Escultura de anciana (Pompeya, Italia) |
(La suegra)
La amiga Prisca es la suegra de uno de los personajes masculinos de nuestras novelas. Es el martirio de su yerno, y de todos los yernos; lenguaraz, cotilla, aguda como un estilete y en esa edad en la que, como la mayoría de las personas que llegan a ella, se pone por montera las convenciones sociales. Al ser una de las mujeres de más edad de la colonia, ejerce de consejera familiar, maestra de cocina, casamentera, acompañante de partos y plañidera vocacional, de forma que está en todos los hogares,... y en toda boda, nacimiento y entierro. También regenta, junto a su hija, un pequeño negocio de tejido y bordado, por donde, por un motivo o por otro, pasa casi toda mujer de la ciudad, de forma que Prisca siempre está enterada de cuanto sucede a su alrededor.
Como ella misma nos contó no hace mucho, nació en el campo del Lacio y, como otros en su época, se mudó a Roma con su marido, en busca de una existencia más cómoda que la vida rural de aquellos tiempos. Se podría considerar que es una buena representante de la matrona de la plebe romana: mujer de carácter, al quedarse viuda con varios niños pequeños, no se hundió, ni regresó al campo con su familia, sino que se quedó en la Urbe y sacó ella sola adelante a sus hijos, trabajando como tejedora por cuenta propia. Ese coraje impidió también que se rompiera cuando las enfermedades infantiles, primero, y la guerra, después, se fueron llevando a casi toda su prole por delante. Sólo le quedó su hija Mariola, a la que sigue defendiendo con uñas y dientes, aunque ésta no lo necesite; hasta el punto de hacer el equipaje, dejarlo todo atrás y marcharse con ella al otro lado del mundo conocido, cuando fue a instalarse en las Hispanias siguiendo a su marido. Éste es el blanco favorito de los dardos envenenados de la lengua feroz de Prisca, y, aunque ella no para de quejarse por todo lo que dejó en Roma, en la colonia ha encontrado un campo excelente y bien abonado donde ejercer sus aficiones favoritas.
En la primera de las novelas, al igual que el resto del grupo de honestas matronas que ya conocéis, aparece como personaje "sin frase". Pero esta astuta ancianita maneja con arte el miedo supersticioso de muchos de sus convecinos, y su capacidad para influir en ellos hará que tenga un papel más destacado a partir de la segunda de las novelas. Como ya la vais conociendo, queridos lectores y lectoras, os ruego que no dejéis que se entere todavía, porque, en caso contrario, no va a haber quién la baje de la parra.
Para ilustrar esta entrada, os traigo la fotografía de una escultura funeraria femenina. Se trata de una mujer de edad avanzada, que muy bien pudo ser contemporánea de nuestra Prisca, y que se descubrió en las excavaciones de una de las necrópolis de Pompeya (Nápoles, Italia). El rostro es un retrato naturalista de la fallecida, muy del gusto republicano, cuando se buscaba que la escultura fuera un fiel reflejo de la persona, y no, como se pretendía posteriormente, que ésta quedara favorecida. Viste, como ya vimos en una entrada anterior, conforme a la moda de las matronas del siglo I antes de Cristo: túnica, estola y calzado cerrado, y se cubre la cabeza con otra prenda femenina muy común, la palla. Ésta era un manto, que se utilizaba como mantón o mantilla sobre la cabeza y los hombros, llegando habitualmente hasta la cintura. En el caso de esta vieja matrona, después de cubrir la cabeza, cae ligeramente sobre los hombros; y las puntas, primorosamente plegadas en tres partes sobre sí mismas, se disponen a lo largo del torso, después de cruzarse una sobre otra en el cuello. Por su rostro enérgico y mirada astuta, y por la época en la que se esculpió, bien pudo haber sido el retrato funerario de nuestra Prisca... pero no, porque ella no vivió nunca en Pompeya y terminó su larga vida en nuestras Hispanias, después de dar muchos dolores de cabeza a su yerno, y a muchos otros personajes de nuestras novelas.
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