Neptuno en una cuadriga tirada por hipocampos (Túnez) |
Después de varios días en los que el narrador y yo hemos estado demasiado ocupados con un capítulo particularmente difícil de otra de nuestras novelas, volvemos al blog.
Hoy, 25 de Julio, se celebraban en Roma las Furrinalia, unas fiestas antiquísimas, que, en la época de nuestras novelas, pasaban ya totalmente desapercibidas para el común de los romanos, quienes hacía mucho tiempo que ya no recordaban ni quién era, ni a qué se dedicaba la diosa Furrina.
- Cierto, querida - dice el tribuno - Mucho tiempo antes de nuestra época, hasta los eruditos habían olvidado a la pobre Furrina, y le daban vueltas a muchas posibilidades sobre su origen y advocación. El bueno de Marco Tulio opinaba que debía ser una divinidad infernal y relacionada con el mundo de los espíritus. También había quién opinaba que era una antigua diosa de las aguas subterráneas, y, por ello, de los pozos, que solían consagrarse en Verano. En realidad, sólo sabíamos con total seguridad que tenía un bosquecillo dedicado a su culto, a las afueras de la ciudad, saliendo por la Via Apia, y un flamen que se encargaba de ello, por pura tradición -
- Se le podría preguntar al flamen - sugiere uno de los hombres de su escolta, que, junto a otro de sus compañeros, se ha quedado sentado en los escalones inferiores de la escalera que lleva al piso alto, escuchando al tribuno.
- Y no sabría qué contestar - le dice éste - Y ahora os pregunto yo: ¿por qué no se cumplen mis órdenes? ¿qué os había dicho? -
- Que regáramos las plantas, tribuno - responde el otro legionario.
- Y regadas están - añade el primero - ¿Podemos quedarnos a escuchar, señor? -
- Está bien. Pero callados os quiero -
Los hombres asienten con la cabeza.
- ¿Y decías tú, querida, que ese Santo Santiago al que hoy en día se celebra por aquí, es el patrono de lo que fueran nuestras Hispanias? -
- Sí, exactamente. Pero no hace falta que digas "santo" delante de su nombre, porque ya lo lleva implícito -
- ¡Ah! O sea que es San-Tiago, pero se pronuncia de una sola vez -
- Se llame como se llame, a nosotros nos gusta - dice uno de los legionarios.
- Sí, era un militroncho como nosotros, así que vamos a hacernos devotos suyos - dice el otro.
- Santiago no era militar, era un apóstol,... - viendo las caras que ponen, añado - un hombre santo que iba por el mundo predicando la paz y el amor fraterno -
- Pues, visto lo visto, no tuvo mucho éxito - dice el otro, y ambos cabecean. Lamentablemente, y aunque hago lo posible por disuadirlos, la caja parlante les llama demasiado la atención, y hoy se han visto entero el "telediario", con toda su cosecha de malas noticias y desastres sangrientos.
- No pierdas el tiempo con estas toscas Minervas, hija mía. Cuando nos marchemos, les regalas unas conchas de vieira de ésas que tienes por ahí en un cestillo, les dices que son del templo del santo y se volverán al pasado bien satisfechos y con un amuleto más que unir a sus colecciones - me dice el tribuno, bajando la voz. Después la sube de nuevo, dirigiéndose a sus legionarios: A ver, Cayo Capito y Cayo Maena, que sea la última vez que intervenís en la conversación sin que yo os lo haya ordenado, u os mando directos al calabozo en cuanto regresemos a los cuarteles. ¿Oído? -
- Oído, señor - responden los dos legionarios a un tiempo.
