sábado, 29 de julio de 2017

AHIJADOS DE UNA LOBA FEROZ

(Cortesía de Lush-España)


Mis personajes están entre indignados y asombrados desde que se han enterado de que el lobo se está extinguiendo en la Península Ibérica.
- ¡Pero cómo rayos de Júpiter divino es eso posible! – exclama el aquilifer, Prisco Unojo, que sigue sin dar crédito a lo que le he mostrado.

Para ellos, el lobo es, no sólo una parte fundamental de la naturaleza, sino también un símbolo, cargado de significados diversos y profundamente arraigado en sus tradiciones y su folklore. Al igual que en las leyendas y tradiciones de toda la Europa antigua, pues sabemos que en otras culturas de entonces el lobo era una presencia habitual - y, en muchos casos, importantísima -, en su mitología y folklore.
- Y en los mitos fundacionales. No lo olvides, querida – apunta el tribuno Galo.

Para nuestros lectores más curiosos, diremos que, al referirnos a otras culturas, no sólo hacemos mención a la de los pueblos latinos, que vivían en la Península Itálica, sino también a las de otros pueblos de todo el continente, que hablaban lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. De cultura indoeuropea eran los pueblos que hablaban lenguas célticas, germánicas, griegas, eslavas y bálticas, y otras como la albanesa, que todavía, con su correspondiente evolución, perduran. A ellas hay que añadir las que fueron desapareciendo, como la osca, la umbra, la falisca, la véneta, la iliria, la lusitana, las celtibéricas, la de los cimerios o la de los escitas. De culturas y troncos lingüísticos diferentes eran las también desaparecidas lengua etrusca, ligur y las varias ibéricas que se hablaban en nuestra península. Conforme a sus culturas y lenguas, los diversos pobladores de las distintas regiones de Europa compartían ciclos míticos y tradiciones, y, en ellos, independientemente de su filiación, el lobo siempre aparece de manera destacada, puesto que era uno de los principales elementos de la naturaleza silvestre del continente.
Todos los personajes presentes asienten a lo que digo.
-  Nosotros sabíamos que el lobo también era un símbolo importante para el resto de los latinos, y para los etruscos y otros de nuestros socios itálicos,… y también lo fuimos viendo en las Hispanias y las Galias – dice Sereno, nuestro narrador – Pero no que también fueran importantes en las tradiciones de tantos otros –
-  Pues parece que sí, querido – dice el tribuno Galo - Conforme a lo que han ido descubriendo nuestros descendientes -
-  Partimos entonces de que el lobo ya era parte del folklore y el acervo mítico de los pueblos que vivían en la Europa antigua. Vayamos ahora a las raíces de nuestra cultura, que es la vuestra. ¿Qué les podemos contar a nuestros lectores del protagonismo del lobo en la cultura romana? –
- Comenzando por la mitología, que, como tú has apuntado, queridita, compartimos con otros pueblos, - entre ellos, también, de manera muy importante, con los griegos -, podemos decirles que el lobo era un animal prestigioso, ya que estaba directamente relacionado con dos poderosísimos dioses olímpicos, Marte y Apolo, de los que se consideraba un atributo simbólico. De ello, y del mal genio que ambos divos gastaban cuando se les contrariaba o se perjudicaba a algo o alguien que estuviera bajo su protección o predilección, se derivaba que el lobo era un animal al que había que respetar –
Marte (Todi, Italia)

-  Eso no quiere decir que no se cazaran lobos – me aclara el aquilifer, Prisco Unojo – Pero siempre se hacía teniendo en cuenta lo extraordinario del animal y lo que simbolizaba darle muerte. Y, por supuesto, se realizaban piadosos sacrificios a Marte y a Apolo. Antes de cazarlos, para solicitar su benevolente permiso, y después, para ser perdonados por haberlo hecho, agradeciéndoles que no hubieran intervenido en nuestra contra; y rogándoles para que no se enojaran por privarles de uno de sus queridos lobos, cuyas cualidades habían pasado a nosotros –
- ¿Qué cualidades eran ésas, Prisco? –
- Cualidades muy preciadas para un guerrero: valor, ferocidad, fuerza, rapidez, resistencia, tenacidad y astucia –
- Eso, de manera individual; pero el lobo es, sobre todo, un animal gregario, que vive en manada y caza en grupo, de forma que también adquirimos para todos la habilidad para convivir y cooperar; y la lealtad a toda prueba – añade Sereno.
- ¿Y si los lobos atacaban al ganado?... Porque os recuerdo, queridos, que ésa es la raíz del problema –
- ¡Oh! – dice Prisco – Para eso está nuestro querido buen dios Luperco, al que en el campo se tiene mucha devoción, porque, entre otras cosas, se ocupa de mantener a los lobos alejados de los rebaños. Y si Luperco no da abasto, pues para eso tenemos a los perros pastores, para que los ahuyenten, sin tener que matarlos. Porque siempre, siempre, matar a un lobo trae muy malos agüeros, que ya os hemos dicho qué divinidades los protegen. Si alguno cae muerto, bien por los perros, bien por los celosos pastores, es imprescindible realizar desagravios a Marte y Apolo, con importantes muestras de contrición y arrepentimiento, so pena de acabar siendo presas de su divina ira –
- De cualquier forma, querida – interviene el tribuno Galo – La raíz verdadera de la cuestión es otra. Según todo lo que he podido leer sobre el tema, el “problema”, - como tú pareces llamar al enfrentamiento entre hombres y lobos -, está en que nosotros hemos invertido el orden natural de las cosas y hemos roto el equilibrio con el que los dioses organizaron el mundo. Lo natural es que haya muchas presas y algunos cazadores, tanto de dos patas como de cuatro. Así todo funciona bien: cada especie de cazador tiene presas suficientes para comer. Cuando todo empieza a funcionar mal es cuando va habiendo cada vez más cazadores. Las presas disminuyen y los cazadores acaban pugnando entre ellos por conseguirlas… Y en vuestros tiempos, resulta que hay más cazadores de dos patas que presas de cualquier clase, y, por tanto, los lobos acaban yendo a lo fácil y abundante, que es el ganado, y, ¡horror!, ¡la basura! –
- ¡Qué los lobos del divino Marte hurgan en los basureros para poder comer! – se horroriza Prisco Unojo - ¡Hay que hacer desagravios al mayor vengador cuanto antes!... ¡Y a Apolo también! –
Apolo (Pompeya, Nápoles, Italia)

