sábado, 14 de octubre de 2017

LOS CABALLOS DEL SOL

Helios sobre su cuadriga (cerámica helenística)


Hoy, queridos lectoras y lectores, hablamos con nuestros personajes sobre un famoso, y, conforme a la mitología, imprescindible cuarteto de caballos, los que tiraban del carro de Helios, el dios-sol griego, sin los que éste no podía realizar su periplo diario alumbrando el mundo.
- A ver, ¿de qué color eran los caballos blancos del Sol? – exclama el centurión Martino nada más entrar y acomodarse en el sofá.
Sereno y todos los legionarios que forman hoy la escolta del tribuno galo rompen a reír a carcajadas.
- ¿No es poco chiste para tanta risa? – les pregunto.
- No, Flaquilla – me explica, divertido, Sereno – Porque no nos reímos de la broma, sino de la cantidad de gente que se queda pensándoselo cuando se le pregunta.
- Y algunos hasta empiezan a aventurar colores, ¿rojos?, ¿dorados?, ¿alazanes?, ¿amarillentos?,… - sonríe Martino.
- Muy chistosos hemos venido hoy al presente – les dice el tribuno Galo, haciendo un gesto con la mano a Martino para que se levante y le deje el sofá para él solo, donde se acomoda como en un lecho – A ver, Flaquilla, ¿de qué quieres que hable hoy a nuestros descendientes?
- Ya has oído al centurión Martino: hoy toca hablar sobre los caballos del Sol.
- ¡Ah!... Sol, Helios,… Apolo, incluso… Un dios anterior a los pretéritos tiempos olímpicos…
- Mi centurión, – pregunta uno de los legionarios a Sereno -, ¿qué dice el tribuno?
- Que se trata de una divinidad anterior al momento en que Zeus se convirtió en soberano del Olimpo y reinó entre los dioses griegos.
- ¡Bah! – Resume el legionario a sus compañeros, de los que había hecho de portavoz – Cosas de griegos.

Todos se encogen de hombros y sacan los cubiletes para echar una partida de dados sobre una de mis alfombras.
- Cuidadito con apostar – les advierte el centurión Martino – Que ya sabéis que al cascarrabias mayor, el primipilo Cornificio, le encanta repartir varazos entre los apostadores.
- ¿Por dónde íbamos? – me pregunta el tribuno, algo irritado por la interrupción.
- Hablabas de Helios…
- Gracias, hijita… Eso decía, que Helios es una divinidad muy antigua, más que el trono de Zeus. Era hijo de titanes, y, con gran lógica en este extremo, la mitología griega le hacía hermano de Selene, la Luna, y de Eos, la Aurora. Cuando Zeus se convierte en el dios máximo, dado que Helios lo ve todo sobre la tierra, le confía ser sus ojos en el mundo. El Sol es el gran ojo divino que todo lo ve…
- Ya estáis oyendo al tribuno – les dice el centurión Martino a los legionarios, junto a los que se ha puesto en cuclillas para jugar también a los dados – Seamos prudentes con lo que apostamos, no vaya a ser que el ojo que todo lo ve le vaya con el cuento, no a Zeus, sino al primipilo Cornificio y él nos varee como a olivos en tiempo de recogida de aceituna.

