Helios sobre su cuadriga (cerámica helenística) |
Hoy,
queridos lectoras y lectores, hablamos con nuestros personajes sobre un famoso,
y, conforme a la mitología, imprescindible cuarteto de caballos, los que
tiraban del carro de Helios, el dios-sol griego, sin los que éste no podía realizar
su periplo diario alumbrando el mundo.
- A
ver, ¿de qué color eran los caballos blancos del Sol? – exclama el centurión
Martino nada más entrar y acomodarse en el sofá.
Sereno
y todos los legionarios que forman hoy la escolta del tribuno galo rompen a
reír a carcajadas.
- ¿No
es poco chiste para tanta risa? – les pregunto.
- No,
Flaquilla – me explica, divertido, Sereno – Porque no nos reímos de la broma,
sino de la cantidad de gente que se queda pensándoselo cuando se le pregunta.
- Y
algunos hasta empiezan a aventurar colores, ¿rojos?, ¿dorados?, ¿alazanes?,
¿amarillentos?,… - sonríe Martino.
- Muy
chistosos hemos venido hoy al presente – les dice el tribuno Galo, haciendo un
gesto con la mano a Martino para que se levante y le deje el sofá para él solo,
donde se acomoda como en un lecho – A ver, Flaquilla, ¿de qué quieres que hable
hoy a nuestros descendientes?
- Ya
has oído al centurión Martino: hoy toca hablar sobre los caballos del Sol.
- ¡Ah!...
Sol, Helios,… Apolo, incluso… Un dios anterior a los pretéritos tiempos
olímpicos…
- Mi
centurión, – pregunta uno de los legionarios a Sereno -, ¿qué dice el tribuno?
- Que
se trata de una divinidad anterior al momento en que Zeus se convirtió en
soberano del Olimpo y reinó entre los dioses griegos.
- ¡Bah!
– Resume el legionario a sus compañeros, de los que había hecho de portavoz –
Cosas de griegos.
Todos
se encogen de hombros y sacan los cubiletes para echar una partida de dados
sobre una de mis alfombras.
- Cuidadito
con apostar – les advierte el centurión Martino – Que ya sabéis que al
cascarrabias mayor, el primipilo Cornificio, le encanta repartir varazos entre
los apostadores.
- ¿Por
dónde íbamos? – me pregunta el tribuno, algo irritado por la interrupción.
- Hablabas
de Helios…
- Gracias,
hijita… Eso decía, que Helios es una divinidad muy antigua, más que el trono de
Zeus. Era hijo de titanes, y, con gran lógica en este extremo, la mitología
griega le hacía hermano de Selene, la Luna, y de Eos, la Aurora. Cuando Zeus se
convierte en el dios máximo, dado que Helios lo ve todo sobre la tierra, le
confía ser sus ojos en el mundo. El Sol es el gran ojo divino que todo lo ve…
- Ya
estáis oyendo al tribuno – les dice el centurión Martino a los legionarios,
junto a los que se ha puesto en cuclillas para jugar también a los dados –
Seamos prudentes con lo que apostamos, no vaya a ser que el ojo que todo lo ve
le vaya con el cuento, no a Zeus, sino al primipilo Cornificio y él nos varee
como a olivos en tiempo de recogida de aceituna.
Todos
ríen por lo bajo, mientras el tribuno hace muecas de disgusto.
- ¿Y
qué tiene Apolo que ver con esto?, se preguntarán nuestros lectores.
- Pues
que una de sus advocaciones, Phoibos, o Febo, le identificaba con el Sol, de
forma que acabó adorándosele, bien como al dios del Sol, bien como al Sol
mismo, dependiendo del papel que en cada lugar se le reservara a Helios en los
cultos. Con el tiempo, en muchos lugares Helios y Apolo eran prácticamente dos
facetas de la misma divinidad. Cuestiones religiosas antiguas, queridos
descendientes.
- Bien.
Hablemos ahora de sus caballos.
