Triga arcaica (vasija de cerámica griega) |
Queridos
lectoras y lectores:
Aunque
el título de la entrada no mencione para nada a los caballos, hoy vamos a
seguir hablando con el tribuno Galo de caballos famosos de la Antigüedad.
Continuamos
con lo que podríamos llamar “la estela de Pegaso”, pues vamos a conocer a un
tiro de caballos alados, regalo del dios griego Poseidón a un mortal, Pelops.
- Pero
Pelops, el gran auriga, era un hombre muy peculiar, ¿no es cierto, tribuno?
- Sí,
hijita, tienes toda la razón: Pelops podría haber sido cualquier cosa, menos un
hombre normal.
- Háblales
de él a nuestros amigos lectores – le pido, mientras le sirvo una copita de
vino dulce y unas pastas, para amenizarle la charla.
- Empecemos
por el principio… Pelops era un hombre mortal, pero su padre, no, ya que era
Tántalo, el que, en su día, fue uno de los hijos predilectos de Zeus. Así que nuestro
buen muchacho era nieto del mismísimo Óptimo Máximo, gobernante supremo del
Olimpo, lo que, ya de por sí era más que suficiente para hacer de él un hombre
extraordinario... Lamentablemente, su padre era el más retorcido de los seres que alguna vez poblaron el Olimpo, donde, por ser hijo de quien era,
tenía el acceso franco y hasta compartía mesa y viandas con los dioses – da un
sorbito del vino y prosigue – A Tántalo no se le ocurrió otra forma de
verificar hasta dónde llegaba la sabiduría y la presciencia de los dioses, que
matar a propio su hijo, Pelops, hacerlo trocitos, cocinarlo estofado en un
hermoso caldero y servírselo a los olímpicos para comer…
- ¡Buena
historia, tribuno! – dice, a modo de saludo, el primipilo Cornificio,
sentándose a nuestro lado – Acaba de empezar y el protagonista ya está muerto –
añade, con una media sonrisa torcida, mientras se sirve una copita del vino que
le he acercado.
- En
las historias en las que intervienen los dioses, no hay nada definitivo hasta el final – dice nuestro personaje narrador, el centurión Sereno, que
también ser sirve del vino que les he ofrecido – Y, aun así, muchas arrastran
resaca…
- Cierto,
hijo, cierto; porque en esta historia en concreto, como todos podemos imaginar,…
menos el primipilo Cornificio, presumo…
- Mucho
presumes tú, Hipócrates de andar por los cuarteles – le gruñe Cornificio.
- En
fin, que los dioses, sapientísimos, se dieron cuenta de que había algo raro en
el guiso de carne que Tántalo les había preparado; y Zeus le acusó directamente
de haber pretendido que se comieran a su querido nieto Pelops, a la sazón ya un
guapo jovencito. Así que montó en cólera, expulsó a Tántalo de su presencia y
reunió los pedazos de Pelops, a los que hizo volver a la vida, como si no
hubiera pasado nada.
- Casi
nada… - apunta Sereno.
- Cierto,
pues al reunir los trozos, resultó que faltaba parte de un hombro; que nunca se
pudo recuperar, porque la diosa Démeter, seguramente preocupada y distraída por
algún problema en las cosechas de algún lugar del mundo, había sido la primera
en empezar a comer y sólo después se había dado cuenta de que era un pedazo del
pobre chicuelo. En compensación, a Pelops se le dotó de un hombro de marfil.
- Como
si fuera la estatua de un dios – comenta Cornificio.
- Sí,
pero, al parecer, perfectamente funcional, porque Pelops continuó con su
existencia con total normalidad en el Olimpo, donde se quedó a vivir, en lugar
de su padre – dice el tribuno Galo.
- Y
porque tuvo una aventurilla nada decente, aunque muy griega, con otro de los
grandes dioses – me dice Cornificio, con un guiño pícaro.
- La
tradición cuenta que el hombro de marfil no sólo era funcional, sino tan
perfecto que no afeó en nada al joven Pelops, lo que hizo que uno de sus tíos,
el poderosísimo Poseidón, se antojara del muchacho, lo convirtiera en su
favorito y le nombrara su copero personal en los banquetes olímpicos, igual que
el gran Zeus había hecho con Ganimedes.
- Una
historia familiar muy, digamos, "compleja", pero ¿qué tiene todo esto que ver con
los caballos?
- A
eso vamos, a eso vamos… Paciencia, querida mía; paciencia, queridos lectores... Tántalo,
ofuscado por haber sido esquinado por su padre Zeus y toda su divina parentela,
por lo del estofado de niño, decidió tomarse la revancha, y aprovechar la nueva
posición de privilegio que Pelops tenía en el Olimpo, para sacar de allí la
ambrosía, el alimento fundamental de los dioses. Cualquiera podría pensar que después
de la traumática experiencia culinaria por la que había pasado, Pelops no
quería ni oír hablar de su padre; pero no fue así. El chico era generoso, perdonó
a Tántalo y, ya que era su padre, hizo lo que éste le pedía y le ayudó a sacar
ambrosía del Olimpo.
