Sileno danzante (Pompeya, Italia) |
Desde el anochecer del día 20 y durante todo el día 21 de Abril (Aprilis) se celebraban las fiestas llamadas Parilia (o Palilia), en honor a Pales, una divinidad pastoril.
- Tribuno, bienvenido al blog -
- Salve, hija. Encantado de estar otra vez aquí,... tranquilamente - saluda, echando una mirada de severa advertencia a los miembros de su escolta que, casi desde que llegaron y se desarmaron, se han puesto a jugar a los dados.
- ¿Quién era Pales? -
- Pues, la verdad, es una divinidad tan antigua que, en nuestros tiempos, los eruditos nos encontramos con el problema de saber si es una, femenina o masculina; o si son dos y de qué género -
- ¡Vaya! Resulta que teníais el mismo problema con el que se siguen encontrando hoy en día los especialistas en la materia, que no acaban de ponerse de acuerdo, puesto que la información que nos ha llegado sirve para apoyar cualquiera de las posibilidades -
- Supongo que les habrá llegado la misma información con la que contábamos nosotros; y, como nosotros, cada uno se quedará con lo que más le convenza -
- Yo creo que era "ella" - interviene el oficial que ha venido al mando de la escolta - Y que protegía a los pastores, los rebaños de ovejas y los pastizales -
- Pues yo creo que era "él", un numen rural como Fauno, que también protegía a los rebaños - dice otro oficial, que acaba de llegar, acompañado por el personaje narrador de nuestras novelas.
- ¿Y si nos quedamos con que eran dos, él y ella, y que se repartían el trabajo? - añade el narrador - Porque no podemos olvidarnos que se le celebra el 21 de Aprilis, día de la fundación de la ciudad de Roma, y, según la tradición, desde ese mismo momento, como divinidad residente del monte Palatino -
- ¡Bienvenidos! Hoy, si me lo permites, tribuno, nos honra con su presencia un buen número de los protagonistas de nuestras novelas, queridos lectoras y lectores -
- Te lo permito - concede el tribuno.
- Tú a lo tuyo, tribuno - sonríe uno de los recién llegados, el oficial de mayor graduación - Pero termina rapidito, que tenemos que volver cuanto antes -
- ¿Por qué motivo? Me asegurasteis que hoy me dejarías intervenir tranquilamente en esta especie de cátedra del Futuro,... -
- Te lo aseguraron éstos, que siempre están deseando encontrar cualquier motivo para un despiste - gruñe el oficial - Pero si me lo hubieras consultado a mí, te habría dicho que no era buen momento, con las hogueras de las Parilia ardiendo por las cuatro esquinas de la colonia y los campos, y las calles a rebosar con el bullicio de la procesión,... Hacemos falta hasta el último de nosotros para asegurar el orden público -
- Y no nos queremos perder tampoco la oportunidad de saltar la hoguera - dice otro de los oficiales.
- ¡Eso¡ ¡Di que sí, abraza altares! - gruñe el oficial de mayor rango - Que menuda fogata han organizado tus acólitos en medio del patio de armas -
- ¡Je! Éste os va a tener mañana toda la jornada recogiendo ceniza - ríe otro oficial.
- Pues no te quiero contar qué es lo que os voy a ordenar a ti y los tuyos - le dice el de mayor rango, volviéndose hacia él y fulminándolo con la mirada -,... con la que habéis armado con los zahumerios de azufre en las cuadras,... Y todavía tienes que explicarme qué coño vais a hacer con todo lo que han barrido tus muchachos con los escobones de ramas de laurel, y que han dejado de cualquier manera a la puerta de los establos -
- Es que se nos hizo tarde para que éste los rociara por dentro con el agua lustral -
- ¡Excusas! ¿Y qué me dices tú? - el de mayor graduación se encara con el oficial que llegó al mando de la escolta - ¿eh?, que has tenido a los carpinteros todo el día acopiando ramaje para la dichosa hoguera -
- De acebuche, de pino y de laurel, porque no han tenido güevos de encontrar ninguna sabina por los alrededores -
- ¡Eso! Otra excusa magnífica para andar zascandileando toda la jornada. ¡Dioses!, ¡que algunos querían haber salido ayer a buscar sabinas por el monte! -
- No gruñas tanto, querido - le dice el tribuno, con tono precavido - Si no te parece oportuno que los hombres celebren las Parilia, por Roma, o por los rebaños, y que estén de guardia para que los colonos puedan hacerlo con tranquilidad y seguridad, déjales al menos que celebren la memoria de Munda, como bien quiso el Divino Julio César que se hiciera en esta fecha -
La mención a Julio César amansa a la fiera, y el oficial de mayor rango cede:
- Está bien. Tienes razón, tribuno. A los hombres les gusta recordarle,... Saltaremos la hoguera y celebraremos las viejas victorias,... pero no antes de que nos hayamos asegurado que el resto de hogueras de las Parilia estén apagadas y bien apagadas; que no quiero que nos vengan a buscar para que vayamos a toda prisa a apagar algún incendio -
- Tranquilo - le dice otro de los oficiales - Que también hemos hecho acopio de centones, se han distribuido cubas y baldes con agua por los lugares estratégicos, y tenemos las hachas y los garfios preparados junto a las puertas, por si tenemos que salir corriendo -
- Bueno, pues vayamos concluyendo. Rápidamente, tribuno: ¿qué se ofrecía a Pales? -
- Básicamente, leche y mijo. También había quién ofrecía pan y miel o arrope, que se vertían sobre los altares -
- ¿Cuáles eran los rituales? -
- Eran rituales de purificación: por una parte se limpiaban las casas, y por otra, los establos, corrales y cuadras, barriendo los suelos con ramas de laurel, haciendo zahumerios con azufre y quemando en los hogares una pasta que preparaban las sacerdotisas vestales, con ramas de laurel y paja de habas. En esa pasta, además de harina y ceniza de paja de habas, se incluían cenizas y restos de otros rituales religiosos, sobre todo los de la incineración de los terneros no natos de las recientes Fordicidia. Después se hacían las ofrendas y se rezaban las plegarias,... -
- Cuatro veces - le interrumpe el oficial más pío.