- Sí, corre, no vaya a ser que se enfaden – dice el primipilo Cornificio.
- ¡Descreído! –
- ¿No te das cuenta, Prisco, de que los dioses no parecen afectar para nada a la vida de nuestros descendientes? –
- ¡Por lo ateazos que se han vuelto! Renegaron de los dioses, y los dioses les volvieron la espalda – gruñe Prisco.
- Por eso, mejor no menearlo delante de los altares; no vayamos a liarla, contubernal –
- Creo que deberíamos volver al principio, señores oficiales –
- Este abraza altares nos ha hecho perder el hilo de la conversación – gruñe Cornificio.
- ¡Pero qué ateazo te estás volviendo con los años! – le gruñe a él Prisco.
- Empezamos por contarles a nuestros lectores la importancia del lobo en la cultura y el folklore romanos – les recuerdo.
- Exacto… - el tribuno Galo se aclara la garganta – Después de la importancia que el lobo tiene como símbolo de dos importantes y poderosas divinidades, - una de ellas, Marte, carísimo patrono de todos los romanos -, es preciso que contemos a los lectores el papel que este noble animal jugó en el mito fundacional de Roma… -
- Mito no; historia pura y dura – afirma Prisco – Que Tito Livio lo ha dejado bien esclarecido en su obra. ¿O me equivoco, Sereno? –
- No te equivocas, Unojo. Livio ha recogido la leyenda de Rómulo y Remo en su Historia de Roma –
- Pues si está en los libros de la Historia, es historia, no leyenda… Digo yo – dice Prisco Unojo, con ánimo de polemizar.
- Bueno, queridos – atajo, porque veo que van a volver a discutir sobre el asunto – Digamos que el mito de la fundación de Roma pertenece a ese tiempo histórico en el que no había historiadores, y la leyenda y la realidad acababan mezclándose en la transmisión oral de la memoria colectiva. Prosigue, por favor, Galo –
- Bien,… gracias – me dice, algo descolocado, pues seguramente estaba desando enzarzarse en una discusión interminable con Prisco – El caso es que se cuenta que Marte tuvo amores clandestinos con una hermosa joven, a la que dejó embarazada de gemelos. Nacidos los niños, y visto que su divino padre, como solía ser costumbre entre los dioses, no se hacía cargo de ellos, para evitar la deshonra que la chica había traído a la familia, un tío suyo puso a las criaturas en una cesta y la dejó para que la arrastrara la corriente del Tíber… Esto, por otra parte, no era infrecuente. Era una buena manera de deshacerse de los niños no deseados o cuya existencia suponía una deshonra, sin cargar en la conciencia con un infanticidio, ya que se dejaba el resultado al destino o a los designios de los dioses. Dicho resultado podía ser que, o bien la cesta acababa hundiéndose, y se interpretaba como que el destino de la criatura era no prosperar; o bien daba tiempo a que alguien la encontrara, antes de que el infante se ahogara, y se hacía cargo, con lo que se interpretaba que su sino era vivir y cumplir con lo que los hados le tuvieran destinado. Explicado esto, os diré, lectores de aquí nuestra amiga, que Marte tenía grandes designios para esos dos chicuelos, así que el río se encargó de llevar la canasta lejos de los infanticidas de la familia de su madre y dejarla embarrancar en una orilla segura, donde acabó entre las raíces que una higuera hundía en el río. Lamentablemente no había ninguna buena persona por allí para recoger a los niños, así que el gran dios improvisó un cambio estratégico y una loba recién parida acudió a sus lloros, se los llevó a su guarida, que estaba en una cueva cercana y los alimentó junto a sus cachorros –
- Por eso lo de ahijados de una loba, ¿no? -
- Justamente, querida. La loba ahijó a los hijos de Marte… Lo cual no me negarás que es algo muy simbólico, ya que los lobos están consagrados a Marte –
- Y si quieres más simbolismo aún, – añade Sereno -, la cueva donde la loba había parido a sus cachorros era la Cueva Lupercal, al pie del monte Palatino. Una cueva consagrada a Luperco, también Fauno, entre los itálicos, o Pan, entre los griegos, el dios silvestre al que consideramos como mantenedor del orden natural y protector de nuestros ganados. Si la loba tenía allí a su pequeña familia era porque Luperco lo había permitido –
- Teniendo además en cuenta que Marte tuvo una arcaica advocación silvestre y pastoril que prácticamente lo identificaba con Luperco o Fauno,… el círculo completo – sonríe Galo -
- Y como la loba estaba recién parida, Rómulo y Remo vivieron su más tierna infancia compartiendo cubil con sus lobeznos. Así que, ahijados de loba y hermanos de leche de lobos – añade el primipilo Cornificio.
Recreacionista vistiendo uniforme y piel de lobo