- Ese
Pelops era tonto de remate – dice el primipilo Cornificio – Si mi padre me
hubiera descuartizado y cocinado como si fuera un cochinillo, y el mayor de los
dioses me hubiera devuelto la vida, lo primero que habría hecho hubiera sido
degollar a ese cabrón de Tántalo.
- El
caso es que Pelops no optó por la venganza… - prosigue el tribuno Galo.
- Y
se dejó manipular por su padre – añade el centurión Sereno, interrumpiéndole –
Aunque, probablemente, debía tratarse de un muchacho de voluntad frágil y muy
confiado, pues antes no pudo evitar que Tántalo lo matara para cocinarlo.
- ¿Me
dejaréis terminar de contar la historia? – Se enfurruña el tribuno Galo – Yo no
sé cómo era Tántalo, ni si era listo, o torpe; si era confiado en exceso, o
sólo un pobre niño que nunca esperaría que su padre quisiera hacerle daño… ¡Es
un mito, hijos míos!
- ¿Y
cuándo aparecen los caballos?, que os recuerdo, queridos personajes, que es de
lo que se supone que el tribuno había venido a hablar hoy al blog.
- A
eso voy, si aquí el comité de análisis mitográfico me lo permite – gruñe el
tribuno echándoles una mirada severa a los oficiales, que se esfuerzan en
disimular las sonrisas – Los dioses, por supuesto, descubrieron que Pelops,
manipulado por Tántalo, sisaba la ambrosía de las despensas divinas y aquél la
sacaba del Olimpo, contraviniendo todas las leyes y preceptos al respecto.
Tántalo, como era inmortal, fue castigado a padecer hambre y sed de una forma
muy cruel durante toda la eternidad. Y Pelops, como no lo era, fue expulsado
del Olimpo, a vivir el resto de su existencia entre los demás hombres mortales.
Su tío, Poseidón, se entristeció sobremanera por perder a tan buen copero,…
- Y
otras cosas más – le interrumpe, con sorna, el primipilo Cornificio.
Pegaso (mosaico romano) |
- ¡Hummpfff!
– Resopla el tribuno, fastidiado por la nueva interrupción de su relato - El
tío de Pelops, como ya hemos narrado, era Poseidón, padre, a su vez, de Pegaso,
el famoso caballo volador; y creador de los caballos, en general. Así que,
aunque no podía evitar el exilio del muchacho debido a su gravísima
transgresión, sí le quiso hacer un regalo de despedida digno de un dios, para
que pudiera labrarse un futuro entre los demás hombres. Le regaló un carro de
carreras de oro y un tiro de cuatro caballos alados, que le ayudarían a
convertirse en un auriga invencible…
- Y
a ganar así muy buenos dineros – interviene el primipilo Cornificio.
- En
algunas versiones de sus aventuras, los caballos alados son tres – apunta el
centurión Sereno.
- Eso
da igual – intenta retomar el relato el tribuno Galo.
- Podemos
dejarlo en que eran más de dos y menos de cinco caballos – dice Sereno – Por lo
tanto, correría, bien en las carreras de trigas, bien en las de cuadrigas.
- ¡¿Y
le dejaban participar en las carreras?! Es que eso de uncir caballos con alas
era ir con ventaja desde antes de la salida – añade el primipilo Cornificio.
- ¡Me
da lo mismo! ¡Son mitos! ¡Mitos! – se exaspera el tribuno.
GLOSARIO
Auriga
– Conductor de carros de combate, en la época arcaica; y de carros de carreras,
en la época clásica, cuando estos vehículos ligeros, de dos ruedas, tirados por
un número de caballos variable (habitualmente, de uno a cuatro), dejaron de
tener utilidad bélica y se dedicaron casi en exclusiva a los eventos deportivos.
Triga
– Carro ligero, bien de guerra, bien de carreras, tirado por tres caballos.
Cuadriga
– Carro ligero, bien de parada, bien de carreras, tirado por cuatro caballos.
En cuanto a las imágenes que ilustran
nuestra entrada, la primera corresponde a una triga de la época arcaica,
aquélla en la que se forjaron los mitos. Forma parte de la decoración de una
vasija de cerámica griega, datada en el denominado período geométrico, y,
lógicamente, los caballos representados no tienen alas. El que sí las tiene es
Pegaso, al que vemos en la segunda imagen, que publicamos en nuestra entrada
anterior, y que era parte de un mosaico romano (que se conserva en el Museo
Arqueológico Provincial de Córdoba, y cuya foto agradecemos a nuestro amigo y
lector José Ramírez).
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