación (sensibilidad a los cambios de humedad y temperatura, ataques de insectos xilófagos, extrema vulnerabilidad ante los incendios) que no tienen la piedra, por lo que, tras un par de largos milenios, son las esculturas realizadas en esta última materia, junto con las de metal, las que han llegado hasta la posteridad.

Para ilustrar esta entrada, un detalle de una pintura al fresco procedente de Pompeya (Nápoles, Italia), en el que se representó lo que parece un cabrito, la víctima perfecta para templar el mal genio de Vediovis.
- Pues la cosa pinta mal, querida, - me dice el tribuno, desde su ya familiar rincón de lectura en mi sofá - porque si el cabrito ése va corriendo, quiere decir que se le ha escapado a los acólitos del sacerdote oficiante del agonium -
- ¿Y eso es mala señal? -
- Funestísima. De momento, habrá que repetir el ritual del sacrificio; y luego esperar en vilo, por si el divino numen decide aceptarlo, o fulminarnos con alguna pestilencia. Aunque, lo primero, habrá que ver si los acólitos son capaces de pillar de nuevo al animalillo -

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