Dama leyendo (Pompeya, Italia) |
Actualmente, el 23 de Abril, además del día de San Jorge, celebramos una fiesta laica, dedicada a los libros y la lectura. Una fiesta que disfrutamos todos: los autores, que ofrecemos nuestras obras a los demás; los editores, que las materializan en forma de libros; los libreros que las acercan al público; y los lectores, destinatarios finales del disfrute que la literatura brinda.
Nuestros antepasados celebraban el 23 de Aprilis una festividad religiosa llamada Vinalia priora, en la que se ofrecían libaciones de vino a Júpiter, en petición de un buen año vitivinícola. Esta celebración cerraba el ciclo anual del vino, puesto que se ofrecía el vino de la cosecha del año anterior; y, a la par, abría un nuevo ciclo, ya que coincidía con la época en la que comenzaba el rebrote de las nuevas hojas en las viñas.
Por lo que respecta a los libros, nuestros antepasados romanos, - aunque no se les ocurrió celebrar ninguna fiesta por ello -, eran unos grandes escritores y lectores. La bibliotecas particulares abundaban, y no había personaje culto que no tuviera en su domicilio un buen número de volúmenes de cualquier género literario.
Hoy vamos a dedicar un recuerdo a un personaje que fue muy importante para, como lo llamaríamos en la actualidad, la difusión de la cultura a través de la lectura. Vivió en la época en la que transcurre la acción de nuestras novelas, se llamaba Caius Asinius Pollio (Cayo Asinio Polión) y, en el año 39 antes de Cristo, fundó la primera biblioteca pública de la ciudad de Roma. No sólo la fundó, sino que la dotó magníficamente: contaba con una gran cantidad de obras de autores griegos y latinos, y estaba decorada con una galería de retratos de los "clásicos" y de los escritores más famosos en su tiempo. Asinio Polión fue un longevo (75 antes de Cristo - 4 después de Cristo) orador, escritor, político y militar, que consiguió sobrevivir a los agitados tiempos de finales de la República. Desempeñó magistraturas como el tribunado de la plebe, la pretura y, finalmente, el consulado. Se le consideraba entre los mejores oradores de su época, en línea con Cicerón, Julio César y Bruto, a pesar de ser más joven que ellos. Cuando se retiró de la política activa se volcó en la literatura, afición que le había acompañado toda su vida; en el mecenazgo de otros autores, entre los que hay que contar al poeta Virgilio; y en la enseñanza de la oratoria. Lamentablemente, no se ha conservado ninguna de sus obras, aunque sabemos, por otros autores, que escribió poesía, teatro trágico, historia, discursos para la defensa de causas legales y crítica literaria.
Para ilustrar la entrada, os traemos esta bonita imagen de una lectora. Es un fragmento de una pintura al fresco de la antigua ciudad de Pompeya (Nápoles, Italia), y en él podemos ver a una mujer que lee un rollo de papiro que tiene entre las manos. Lleva un peinado típico de la época republicana, con el pelo recogido en un moño bajo; y una diadema de pequeñas hojas y flores.
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