- Pues
eran cuatro, de nombres Aetón, Flegon, Gous y Pirois. Eran blancos, inmortales
y, ya que habían de desplazarse por el cielo, tenían la facultad de volar.
Aunque en este punto, hay distintas versiones mitológicas, que no se ponen del
todo de acuerdo, sobre si volaban porque tenían alas, y eran animales de la
estirpe de Pegaso; o si volaban porque galopaban tan rápido que podían correr surcando
el aire… La cuestión es que tiraban del carruaje de oro de Helios, sobre el que
éste se desplazaba sobre el mundo, de Oriente a Occidente, conforme transcurría
el día, desde el amanecer al ocaso… Se cuenta de ellos que su veloz carrera
hacía brotar llamas de las ruedas, por lo que el imprudente hijo de Helios,
Faetón, estuvo a punto de incendiar todo el mundo, al cogerle el carro y los
caballos prestados a su padre y ponerse a correr por ahí, sin tino y a galope
tendido… Y, por otra parte, también existe la creencia de que estos cuatro
corceles inmortales resoplaban fuego…
- Cosa
que es totalmente imposible para los caballos normales, como todo el mundo sabe
– interviene el veterinario Sergio Pica.
- Gracias
por tu invaluable comentario, Pica – le dice el tribuno con sarcástico
retintín.
- De
nada, mi tribuno. A mandar, que para eso estamos – responde Pica, tan contento,
sumándose a la partida de dados.
- Éste
es inmune al sarcasmo, tribuno – le aclara Sereno con una sonrisilla torcida.
- ¿Qué
haces por aquí, Pica? – Le pregunta el centurión Martino – Ya sabes que el
primipilo Cornificio te prohibió expresamente venir al presente, a menos que tu
nombre lo incluyera en la lista de la escolta el propio tribuno… Y tu
centurión, Plácido, estará encantado de sacudirte como a una estera,… que ya
sabes que está siempre deseando pillarte en un renuncio.
- Es
que me enteré de lo de la partidita, y me dije que, bueno, qué por qué se tenía
que enterar el primipilo,... si venís de responsables de escolta el centurión
Sereno y tú, que sois de los que no vais por ahí dando zurriagazos por un
quítame allá estas pajas… Y el centurión Plácido cree que estoy en los
establos, ocupándome de ir amaestrando al toro nuevo…
- Pues
como le dé por asomarse por allí, no te arriendo las ganancias – le dice
Martino, dándole por imposible – Y que se te quite de la cabeza que el
centurión Sereno o yo vayamos a cubrirte si te pillan en falta.
- ¡Vaya
por los dioses! ¡Pica! – exclama el centurión Canuleyo, que acaba de llegar, sacando
también su propio cubilete para jugar a los dados – A ti te hacía yo en los
establos; y tu centurión, Plácido, también… Iba para allá a buscarte para no sé
qué cosa… Mejor será que vuelvas pronto, si aprecias tu pellejo.
Pica
da un respingo, pálido y demudado, salta por encima de los que juegan a los
dados y corre veloz, como los caballos del Sol, hacia el pasado, temiendo la
que se le viene encima, y por poco tropieza en su alocada carrera con el
centurión Manilio y su optión, que le miran con cara de sorpresa, mientras
sacan sus cubiletes y se unen a la partida.
- ¡¡¿Todavía
queda alguien más por ahí que vaya a venir a jugar a los dados hoy?!! – exclama
con un gesto de teatral desesperación el tribuno Galo.
La
imagen que ilustra nuestra entrada es una foto de parte de la decoración de una hermosa
vasija de cerámica griega, de época helenística, en la que está representado
Helios recorriendo el mundo sobre su carro, tirado por sus bellos corceles
blancos, Aetón, Flegon, Gous y Pirois. Los delfines y los peces que se ven en la
parte inferior, representan el mar, sobre el que el Sol, Helios, según el mito, se
levanta cada amanecer para emprender su periplo diario sobre la tierra.
- ¡¡Y que no nos falte!! - dicen a coro varios de los legionarios.
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