martes, 12 de abril de 2016

A TODO COLOR

Ceres (Jerez de la Frontera, España)
- Ya estoy aquí, hija. He venido lo antes posible... ¿Qué es lo que ha pasado? - me dice el tribuno, a modo de saludo.
No le respondo directamente, sino que le hago acompañarme hasta el salón, donde nueve de sus hombres están sentados tomando el té. Llevan ropa de faena, y, a sus pies, descansan varios cubos con pintura y un buen mazo de brochas. Un par de ellos llevan las cabezas cubiertas con pañuelos con cuatro nudos. Cuando ven aparecer al tribuno, dejan las tazas en la mesa y le miran con expresión compungida.
- Así que por el Futuro sin permiso, ¿eh? - el tribuno les mira con severidad y pone los brazos en jarras - Y encima, abusando de la hospitalidad de nuestra descendiente,... -
- ¡Oh!, pero si sólo es un poco de agua caliente con sabor raro - dice uno.
- Ella dice que es una infusión y lo llama "té" - dije otro por lo bajo.
- Te juramos por Cástor y Póllux, y todos sus parientes, que no es vino, mi tribuno,... sólo una tisana mujeril - añade otro.
- ¿Una tacita? - ofrece otro, alargándole la taza de la que él mismo no se había atrevido a beber.
- ¿Quién está al cargo? - gruñe el oficial que acompaña al tribuno, al frente de la escolta.
- Yo, señor. Cayo Lolio, hijo de Tito,... responsable de la banda de música - responde el que acababa de ofrecer su té al tribuno.
- Vaya, mira por donde,... así que tú eres el que me tiene hasta los güevos con los ensayos de pífano y tamboril,... -
- Señor, para las Floralia, señor - aduce el aludido, a modo de disculpa.
- De la música hablaremos luego, cuando regresemos. Ahora la cuestión es qué hacéis aquí,... -
- ¡Responded! - vocifera el oficial, a tal volumen que el tribuno de un respingo a su lado.
- Modérate, querido, que me vas a saltar los tímpanos -
Los nueve del té se miran las botas.
- ¡Cayo Lolio! Responde ahora mismo o mandaré que hagan un tambor con el pellejo de tu espalda - le amenaza el oficial.
Sabedor de que lo haría, Lolio traga saliva y responde:
- Hemos venido a pintar las estatuas -
- ¿Qué? -
- Pues que esta mañana se nos prohibió seguir ensayando, y poco más tarde se nos ordenó que encontráramos algo útil que hacer, so pena de recibir azotes por andar haciendo el vago,... buscamos, te lo aseguro mi tribuno, a algún otro oficial que nos diera ocupación, pero nos enviaron de un sitio para otro, y ninguno parecía querer contar con nuestros servicios;... así que recordé algo que tú mismo, ¡oh, tribuno!, comentaste no hace mucho: que nuestros descendientes tenían todas las estatuas sin pintar, y nos vinimos de voluntarios a pintarlas -
- Así que, en el fondo, esto es culpa tuya, ¡oh, tribuno! - le dice el oficial entre dientes, con sorna.
- Pero quién os manda,... - el tribuno inicia una regañina.
- Tú mismo - le dice otro de los hombres, uno de los que lleva el pañuelo anudado a la cabeza - ¿Ya no te acuerdas? -
- Sí, eso, ¿ya no te acuerdas? - el oficial sí que lo hace y dirige al tribuno una mirada irónica - Les compraste brochas, les diste permiso y les animaste para que se dedicaran a retocar aquellos frescos,... -
- ¡Y con qué resultado! - se queja el tribuno.
- ¡¿Y qué querías que hicieran estas criaturas?! - el oficial los abarca con un gesto - Si acaso, pintores de brocha gorda; nada de pintura artística, ya te lo dijimos,... pero tú no haces caso de nadie, tribuno -
- ¿No me digas que han retocado alguna escultura? - de repente, el tribuno cae en la cuenta de lo que podía haber pasado.
- No, no - le tranquilizo - Llegaron preguntándome por la estatua más próxima, así que les puse un té mientras os mandaba aviso -
- ¡Alabados sean los buenos dioses! - suspira el tribuno, aliviado, abanicándose con el umbo de su toga, ante la mirada del oficial, cada vez más irónica - ¡Esto no puede volver a repetirse!¡nada de venir al futuro sin permiso, ni órdenes!,... Y tú, bórrate esa sonrisita de la cara - añade entre dientes, mirando de reojo al oficial - que necesito que seas mi perro de presa -
- Te las apañas, tribuno, que esto lo has liado tú solito - le responde el oficial en voz baja, disfrutando de los apuros del tribuno.
- Bien, pues,... - todos miran al tribuno, esperando sus órdenes - ¡Pues regresamos! ¡ahora mismo! ¡y sin rechistar! -
Los nueve del té, recogen los cubos y las brochas y forman para marchar tras la escolta del tribuno.
- ¿A qué esperamos? - pregunta éste al oficial.
- A que tu autoridad de la orden, tribuno - le responde el oficial con un guiño divertido.
- ¡En marcha, pues! Al pasado, sin paradas intermedias -
El tribuno abre la marcha y todos le siguen en ordenada formación. Los pintores voluntarios van en último lugar, felicitándose por haber salido tan bien parados del incidente. Cuando menos lo esperan, el oficial reaparece detrás de ellos:
- Esto ha sido muy divertido, ¿verdad? Al tribuno le podréis dar sopas con honda, pero aquí estoy yo para compensarlo: en cuanto lleguemos, os va tocar pasar arresto por salir extramuros sin permiso. Y cuando termine el arresto, me encargaré de que os corresponda turno de escoba hasta las próximas Saturnales,... por desafinar tanto con las jodidas flautitas -

