Capitel. Orden corintio romano |
A partir del séptimo día de este mes, la divinidad titular, la gran diosa Juno, daba cabida en el calendario a las festividades de la más veterana de las entidades femeninas del panteón romano, Vesta.
La antigüedad de Vesta y de su devoción es tan grande que, mucho tiempo antes de la época en la que transcurren nuestras novelas, ya nadie la recordaba a ciencia cierta, y el expediente mitográfico solía cerrarse relacionándola directamente con la fundación de la ciudad por Rómulo.
Según los especialistas en la materia, Vesta era la advocación romana de la divinidad del fuego indoeuropea. Era pura y purificadora, como el fuego mismo; y, en relación con esto, es la tutelar de los altares donde el fuego consume los sacrificios para el resto de los dioses; y de los hogares, donde el fuego alienta tradicionalmente la vida de los hombres, brindándoles luz, calor, protección y medio para cocinar los alimentos.
Al ser Vesta el fuego divinizado, no tenía más representación que las llamas que ardían de manera perpetua en el centro de su templo. Las pocas esculturas de Vesta que se conocen son relativamente "modernas", en relación con lo arcaico de su culto y devoción. Y, además, no están relacionadas con su identidad con el fuego sagrado, sino con otras de sus advocaciones, de las que iremos hablando en días sucesivos.
Vesta, a pesar de ser desplazada a una posición relativamente secundaria entre los dioses mayores, estaría siempre en el corazón de la vida religiosa de la ciudad, íntimamente ligada a ella por el lazo del fuego permanentemente encendido en su templo, que, según la tradición y todas las leyendas, aseguraba la eternidad de Roma. Y, asimismo, lo estaría en el de las creencias privadas de los ciudadanos, como patrona del fuego del hogar. De hecho, las Vestalia, que se celebraban entre el 7 y el 15 de Junio, eran fiestas de culto tanto público como privado, escrupulosamente observadas y veneradas por todos los romanos.
Hoy empezaban, pues, las Vestalia, y, con ellas, un período simbólico de limpieza y purificación, reflejado en las del templo y su contenido. El pequeño templo, circular, aunque menos espectacular de lo que llegarían a ser los de otras divinidades, fue de los más reverenciados y respetados a lo largo de la historia de la ciudad de Roma, considerándose como depositario de parte de la identidad misma de la urbe. No sufrió abandono ni dejadez en los momentos de crisis, en los que la religiosidad general decayó; y cuando el infortunio dio lugar a su deterioro o destrucción, fue prontamente restaurado o reconstruido, manteniéndose sus cultos sin solución de continuidad hasta fines del siglo IV después de Cristo, al convertirse el cristianismo en la nueva religión oficial.
Para ilustrar esta primera entrada de las Vestalia, os traigo este precioso dibujo de uno de los capiteles de la columnata del templo de Saturno, en Roma. Forma parte de una colección de láminas de grabados sobre Arquitectura y Artes Decorativas publicado en Austria a mediados del siglo XIX. La lámina de la que procede nuestro dibujo, en concreto, reproducía detalles del denominado orden corintio, en su versión romana, y tomaba como ejemplo los vestigios del templo de Saturno. Éste era otro de los dioses más veteranos del panteón romano, de la misma "quinta" que Jano, Quirino y Vesta; y padre de Júpiter. Muy querido por romanos y latinos, era considerado un principio divino benefactor para los mortales. Su relación con Vesta no se debe sólo a su "edad" relativa, sino, como veremos próximamente, al paralelo de otra de las advocaciones de ella, como diosa-madre-tierra, propiciadora de abundancia, con la diosa Ops, esposa de Saturno.
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