Todos ríen por lo bajo, mientras el tribuno hace muecas de disgusto.
- ¿Y qué tiene Apolo que ver con esto?, se preguntarán nuestros lectores.
- Pues que una de sus advocaciones, Phoibos, o Febo, le identificaba con el Sol, de forma que acabó adorándosele, bien como al dios del Sol, bien como al Sol mismo, dependiendo del papel que en cada lugar se le reservara a Helios en los cultos. Con el tiempo, en muchos lugares Helios y Apolo eran prácticamente dos facetas de la misma divinidad. Cuestiones religiosas antiguas, queridos descendientes.
- Bien. Hablemos ahora de sus caballos.
- Pues eran cuatro, de nombres Aetón, Flegon, Gous y Pirois. Eran blancos, inmortales y, ya que habían de desplazarse por el cielo, tenían la facultad de volar. Aunque en este punto, hay distintas versiones mitológicas, que no se ponen del todo de acuerdo, sobre si volaban porque tenían alas, y eran animales de la estirpe de Pegaso; o si volaban porque galopaban tan rápido que podían correr surcando el aire… La cuestión es que tiraban del carruaje de oro de Helios, sobre el que éste se desplazaba sobre el mundo, de Oriente a Occidente, conforme transcurría el día, desde el amanecer al ocaso… Se cuenta de ellos que su veloz carrera hacía brotar llamas de las ruedas, por lo que el imprudente hijo de Helios, Faetón, estuvo a punto de incendiar todo el mundo, al cogerle el carro y los caballos prestados a su padre y ponerse a correr por ahí, sin tino y a galope tendido… Y, por otra parte, también existe la creencia de que estos cuatro corceles inmortales resoplaban fuego…
- Cosa que es totalmente imposible para los caballos normales, como todo el mundo sabe – interviene el veterinario Sergio Pica.
- Gracias por tu invaluable comentario, Pica – le dice el tribuno con sarcástico retintín.
- De nada, mi tribuno. A mandar, que para eso estamos – responde Pica, tan contento, sumándose a la partida de dados.
- Éste es inmune al sarcasmo, tribuno – le aclara Sereno con una sonrisilla torcida.
- ¿Qué haces por aquí, Pica? – Le pregunta el centurión Martino – Ya sabes que el primipilo Cornificio te prohibió expresamente venir al presente, a menos que tu nombre lo incluyera en la lista de la escolta el propio tribuno… Y tu centurión, Plácido, estará encantado de sacudirte como a una estera,… que ya sabes que está siempre deseando pillarte en un renuncio.
- Es que me enteré de lo de la partidita, y me dije que, bueno, qué por qué se tenía que enterar el primipilo,... si venís de responsables de escolta el centurión Sereno y tú, que sois de los que no vais por ahí dando zurriagazos por un quítame allá estas pajas… Y el centurión Plácido cree que estoy en los establos, ocupándome de ir amaestrando al toro nuevo…
- Pues como le dé por asomarse por allí, no te arriendo las ganancias – le dice Martino, dándole por imposible – Y que se te quite de la cabeza que el centurión Sereno o yo vayamos a cubrirte si te pillan en falta.
- ¡Vaya por los dioses! ¡Pica! – exclama el centurión Canuleyo, que acaba de llegar, sacando también su propio cubilete para jugar a los dados – A ti te hacía yo en los establos; y tu centurión, Plácido, también… Iba para allá a buscarte para no sé qué cosa… Mejor será que vuelvas pronto, si aprecias tu pellejo.

Pica da un respingo, pálido y demudado, salta por encima de los que juegan a los dados y corre veloz, como los caballos del Sol, hacia el pasado, temiendo la que se le viene encima, y por poco tropieza en su alocada carrera con el centurión Manilio y su optión, que le miran con cara de sorpresa, mientras sacan sus cubiletes y se unen a la partida.
- ¡¡¿Todavía queda alguien más por ahí que vaya a venir a jugar a los dados hoy?!! – exclama con un gesto de teatral desesperación el tribuno Galo.

La imagen que ilustra nuestra entrada es una foto de parte de la decoración de una hermosa vasija de cerámica griega, de época helenística, en la que está representado Helios recorriendo el mundo sobre su carro, tirado por sus bellos corceles blancos, Aetón, Flegon, Gous y Pirois. Los delfines y los peces que se ven en la parte inferior, representan el mar, sobre el que el Sol, Helios, según el mito, se levanta cada amanecer para emprender su periplo diario sobre la tierra.
- ¡¡Y que no nos falte!! - dicen a coro varios de los legionarios.

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