Durante
siglos, los caballos de la Península Ibérica gozaron de más que merecida fama
en el mundillo de las carreras de la Antigüedad romana, y, de hecho, Hispania era una de las principales
proveedoras de estos espléndidos deportistas de cuatro patas para el resto del
Mediterráneo.
Los
caballos del oeste de la península eran particularmente apreciados por su
velocidad, y corría la especie de que, en la parte más occidental de la
Lusitania, esa virtud se debía a que era el viento el que fecundaba a las
yeguas.
El
que fuera primer naturalista de Europa occidental, Cayo Plinio Segundo, más
conocido como Plinio el Viejo, recogió en su monumental obra Naturalis Historia, que, según se decía,
era el viento del oeste, llamado entonces Favonius,
el que, al ser respirado por las yeguas, las fertilizaba.
-
- Pues
las yeguas se preñan y paren por el mismo sitio, que no tiene nada que ver con
los morros, precisamente –
-
- ¿Y
tú, eres…? –
-
- Pica,
Cayo Sergio Pica, mulomédico de la Legión X –
Para
vosotros, lectoras y lectores, un mulomédico era un veterinario especializado
en equinos, esto es, que sólo se dedicaba a atender a caballos, mulos y asnos.
- -
Algo
fundamental para el transporte y los viajes por tierra – añade con orgullo,
levantando el dedo índice – Bueno, y, je, je, también para las carreras -
Plinio
reunió su enciclopédica información durante la primera mitad del siglo I de
nuestra era, muchos años después de la época en que tienen lugar los hechos de
“Caballos de Octubre”, pero la especie de los caballos hijos del viento era ya
un lugar común que podía encontrarse en otras fuentes escritas de la Antigüedad
romana, algunas, como las obras de los agrónomos Varrón y Columela, o las del
poeta Virgilio, mucho más próximas a los años en los que transcurren nuestras
novelas, y que referían lo mismo sobre las yeguas de las tierras más
occidentales de la Hispania Ulterior.
- Esa
historia tiene su origen, como casi todas las historias, en los mitos. ¿Me
equivoco, tribuno Galo?
- En
lo cierto estás, querida – responde el tribuno, acomodándose en el sofá, como
si se tendiera en un diván - Aunque, a decir verdad, en los mitos, la relación
primordial de los caballos con los elementos se inicia con el agua –
- ¿Y
nos lo vas a contar? – le pregunto, para evitar que se enfrasque en el último
número de la National Geographic, que ha pescado al vuelo conforme entraba en
el salón.
Suspira,
le echa una mirada resignada a la portada, la deja a un lado, y cuenta:
- Tras
el reparto de atribuciones entre los tres dioses hermanos, a saber: Zeus, Hades
y Poseidón, al último le correspondió reinar sobre todas las aguas. Y
cuenta la leyenda que el primer caballo surgió, al igual que si fuera un
manantial o una fuente, de un golpe del tridente de Poseidón sobre el suelo. Este
insigne dios, cuando estaba de buen humor y se sentía generoso, regalaba
magníficos caballos a los héroes… Que para que nuestros amigos modernos lo
sepan, eran una categoría de seres que se supone existió en un momento remoto
de los tiempos más arcaicos, mitad humanos, mitad divinos, puesto que eran
hijos de divinidades y personas, en cualquier combinación que se os ocurra… En
fin, volvamos a los caballos, porque hablar de los héroes sería largo y prolijo…
¿Por dónde iba? –
- Por
los caballos que regalaba Poseidón –
- Gracias,
querida… Bien, pues algunos de esos caballos eran animales alados, como el
famosísimo e inmortal Pegaso, que tan buenos servicios prestó a Belerofonte.
Esa capacidad de volar de algunos de los caballos de Poseidón fue lo que debió
iniciar la relación de los nobles brutos con el elemento aire. Y, a su vez, la
relación con el viento del oeste, Céfiro, tiene que ver con la paulatina
identificación entre Océano, el titán primordial, señor de todas las aguas, y
Poseidón, el dios olímpico a cuya jurisdicción pasaron éstas. Como todo el
mundo sabe,… bueno, sabía, en mis tiempos, al menos,… Océano vivía en los
confines de la tierra, en el extremo occidente del mundo, por donde y desde
donde soplaba Céfiro, siempre a sus órdenes. Otra leyenda decía que Pegaso, el
más veloz, y aéreo, de los caballos había nacido allí, en el extremo occidente,
junto a las fuentes de Océano… Con lo que, como os podréis imaginar, sólo fue
cuestión de tiempo que el viento acabara convertido en padre putativo de todos
los caballos del oeste de la Península Ibérica, la tierra en los confines del
mundo; y que el gran vate Homero acabara convirtiéndolo en una figura poética
al nombrarlo padre efectivo de Balio y Janto, los dos caballos divinos que
Poseidón regalara a Peleo, por sus bodas con la nereida Tetis, y que ése legó a
su hijo, el héroe Aquiles, de cuyo carro de batalla tiraron durante la Guerra
de Troya -
- ¡Cuánto
sabes, tribuno magnífico! – se asombra Pica – Y es una verdad grande y muy
verdadera eso que dices de los caballos de Aquiles: Homero los mienta, y si
Homero lo dijo, pues,... –
- ¿Ves,
querida? En mis tiempos todo el mundo conocía la historia de los caballos hijos
del viento que tiraban del carro de combate de Aquiles… -
- Tremendo,
Aquiles – dice Pica.
