lunes, 13 de junio de 2016

LA NOCHE DE LOS FLAUTISTAS

Máscara (Pompeya, Italia)
Idus de Junio

En plenas Vestalia, coincidiendo con los idus del mes, se celebraba en Roma una alegre festividad "gremial": la de los flautistas, o tibicines. Éstos se reunían en el templo de su patrona, la diosa Minerva, en el Aventino, donde organizaban un banquete de confraternización, en el que no faltaban ni música, ni canciones, y el vino se bebía en generosa abundancia. La sobremesa se llevaba a las calles de la ciudad, por las que los flautistas deambulaban tocando sus tibiae, disfrazados y enmascarados, en medio de un despreocupado y ruidoso jolgorio, que hacía las delicias de los locales de comida y bebida que cerraban tarde, y de los trasnochadores, que podían sumarse al festival; y era la tortura de todos los que querían dormir en paz. La música y los cánticos duraban casi toda la noche, que se convertía así en una de las más ruidosas del año en la ciudad.

Los tibicines, o tocadores de tibia, eran una clase especial de músicos, ya que tenían un papel importante e insustituible en los ritos religiosos romanos. Tradicionalmente, uno o varios flautistas acompañaban rituales, plegarias, sacrificios y procesiones, tocando de manera ininterrumpida mientras duraban, ya que existía la prescripción religiosa de que la música de flauta debía sonar de forma constante, so pena de que la ceremonia careciera de validez a ojos de los dioses. La música creaba ambiente, resaltaba los momentos principales del ritual y dejaba en segundo plano los sonidos de la vida cotidiana. Su actividad en la esfera religiosa se pierde en los tiempos legendarios de la formación de la ciudad de Roma, pues se remontaban hasta el reinado del Numa Pompilio las ventajas de las que, frente al resto de los músicos, los tibicines dedicados a los cultos disfrutaban. Una de esas ventajas era una mayor consideración social, ya que desempeñaban un oficio dignificado por su faceta religiosa.

La cuestión de las máscaras y los disfraces de su noche de banquete, está también en relación con la otra "noche de los flautistas", la de los Idus de Enero, en la que recorrían la ciudad, tocando y cantando, formando comparsas en medio de un alegre jolgorio, vestidos con ropas largas, al estilo femenino. Según los eruditos de la época, se debía a que, en los años de la Respublica primeriza, los magistrados habían decidido prescindir de los servicios de los flautistas en los ceremoniales religiosos. Los tibicines, a modo de protesta, abandonaron Roma en masa. Pero las actividades religiosas sin música no eran lo mismo, así que pronto les echaron en falta. Ofendidos en su orgullo profesional, se negaban a volver, pues ya se habían instalado en la ciudad de Tíbur. Una estratagema de un ingenioso individuo hizo que, tras invitarlos a un banquete donde hubo más vino de la cuenta, acabaran amaneciendo en Roma, aunque creían que volvían a Tíbur. Regresaron engañados, con los disfraces de la fiesta todavía puestos (vestidos largos, coronas de flores, caras pintadas, máscaras) y con una resaca monumental, que propició que los magistrados les convencieran para que el "gremio" volviera a residir en Roma y a seguir poniendo la banda sonora a la vida religiosa de la ciudad. La alegría de los flautistas, por haber recuperado sus funciones oficiales, se desató en un festival nocturno, que los magistrados no tuvieron más remedio que permitir, para evitar que volvieran a hacer mutis por el foro. Como recuerdo del caso y de las prerrogativas y el reconocimiento público recuperados, seguían disfrazándose y formando comparsas callejeras en cada una de "sus noches".

La flauta que tocaban los tibicines, como hemos mencionado al principio, se llamaba tibia, y, según los especialistas en Música, sería más un clarinete que una flauta propiamente dicha, ya que tenía lengüeta. Podía tener, como el aulós griego, una o dos "cañas", y tocarla realmente bien se consideraba toda una especialidad musical, denominada tibicinium. Otro tipo de tibia era la que posteriormente se llamaría cornamusa o gaita, en la que las cañas estaban unidas a un odre (de ahí su nombre latino, tibia utricularis). Las tibiae (y flautas) estaban hechas de hueso, de madera (las de madera de boj se denominaban también buxum), de caña (la flauta de caña se conocía como calamus) o de metal.
Las flautas eran de diversos tipos y tamaños, simples o compuestas (flauta de Pan). La pastoril o avena, era una pequeña flauta de una sola caña, muy parecida a las que se siguen utilizando hoy en la música tradicional y floklórica. Su nombre en plural, avenae, se le daba a la flauta compuesta por varias cañas unidas, o siringa, "importada" de la cultura musical griega (donde se denominaba xirinx). A ésta, se la conocía también como flauta de Pan o flauta frigia; y como fistula en el ámbito romano

Hoy ilustra nuestra entrada un bonito detalle de una pintura al fresco procedente de Pompeya (Nápoles, Italia), que representa una máscara festiva, adornada con una corona de hojas de hiedra. Estas coronas eran habituales en los banquetes por su vinculación con Dionisos/Baco, el dios del vino, ya que algunos pensaban que, llevándolas puestas, podían beber sin emborracharse. El Sileno dice, con un guiño pícaro, que eso no se lo creían ellos ni hartos de vino.
 

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