Nosotros nos imaginamos gran parte del arte greco-romano sin color; mientras que pensamos que la gente de la Antigüedad vestía con las prendas de los cuadros de Rafael o Tiziano, con el colorido del Renacimiento, reinterpretado a su vez por los pintores del Clasicismo y Romanticismo, como David, Delacroix o Madrazo. Y que las esculturas que adornaban calles, plazas, templos y mansiones eran de un sobrio y elegante "blanco mármol". La Arqueología, por el contrario, aunque de modo fragmentario, nos muestra que nuestros antepasados veían su mundo, y a ellos mismos, de otra forma, y, sobre todo, de otro color. De mucho color,... por todas partes.
Un ejemplo podría ser la fotografía que abre esta página. Se trata de una alegoría de Ceres, de inspiración neoclásica, que podemos ver en unos bonitos jardines junto al alcázar de Jerez de la Frontera (Cádiz, España). La piedra tiene un color neutro, blanquecino, natural de la caliza sobre la que está tallada la escultura. De ser antigua, sin embargo, hubiera estado cubierta de un revoco, para sellar los poros de la caliza, y pintada a todo color. Hubieran utilizado un blanco resplandeciente para el rostro, cuello y brazos de la divinidad, porque era femenina, y en las convenciones de colorido antiguas, el blanco era el color destinado a representar la piel de las mujeres y diosas. Negro o castaño, para el cabello, adornado con una diadema o tiara dorada; y tendría los ojos y los labios maquillados. La vestimenta puede que estuviera pintada de verde claro, porque era considerado un color muy apropiado para representar las ropas femeninas, y puede que también llevara adornos sobrepintados en dorado o púrpura, representando bordados. Por su parte, la cornucopia sería probablemente roja, color que representaba abundancia y fertilidad (en este caso, la de la tierra, pues lo que contiene son frutas); y las frutas irían en distintos tonos de rojo, castaño, amarillo y verde, ya que se trata de manzanas, peras, uvas y granadas de diferentes variedades, mezcladas con sus propias hojas.



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