- ¡A mucha honra! – dice Prisco Unojo, señalando la magnífica piel de lobo con la que se cubre casco y espalda en los días de desfile, y que ha sacado de arcón y nos ha traído como una muestra de la importancia que da a sus visitas a nuestro tiempo – Marte convirtió a la buena loba en divinidad inmortal, para premiar que actuara como nodriza de los niños, y se veneraba como Dea Luperca. Nosotros la recordamos a menudo poniendo figurillas de lobo en nuestros estandartes, para que no nos falte tampoco por ese lado el apoyo de Marte divino –
- Pero los niños no podían seguir viviendo asilvestrados, pues su destino era fundar Roma, así que Marte lo organizó todo para que pudieran pasar a vivir como hombres entre los hombres. Dirigió los pasos de un pastor de la zona hacia el Lupercal, donde encontró a los niños y se los llevó a su casa. Este buen pastor se llamaba Faustulo, y vivía con su mujer, Larentia, en aquel agradable paisaje de colinas junto al curso del Tíber. Allí educaron a Rómulo y Remo que, pasados los años convenientes, se convirtieron en los jefes de la gente que vivía en el entorno de siete de aquellas colinas, y acabaron fundando la Urbs – concluye el tribuno Galo.

Queridos lectores, los residentes en Roma, - o nacidos allí y residentes en cualquier otra parte -, solían referirse a ella como la Urbs, la ciudad, con  mayúsculas, subrayando lo orgullosos que se sentían, ya que creían a pies juntillas que era la ciudad más importante del mundo. Lo de querer a nuestra “patria chica” parece que también lo heredamos de ellos.

En cuanto a los “niños asilvestrados” y criados por los lobos, Rómulo y Remo no son un caso único, ni en el folklore legendario, ni en la realidad. De hecho, se conocen casos de niños perdidos, o más comúnmente, abandonados a su suerte en el monte, por toda Europa y el Asia indoeuropea, hasta la India. ¿Quién no recuerda al Mowgli de Kipling?, un personaje reflejo de casos reales, acontecidos en las zonas boscosas del subcontinente indio. Y hay recogidos muchos otros casos, acontecidos en los grandes bosques europeos de antaño, hasta fechas tan próximas a nosotros como el siglo XVIII. El triunfo paulatino de las ideas ilustradas sobre el valor de cualquier vida humana, y con ellas, la expansión de las instituciones públicas que se hacían cargo de los niños no deseados, acabó con la inveterada costumbre de abandonarlos en los bosques. Los cuentos de la tradición popular europea están llenos de ejemplos, sólo hay que dar un repaso a las recopilaciones de los escritores, como los Grimm, Andersen, Perrault,… o de los folk-loristas (los primeros antropólogos) del siglo XIX. Menos mal, porque el ocaso de los bosques, y con ellos, de los lobos, habrían dejado desamparados y faltos de ese último y desesperado recurso, - el ser ahijados por una manada -, a muchos pobres niños, perdidos por no queridos.

Con esta entrada, dedicada al recuerdo del protagonismo del lobo en los arcaicos inicios de nuestra cultura, nos sumamos a la campaña en favor de la protección y recuperación del lobo ibérico, puesta en marcha por Lush (España), la Sociedad Zoológica Extremeña y la Asociación de Amigos del Lobo de Sierra Morena. Los humanos creamos el problema, rompiendo el equilibrio natural, así que tenemos que solucionarlo, pero restaurando ese equilibrio, no matando a los lobos. Este caso no es del tipo “muerto el perro, se acabó la rabia”, pues el lobo no es la fuente de las desgracias, sino un afectado más de las mismas, que, si nos perjudica, es por pura desesperación. Es, además, un potente indicador de que lo estamos haciendo muy mal en lo respecta a la gestión de nuestras relaciones con la naturaleza.
La bonita foto que ilustra nuestro texto es la máscara promocional diseñada para la campaña (#masloboscaperucita).

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