Hace dos mil cuarenta y cinco años, a principios de otoño, un hombre
apareció muerto en el foso de una fortaleza legionaria romana, no lejos del fin
del mundo. Vestía uniforme, pero no era militar. A. M. Sereno Celso, centurión novato, se encontró con que le
encargaban llevar adelante las pesquisas para esclarecer las circunstancias del
crimen y averiguar la identidad del asesinado. Sus esperanzas de disfrutar de
un apacible destino en provincias se desvanecieron como el humo, mientras el
recuento de muertos, entre asesinados y falsos accidentados, iba en aumento y
se veía envuelto en una investigación frustrante y arriesgada.
Veinte
años más tarde, a punto de retirarse, Sereno
escribió una serie de comentarios sobre los principales casos que había resuelto,
dirigidos a su sustituto en el puesto. Los primeros, éstos que tenemos aquí,
los tituló October equii (Caballos de
Octubre). A través de ellos, el personaje narrador relata sus años de servicio
en el lejano Occidente, donde la actividad policial la llevaba a cabo el
ejército, en una Hispania todavía en
formación, durante las últimas décadas del siglo I antes de Cristo.
Sereno
cuenta las historias que suceden a la sombra de la Historia, con humor,
ironía y un cierto desapego estoico; escribiendo, sin proponérselo, una crónica
tragicómica, en tono de épica cotidiana, de la vida en los lugares donde
sirvió. Junto a él, los protagonistas
principales son los miembros de la Legión Décima Gémina, una de las legiones que
estuvo de servicio en las Hispanias durante
los años en los que transcurre la acción. De la Historia, con mayúsculas,
aparecen personajes reales, que sirven para dar verosimilitud a situaciones y
tramas; pero, al igual que los hechos históricos, se les trata con un punto de
ironía iconoclasta, muy del gusto del humor romano. Finalmente, en un mundo en
el que, como escribiera el poeta Virgilio, “todo
está lleno de Júpiter”, hemos de contar necesariamente con los dioses, - mayores,
menores e ínfimos; genios y espíritus; propios y extraños -, siempre en boca de
todos. Y con la sombra omnipresente de Julio César, el “padrino” de la Legión
X.
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