lunes, 22 de febrero de 2016

PARENTALIA

"La Paloma" (Bonsor, para De la Rada, 1885)
En el tiempo en que se sitúan mis novelas, durante los últimos años del siglo I antes de Cristo, en días como hoy, 22 de febrero, nuestros antepasados preparaban la cena familiar con la que celebraban la Caristia (o Cara Cognatio), para honrar la memoria de los parientes difuntos.
Así que, como bien deducís, ninguno de ellos mira por encima de mi hombro mientras escribo estas líneas.

A los "queridos parientes" no se les conmemoraba sólo el día 22, sino que buena parte del mes de Febrero tenía un importante significado funerario para nuestros antepasados. La novena completa que transcurría entre los Idus (el día 13, consagrado a Júpiter) y el día 21, se dedicaba al culto a los parientes difuntos. Se conocía como Parentalia, y, aunque en principio era una celebración familiar para honrar la memoria del padre y la madre de cada persona, se hacía extensiva a todos los antecesores; y, como todos los romanos la compartían, el luto era público. Esos días los templos permanecían cerrados y los fuegos de los altares, tanto públicos como privados, se mantenían decorosamente apagados. Los magistrados, en señal de luto, no portaban las insignias propias de su rango. Y no se celebraban bodas.
Esto último, debido a la fina línea que separaba las prácticas religiosas de las puramente supersticiosas. Por una parte, no se consideraba respetuoso celebrar algo tan festivo como una boda en jornadas de duelo; pero, por otra, aterraba la posibilidad de que una boda celebrada en la novena de los parientes difuntos atrajera sobre los novios toda especie de mala suerte, y, lo que era peor, la ira de los manes, por tamaña falta de respeto hacia su memoria.
La finalidad primitiva de la Parentalia era tener a los manes bien alimentados, para que no sufrieran penuria en su vida de ultratumba... Y también tenerlos satisfechos, al comprobar que, al menos una vez al año, sus vástagos y descendencia se acordaban de ellos. La gente solía visitar los cementerios durante la novena, llevando a las tumbas de sus parientes ofrendas de flores y comida (lo más habitual, leche y miel, que vertían sobre las lápidas y/o altares funerarios).

La imagen que ilustra esta entrada es un fragmento del dibujo que el arqueólogo George Bonsor copió de las paredes de la conocida como "Tumba de la Paloma", en la Necrópolis romana de Carmona (Sevilla, España). El ave que podéis ver aquí era el centro de un motivo mayor, que, con hermoso colorido, decoraba una pared del interior de la tumba con pájaros y flores; y dio lugar a que sus excavadores le dieran el nombre por el que se conoció desde entonces.
[Ya he mostrado otro fragmento de esa misma obra en otro lugar de este blog. Buscadlo. El primero/a que nos diga dónde está, recibirá la sonrisa de nuestra mascota por e-mail].

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