Pérgola con vid emparrada (Boscorreale, Italia) |
Queridos lectoras y lectores: ya tenemos aquí el Verano y, vistas las temperaturas con las que se anuncia, más nos vale buscar respiro en la agradable sombra de las parras.
Hace varios días que no pasaba por aquí. Mis personajes están muy ocupados con nuestra segunda novela; y yo, en cosas más prosaicas.
Hoy, 20 de Junio, en Roma se celebraba el día de una divinidad peculiar, Summanus, el dios del relámpago nocturno, o el dios que envía el relámpago antes del alba.
La celebración no se debía a la relación que podríamos establecer entre su "ocupación" y las tormentas vespertinas de Verano, pródigas en aparato eléctrico, sino porque en esa fecha se consagró su templo en la ciudad, en el siglo III antes de Cristo.
Su culto parece que era más antiguo y, de hecho, en el tiempo en que transcurren nuestras novelas, nadie sabía a ciencia cierta quién había sido originalmente Summanus. Algunos eruditos, teniendo en cuenta su evidente relación con los meteoros fulgurantes, opinaban que se trataba simplemente de una antigua advocación de Júpiter, aunque de carácter negativo; de forma que Júpiter era el dios de las tormentas que se desataban durante el día, y su alter ego, Summanus, el de las tempestades nocturnas. Para otros, sin embargo, se trataba de una divinidad diferente, oscura, relacionada con la noche y las tinieblas, de origen etrusco o sabino, de cuyo origen se había perdido la memoria.
La dualidad día/noche, luz/oscuridad, divinidad celeste/divinidad infernal, se reflejaba incluso aunque se hablara de Júpiter y de Júpiter-Summanus, pues los sacrificios que se ofrecían a cada uno, - con motivo de sacralizar los lugares donde habían caído los rayos -, diferían en el color simbólico del animal-víctima: carnero blanco a Júpiter/carnero negro a Summanus.
No obstante, para la celebración de su día, a Summanus le gustaba recibir en su templo ofrendas no cruentas, sino de bollería, consistentes en unos pasteles en forma de disco, llamados en su honor summanalia.
Ilustramos esta entrada con una preciosa pérgola, cubierta con una parra, que, desde una pintura al fresco de Boscorreale (Italia; aunque se conserva en el Metropolitan Museum of Arts de Nueva York), nos invita a descansar a su sombra en las calurosas tardes veraniegas.
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