Mercurio, en panel de azulejos (T.Piquet, 2016) |
Ayer, día 15, hubieran sido los idus del mes de Mayo, y, como tales, habrían estado consagrados a Júpiter. No obstante, el 15 de Mayo se celebraba la festividad de otro de los dioses mayores del panteón romano, Mercurio (Mercurius), ya que ésa fue la fecha de la dedicación de su principal templo en Roma, en el siglo V antes de Cristo.
Mercurio era una antigua divinidad latina, cuyos orígenes se pierden en el tiempo legendario, y a la que también se veneraba en algunos lugares de la Campania. Su principal área de actividad era la protección de la actividad mercantil, en concreto, la relacionada con los alimentos. Sus paralelos con los dioses de sus vecinos, como el Turms de los etruscos y el Hermes de los griegos, harán que, paulatinamente, se le fuera venerando como el dios patrón de todo tipo de negocios. Así, Mercurio acabó siendo el dios del comercio, protector de las ventas, de los tenderos, del transporte de mercancías, de los cambistas, de los tenedores de cuentas, y de todo lo que generaba ganancias a partir de intercambios mercantiles, como las navieras. Aparte, se le reconocía también como la divinidad protectora de todos aquellos que se encontraban en algún peligro; y de los que iban de viaje, aunque el motivo de éste no fuera comercial. Tenía también una dimensión que podríamos llamar estatal, puesto que velaba por la construcción de los acueductos y era la divinidad tutelar del censo, de la paz y de la concordia.
Su asimilación al Hermes griego le favoreció, puesto que le convirtió en hijo de Zeus/Júpiter y acumuló funciones divinas nuevas, como la de ser el mensajero oficial de los dioses olímpicos, precursor de las victorias y conductor de las almas de los difuntos, pues era quién, conforme al mito, las recibía al otro lado de la laguna Estigia cuando Caronte las desembarcaba en la orilla del más allá.
Para ilustrar esta entrada os traigo una fotografía de una alegoría del comercio y el transporte de mercancías, representada por Mercurio, que se encuentra en uno de los bonitos paños de azulejos que decoran las paredes de la estación del ferrocarril de Jerez de la Frontera (Cádiz, España). En ella se le representa como un joven tocado con el sombrero típico de los viajeros, el petasus, adornado con alas; con las sandalias aladas que le hacían el más de veloz entre los inmortales; y portando su símbolo, el caduceo.
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