- ¿Qué? -
- Que hay que repetir las plegarias cuatro veces, con la cara vuelta hacia el Este, y después, lavarse las manos; que si no, no sirve de nada -
- ¡Ah! - exclama el tribuno - El ritual es el ritual, y en la exactitud de su ejecución reside su eficacia -
- ¿Y qué se pedía en la plegaria? -
- Pues el favor de la divinidad, para que mantenga las enfermedades lejos de los rebaños, los pastores, y los perros guardianes; para que haya buenos pastos todo el año; para que mantenga a las fieras lejos del ganado; que éste sea fecundo, para que contemos con muchas crías, mucha lana y mucha leche -
- Y mucho queso, que es fundamental la parte del queso - añade el oficial pío -, para que tengamos buenas ganancias vendiéndolo -
- Sí, lo del queso también - concede el tribuno - Las fiestas acaban con una procesión nocturna, con antorchas y hachones encendidos, que suele ser muy bonita; y, finalmente, cuando la gente se deja llevar por la alegría y el jolgorio, se mojan las manos con agua consagrada, con ayuda de una ramita de laurel, y se salta por encima de las hogueras, mientras suenan tonadas ligeras de trompetas, tambores y platillos -
- Pues para terminar nosotros, ¿qué se pretendía saltando la hoguera? -
- Tres veces - dice el oficial pío - Hay que saltarla tres veces para que el ritual sirva -
- Pues más o menos lo mismo que con las plegarias: conseguir protección, salud, fertilidad y abundancia -
- Y el perdón de las faltas, por supuesto - interviene de nuevo el oficial pío.
- Por supuesto - concede, con paciencia, el tribuno.
- ¿Qué faltas? -
- ¡Oh! Faltas gravísimas con las que ningún romano que se precie podría seguir viviendo otro año - responde el tribuno, con mucha ironía.
- ¡Pero qué descreído eres, tribuno! - le regaña, medio en serio, medio en broma, el narrador.
- ¡Un ateazo! Eso es lo que es, como todos los filósofos - dice el oficial más pío.
- ¿Pero qué faltas eran ésas? -
- Adelante, hijo - le dice el tribuno al oficial pío - Haz el recuento -
- Pues, a saber: que se haya dormido la siesta bajo un árbol sagrado; que se haya cortado alguna rama de un árbol, sin hacer antes los oportunos desagravios; que no se haya controlado al ganado y éste se haya metido entre las tumbas de algún cementerio, o en los terrenos de algún santuario rústico o lugar sagrado; o bien los animales hayan enturbiado las aguas de algún lago, sobre todo si se ha molestado a las ninfas. Y, lo peor de todo: si se ha cruzado con un rebaño por medio de un bosque sagrado y se ha molestado a Fauno, o a los silenos, faunos y ninfas del lugar -
- Lo que te decía, hija, faltas que ningún romano debería cargar sobre sus espaldas otra temporada, sin expiarlas saltando sobre una buena hoguera y exponiéndose a sufrir quemaduras en las pantorrillas por algún ascua perdida -
- Ahora que dices ascuas, tribuno, ¡vámonos! ¡que no quiero ni pensar en los miles de ascuas que debe haber ahora mismo volando por todas partes, mientras nosotros estamos aquí de cháchara! -
Todos se rearman y parten en tromba hacia el Pasado, mientras nuestro Sileno les sigue, riendo y saltando, preparándose para atizar las hogueras y que las llamas estén bien altas.
Las Parilia estuvieron tan arraigadas en la tradición romana que siguieron celebrándose durante siglos, sobre todo la versión puramente rural. Según los especialistas, fue una de las festividades paganas que se cristianizaron, dedicándose estas fechas a San Jorge, cuya celebración actual tenemos ya a la vuelta de la esquina, con la bonita tradición moderna de regalar libros y flores.
A propósito, pagano viene de paganus, el que vive en el pagus, o como diríamos hoy en día, en el campo. Por tanto, era sinónimo de aldeano o rústico, sin connotaciones religiosas. Éstas vinieron siglos más tarde, cuando el apego a los cultos politeístas de la gente que vivía en las aldeas y otros núcleos rurales, y su resistencia a cambiar sus rituales por los cristianos, hizo que, al convertirse el cristianismo en la nueva religión oficial, se empleara el término como sinónimo de toda persona contraria, desconocedora o reacia a abrazar la nueva fe del Imperio.
La imagen de hoy, como no podía ser de otra forma, al tratar de algo que afectaba directamente a las divinidades rústicas y montaraces, es la de nuestra mascota. Como ya hemos mencionado en otras ocasiones, procede de un fresco de la antigua ciudad itálica de Pompeya (Nápoles, Italia).
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