martes, 3 de mayo de 2016

CRIMEN ENTRE LAS FLORES

Jacinto (T.Piquet, 2016)
Hoy era el último día de las Floralia en los tiempos de nuestros personajes, así que, como nadie va a darse una vueltecita por el Presente, ni aunque los convoque oficialmente, os traigo una fotografía de las hermosas flores que brotan en mi jardín, para compartirlas con vosotros, antes de que los dichosos caracoles acaben con ellas.
En este caso son unos jacintos asilvestrados, que, después de florecer el año pasado en un tiesto comprado en el vivero, esta Primavera han decidido volver a hacerlo entre las freesias de un arriate. Como se que a algunos/as de vosotros os gustan las historias míticas, voy a contaros cómo explicaban los griegos el origen y el por qué del nombre de estas flores. Y es curioso, porque tienen su origen en un legendario accidente deportivo: un día que el dios Apolo estaba practicando el lanzamiento de disco mató sin querer a un joven atleta llamado Jacinto. Al parecer, de la sangre, - que brotó de la herida que el disco hizo al pobre atleta -, surgió una espiga de flores hasta entonces nunca vistas, y, en memoria del fallecido, Apolo dictaminó que en adelante llevaran su nombre.

- ¡¿No me digas que por aquí también ha habido muertos?! - Prisca se deja caer en el sillón, pálida y con aspecto de estar muy cansada -
- ¿Cómo dices? -
- Es que venía escuchando mientras llegaba y me pareció que decías algo de un muerto y un accidente -
- Les contaba a nuestros lectoras y lectores un mito griego -
- ¡Ah!,... ¡griegos! - dice, perdiendo el interés que parecía tener en mi relato - Anda, niña, ofréceme una tacita de ese brebaje oscuro para mojar picatostes que os trajisteis del Nuevo Mundo,... que me hace mucha falta -
- ¿Un chocolate? -
- Sí, que traigo los nervios destrozados -
- ¿Por qué? ¿qué te ha pasado? - le pregunto, mientras voy a la cocina a preparar un poco de chocolate.
- Estooo,... ¿los lectores están por ahí, en alguna parte?, vamos, que quiero decir que si nos escuchan,... -
- Nos leen; pero es prácticamente lo mismo. ¿Por qué? -
- Porque yo no debería contar esto a nadie,... pero si no lo hago, reviento. Reviento como uno de esos pobres sapos a los que los chiquillos les soplan aire dentro, metiéndoles una caña por la boca -
- ¡Qué desagradable, Prisca!,... ¿qué es lo que ha pasado? -
- Pues si hay tanta gente escuchando, o leyendo, o lo que quiera que sea que hagan para enterarse de lo que nosotras decimos ahora,... pues que yo no debería decir ni una palabra más -
- Pero si no lo haces, revientas - le digo, con retintín, desde la cocina.
- Mismamente, hijita -
- Entonces, ¿qué ha pasado? -
- Algo horroroso. ¡Horroroso! Las Floralia arruinadas, deslucidas y... manchadas de sangre - me cuenta, en un tono sombrío.
Ese tono me alerta y salgo de la cocina. Cuando llego a su lado, me mira y continúa:
- Lo funesto de Maius ha empezado bien pronto este año -
- ¿Tú estás bien? -
- Sí, bonita, gracias por preocuparte. Y mejor estaré cuando me tome el chocolate -
- Bien, cuéntame qué ha pasado. Te prometo que nuestros lectoras y lectores serán discretos -

¡Vamos, prometedlo!

Prisca toma aire, se hace la interesante, baja la voz a un tono confidencial y cuenta:
- Todo iba muy bien. Salió un día precioso, había muchísima gente en la calle y todo el mundo se divertía. Había flores por todas partes, risas, comida, vino, música y canciones,... y, de repente, se oyeron gritos al final de la calle, cerca del cruce, donde terminan los soportales. Hubo un tumulto, la gente se arremolinó alrededor de un cuerpo tendido en la acera, los rumores empezaron a correr de boca en boca, paró la música y casi enseguida llegaron unos uniformados corriendo y apartando a la gente a empellones para poder ver bien qué pasaba. Por lo visto, un accidente, con un muerto. Entre las espaldas con petos de cuero se podía ver que el muerto no era tal,... -
- ¡Ah, menos mal! -
- No, de eso nada. Más que mal, peor. Porque no era muerto, sino muerta, y la pobre se había quedado en una postura rarísima, como si fuera una muñeca rota, con toda la ropa descolocada, con las piernas al aire,... que daba pena verla. Nadie reaccionaba: los uniformados estaban esperando a que llegara la superioridad y todos los demás, alrededor, mirando embobados y sin mover un dedo. Así que cogí y subí a casa de una amiga mía que vive allí al lado y le pedí una colcha, y, entre las dos, pedimos permiso a los legionarios para cubrir a la pobre muerta, porque era más que indecoroso dejarla así, expuesta, en medio de la calle. Entre mi amiga y yo le recolocamos las faldas y la tapamos entera con la colcha. Vamos, que sólo por el bulto se medio adivinaba que era persona lo que había debajo del paño... -
- Toma el chocolate - le tiendo una taza. Y yo me sirvo otra.
- ¡Ay! - suspira - ¡qué bien sienta! ¡qué pena que no encontráramos antes el camino hacia ese Nuevo Mundo, para que los naturales de allí nos enseñaran a preparar esto! -
- ¿Y qué más ha pasado? -
- Lo que te digo, hijita, ¡un horror!,... mientras estábamos acabando de cubrir a la pobre difunta, llega el marido, descompuesto, deshecho, se tira de rodillas al suelo al lado del bulto y empieza a llorar, ¡dando unas voces! ¡llamándola! ¡diciéndonos a todos que no podía estar muerta!,... -
- ¿Y? -
- Pues que cuando quiso destaparla, nada más levantar una esquina de la colcha y ver en qué estado estaba la pobre difunta, y la sangre, y,... pues que se cayó redondo al suelo. Un par de legionarios lo levantaron y le devolvieron el sentido a bofetones, diciéndole que ánimo y que se controlara, que vaya espectáculo tan poco viril estaba dando. Lo sentaron en un poyete y entonces empezaron a llegar oficiales. La voz se había corrido entre los de uniforme y la superioridad acabó apareciendo. Ya sabes, el tribuno ése de fina catadura patricia con el que me he encontrado por aquí algunas veces,... Y los hizo poner orden y dispersar al gentío. Cuando la gente dejó de protestar, por los empujones, el tribuno levantó la voz,... ¡qué voz tiene, bonita! ¡más voz que cuerpo! ¡y qué pico de oro!,... -
- ¿Qué dijo? -
- No esperarás que una abuela del Trastévere como yo sea capaz de repetir semejantes margaritas,... pero, más o menos, vino a decir que había sido un desgraciado accidente y que, por respeto a la difunta y a su viudo, había que ir desalojando aquella parte de la calle. Entonces llegaron esos tres oficiales más jóvenes, el guapo, el listo y el otro; el tribuno se llevó al listo aparte un momento, cuchichearon algo que no pude entender, porque creo que los jodíos hablaban en griego, y el oficial, ése que también viene mucho por aquí, ése que tú llamas "narrador", se puso a husmear como los perros que tanto le gustan, y después, a hacer preguntas, y venga a hacer preguntas,... y resulta que no ha sido un accidente, ¡¡que es un crimen!!,... ¡¡y yo lo he visto todo!!,.... -

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