- Así me gusta... ¿Por dónde íbamos, querida? -
- Pues por Santiago, que creo que os resulta más agradable en su faceta de santo guerrero de la Edad Media, que en la de predicador religioso original -
- Cierto. Pero es lógico. Tan lógico como para que hasta la tropa simpatice con él: es un espíritu benefactor de los guerreros. Que, según las leyendas que nos has contado, se aparecía en batalla para ayudar a los combatientes devotos suyos, luchando a brazo partido junto a ellos, como si un trasunto de Marte fuera -
- Volvamos a las aguas, si no te importa, tribuno, pues hace un par de días fueron las Neptunalia, y no me gustaría que nuestros lectores se quedaran sin saber algo de su dios titular, Neptuno. Según la tradición, Neptuno es el "rey" de los mares, idea que hasta hace bien poco tiempo aún mantenían viva los marinos y pescadores, sobre todo para culparle de temporales y naufragios -
- ¡Vaya!, pues en eso nuestros descendientes coinciden con nosotros. Resulta muy socorrido tener un numen a cuyo capricho o malos humores achacarle las desgracias - ríe el tribuno por lo bajito - Ciertamente, Neptuno era el dios de los mares -
- Entonces vamos a hacerles un lío a nuestros lectores, porque hace poco les hablamos de Océano. ¿Qué pasaba? ¿conflicto de competencias divinas? -
- No exactamente - el tribuno se ríe del asunto de las competencias - La cuestión es que, en origen, Océano era el dios de los mares, y Neptuno, de las aguas corrientes -
- O sea, que Neptuno comenzó siendo un dios de agua dulce -
- Sí, se podría decir así -
- ¿Y cómo acabó siendo el "rey" de los mares? -
- Eso fue culpa de los griegos -
- ¿Cómo es eso? -
- Pues por la asimilación de panteones. Ellos tenían a Poseidón, que, al igual que nuestro Neptuno, era dios de las aguas corrientes y protector de los caballos, pero, además, era el patrono de los mares y de todos los fenómenos que en ellos ocurrían. Así que, al identificarlos, le concedimos un ascenso a Neptuno, aumentando su carga de responsabilidades; y al pobre viejo Océano, le hicimos descender un buen peldaño en el escalafón divino, pasando de ser dios gobernante a un miembro más del cortejo del nuevo monarca de las aguas saladas -
Cuando poco después se despiden para regresar al pasado, les regalo a los legionarios unas conchas de vieira, como me había recomendado el tribuno. Me las agradecen tanto que temo que mañana o pasado me traigan un pollo o unos conejos para corresponder el detalle. Se van detrás de él, comentando:
- Esto parece que se le hacen unos agujerillos y se cose a la ropa, para que garantice la protección del divo "santo Santiago" -
- Pues no se, tú, a mí me parece que si cosemos las conchas éstas al uniforme nos vamos a ganar una buena bronca. A lo mejor, lo que tenemos que hacer es ponerles un cordón y llevarlas al cuello -
- Sí, hombre; para que se rían de nosotros y nos anden preguntando que si llevamos cencerro -
GLOSARIO
Flamen - miembro del sacerdocio romano.
Marco Tulio - Marco Tulio Cicerón, el gran orador, estadista y filósofo romano. Nuestro personaje, el tribuno, le había conocido personalmente, por lo que se refiere a él sin mencionar su famoso cognomen (apodo).
Las voces de los legionarios se oyen todavía, mientras marchan siguiendo al tribuno hacia el Pasado.
- Pues a mí me parece que el tribuno ya le va cogiendo el gusto al habla castrense. Yo cada vez lo entiendo mejor a la primera -
- Sí, a mí me pasa lo mismo. Y ya iban siendo horas, después de los años que lleva en el ejército -
- El otro día, Nomentano me dijo por qué el tribuno habla raro -
- ¿No te irás a fiar del cuentista ése? ¿no?,... ¿Y qué, qué te dijo? -
- Dice que habla raro porque es filósofo -
- ¡Joder! -
- ¿Es que es algo malo? -
- No, malo, no. Raro. Los filósofos son hombres que hablan mucho, se pasan el tiempo mirando las estrellas y las nubes, midiendo cosas que no sirven para nada y, lo más raro de todo: pensando -
- ¡Lo que hace el aburrimiento! -
Hoy, para ilustrar esta entrada, os traigo una hermosa imagen, detalle de uno de los bellos mosaicos romanos del Museo del Bardo (Túnez). Rodeado por alegorías de las cuatro estaciones, el emblema del centro representa a Neptuno como dios del mar, con sus símbolos, el tridente y el delfín, en las manos; desfilando en triunfo sobre una cuádriga tirada por hipocampos. Las riendas de la cuádriga las llevan Océano (al que se reconoce fácilmente por las pinzas de cangrejo que lo coronan) y Tetis, su esposa (que también había bajado en el "escalafón" divino en favor de la esposa de Neptuno/Poseidón, Anfitrite). Neptuno aparece nimbado con una aureola que seguramente todos asociabais a las representaciones divinas cristianas, pero, como se puede ver por este ejemplo (y otros muchos), era un atributo de divinidad muy anterior. La iconografía cristiana la tomó "prestada" de las religiones antiguas, ya que, al ser el cristianismo una religión nueva, partía de cero en lo que a representaciones artísticas se refiere.