El
tribuno le da un golpe seco con la National Geographic enrollada. Pica da un
respingo.
- ¿Por
qué, tribuno? – le pregunta, sorprendido.
- Por
interrumpirme sin mi venia –
Como
veo que Galo ha vuelto a prestar atención preferente a la revista, le animo a
seguir:
- ¿Por
qué no le cuentas a nuestros lectores algo sobre los caballos de Aquiles? Seguro
que se han quedado en ascuas, pues, al contrario que en tus tiempos, cuando
Homero era una lectura habitual en las escuelas, en los nuestros, cada vez son
más raras las personas que leen sus obras -
- ¡Qué
me dices! ¡Horror de tiempos, los modernos! ¿Cómo que Homero ya no es lectura
obligada para los niños?
- Hay
demasiada violencia y muerte entre sus versos… -
- Lo
que digo: ¡qué tiempos!... Se evita a Homero para que los niños no lean sobre
guerra y mortandad, y, sin embargo, se les deja verlas directamente en las cajas
bizarras… -
- Los
caballos, tribuno, sigamos con los caballos, que, dentro de nada, vendrán a
reclamarte para que vuelvas al pasado.
- Pues,
bien, como decíamos hace unos momentos, Aquiles, héroe, hombre por ser hijo de
hombre, y semidivino por ser hijo de una nereida, utilizó en sus hazañas en la Guerra
de Troya un tiro de dos caballos que el dios Poseidón había regalado a su
padre, Peleo. Estos caballos eran inmortales y velocísimos, pues eran hijos de
una harpía, llamada Podarga, y del viento del oeste, Céfiro, que se supone la
había seducido en una amena pradera en las tierras que limitaban con los
dominios de Océano –
- Creo
tribuno que tendremos que explicar a nuestros lectores qué era una harpía –
- Sí,
hija, ya veo… Pues una harpía es uno de esos seres que abundan en los mitos,
mitad humanos, mitad animales. En concreto, tenían cabeza y busto de mujer, con
alas, cola y patas de ave rapaz, y su vuelo era rapidísimo. Una de ellas, la
susodicha Podarga, fue la madre de Janto y Balio, los caballos de Aquiles, que
heredaron de ella y del mismísimo viento Céfiro, el que entre nosotros se llama
Favonio, - que era considerado entonces como el más potente de todos los
vientos -, la velocidad y la inmortalidad. De ellos viene, seguramente, todo el
uso posterior de calificativos como “veloces como el viento”, “rápidos como halcones”,
“hijos del viento”, y similares, aplicados a los caballos en la poesía; y,
mezclado esto con algún que otro rumor pintoresco o colorida leyenda local, las
noticias que encontramos en mil y un tratadistas sobre agronomía, ganadería
caballar y mulomedicina… ¿Sí, Pica? –
El
veterinario le ha hecho un gesto, pidiendo la palabra.
- Concedo.
Habla –
- Pues
quería decir, mi tribuno, que, además de inmortales y rapidísimos, también eran
muy listos, más que sus aurigas, y podían hablar… En griego, y en verso,
además, ¿eh? –
El
tribuno hace un gesto de asentimiento y prosigue:
- Cierto.
Homero también pone en boca de uno de los corceles, Janto, dotado de voz por la
gran diosa Juno, un inspirado y profético parlamento, en el que, entre otras
cosas, le recordaba a Aquiles que su destino estaba sellado y que no regresaría
vivo de Troya… Janto y Balio, unos bonitos nombres para caballos que no se
utilizan hoy en día –
- Porque
no vaya a ser que les salga el caballo parlanchín y les diga lo que no quieren
oír – sentencia el primipilo Cornificio, entrando en el salón – Recoge,
tribuno, que ya van siendo horas de regresar a los cuarteles. Te recuerdo que
los magistrados de la colonia te esperan mañana bien temprano –
- Cierto.
Haces bien en recordármelo, mi querido primipilo – le dice el tribuno,
levantándose y dejando con mal disimulada pena la National Geographic sobre la
mesita.
- Pues
no te acostumbres, que yo no soy tu secretario – gruñe el primipilo, que se
despide de mí con un gesto de cabeza – Y que sepas que ésta es la última vez
que lo dejo todo embarbascado por venir a buscarte… ¡Cómo si no tuviera
mejores cosas que hacer! –
Se
marcha, relatando, y el tribuno le sigue, remedándole con gestos. Al tribuno le
siguen los legionarios de su escolta, aguantándose la risa. Sergio Pica se
repantiga en el sofá cuando todos salen, pero apenas ha colocado las manos
detrás de la nuca, Cornificio regresa, veloz como una ráfaga del mismísimo
Céfiro, le coge del cuello de la túnica, lo levanta en vilo y se lo lleva a
rastras:
- ¿Qué,
grandísimo tarugo, creías que me había olvidado de ti? –
Las
bonitas fotografías que ilustran esta entrada han sido compartidas por la
página de Facebook “I love horses”, publicadas en la revista National
Geographic o cedidas por algunas de nuestras lectoras, como ya habréis visto en
otras entradas del blog, o posts de nuestra página de Facebook.
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