Mis personajes y yo nos hemos quedado en casa, siguiendo las instrucciones derivadas del estado de alarma sanitaria, provocado por la expansión epidémica de la infección respiratoria denominada por los especialistas como "covid-19", que está recorriendo el mundo a gran velocidad, debido al fenómeno de la globalización (de la economía, de los transportes, del turismo de masas,...). Está afectando a muchas personas, a algunas muy gravemente y a otras, quitándoles la vida al impedirles respirar.
Afortunadamente, hoy en día estamos mucho mejor preparados para enfrentarnos a las enfermedades que en ningún otro momento de nuestra historia sobre este planeta y, además, una de las ventajas de la globalización, podemos ayudarnos unos a otros desde cualquier rincón del mismo con gran rapidez y eficacia.
En los momentos de las crisis más terribles, a todos nos sale el voluntario que llevamos dentro. Sí, muy dentro de nuestro acerbo común como especie: en estos casos, todos queremos ayudar. Pero hay que dejar espacio para que sean los especialistas los que se ocupen de hacerlo y de organizar todo lo necesario: médicos, sanitarios, policía, fuerzas armadas y todos aquellos que son imprescindibles para atender a las necesidades de la sociedad (alimentación, agua potable, medicinas, energía, suministros, transportes, saneamientos, comunicaciones, información,...).
Dejar espacio, retroceder, hasta que se nos pida que demos un paso adelante si fuera necesario, no es, sin embargo, algo negativo, porque la ayuda que se nos ha pedido ya ha sido importante y, para muchos, un auténtico sacrificio. Se nos ha pedido sacrificar nuestra libertad de movimientos, apartarnos de los familiares con los que no compartimos casa y de los amigos, dejar nuestras actividades cotidianas en suspenso hasta que pase la cuarentena, recluyéndonos en nuestros domicilios.
Para los que lo sientan como si estuvieran escondidos, como si fuera algo inútil, piensen que la reclusión y la cuarentena general nos convierten a todos en los principales actores de este drama. Nuestro papel es el de los que resisten al fondo. Como el coro de una dramática ópera: contemplamos desde el fondo del escenario a los solistas luchando contra la epidemia, les animamos cada día y les agradecemos su titánico esfuerzo, pero no podemos intervenir. Y no debemos hacerlo, porque de nuestra inacción depende que la epidemia deje de extenderse, que el virus encuentre cada vez menos posibilidades de contagiar a más personas, de forma que las que ya han enfermado puedan ser mejor atendidas e incluso salvadas de morir.
Por otra parte, empleemos bien el tiempo de la reclusión, para que no nos sepa a tiempo perdido. Aprovechemos para disfrutar de esas cosas que la prisa cotidiana siempre nos hace dejar para un momento mejor, que nunca llega. Sentémonos en silencio, abramos esos libros que nos esperan desde hace tanto en la mesilla o la estantería y leamos con tranquilidad.
Yo, como dice la campaña de concienciación, me quedo en casa. Leyendo.
- Y escribiendo, amiga, que, a este paso, no terminamos la segunda entrega de mis memoriales - me dice el centurión Sereno desde la mesa que compartimos estos días.
Porque, queridos lectores, mis personajes han decidido, literalmente, que ellos también se quedan en casa,...pero en la mía.
- ¡¡¡¿Qué están haciendo ustedes con el ordenador?!!!!
- A ver, Flaquilla, queremos poner que nosotros también nos quedamos en casa... - me explica Plácido, interponiendo su enorme humanidad entre la mesa del ordenador, sobre el que se afanan los centuriones Martino y Silvano, y yo, para que no les interrumpa.
- Acaba, cojonato - la dice Silvano a Martino.
- Ya termino, hermano principal, ya termino... Pero es que no tengo narices de dar con la tecla del dibujito que parece un juego de tres en raya...
- ¿Y para qué leches lo quieres?
- Es que parece que hay que ponerlo delante de todo lo que se escribe... ¡Ajá! ¡Aquí está el hijoputa!
###########... Es que había que darle a otra tecla antes - explica Martino, triunfante.
#Puesesoqueridosdescendientesquenosquedamosencasayquenosalgandelassuyasporquellevanlaepidemiadeunlado paraotroyesonoesdereciboyhagancasodelosmédicosysobretododelossoldadosypolicíascomosifueramosnosotrosvamosquesinolohacen
volvemosylesmetemosencinturaavarazolimpioestamos
-¡Qué bien te ha quedado! - le felicita el centurión Manilio - Aunque yo habría puesto dos o tres buenas maldiciones, para amedrentar a los culos de mal asiento.
- Sí... Y eso que los latines modernos de ahora se me dan regular - dice Martino, con falsa modestia.
- Mira, Flaquilla: hemos colaborado. Ahora nosotros podemos escribir en la caja bizarra, mientras tú trabajas con los memoriales de Sereno - me dice el centurión Plácido.
- Gracias, queridos. Aunque dudo que a nuestros lectores les resulte cómodo leer eso...-¡¡¡Plácido!!!- vocifera el primipilo Cornificio - ¡¡¿Cuándo se come hoy en esta casa?!!
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