Pintura al fresco (Museo de Nápoles, Italia) |
Después de este primer trimestre de 2017 será un poco más triste eso de ir de librerías por Sevilla, pues ha cerrado la que muchos considerábamos nuestra librería de cabecera, Céfiro. Tras muchos años sirviendo de referencia, sus escaparates de la esquina de la calle Virgen de los Buenos Libros dejarán de iluminar, como la lámpara en la ventana del viejo poema, el camino a casa de todos los que en esta ciudad nos dedicábamos a las ramas históricas del árbol de las ciencias humanas, y de muchos lectores que gustaban del consejo, siempre acertado de los buenos libreros.
No obstante, no ha sido la acerba crisis la que ha vencido a Céfiro, sino que su cierre se debe a una jubilación gozosa, por lo que la despedida ha sido alegre. Allí estuvimos, como mucha otra gente, en el último día oficial de la tienda, comprando unos últimos libros, de recuerdo.
El equipo de Céfiro y nuestra lectora, Pilar Lafuente, asidua clienta de la librería (foto: T. Piquet/2017) |
Deseamos encantados a nuestros amigos lo mejor para su nueva etapa, aunque nos quedemos recordando a Céfiro con un puntito de nostalgia.
(Foto: T. Piquet/2017) |
A la desaparición de Céfiro se han unido también los cierres de otras dos veteranas librerías de la capital: Vértice y Maimen.
Con la primera, especializada en idiomas y literatura internacional, cae el último bastión del libro en la antaño bien surtida de librerías calle de San Fernando, en la acera frente a la Real Fábrica de Tabacos, sede principal de la Universidad de Sevilla, donde los estudiantes nos proveíamos de manuales y monografías, a la par que encontrábamos esa novela, o ese libro de relatos o de poesía, al que, comprado con ilusión juvenil, dedicábamos horas de lectura que sisábamos al estudio.
Con la segunda, se va una de las veteranas librerías "de ocasión" de Sevilla, ya que en su amplio local de la calle Recaredo, además de las novedades y algunas colecciones de "clásicos", se podían encontrar durante todo el año ofertas de temática diversa, de restos de edición, colecciones y coleccionables, además de una siempre bien surtida sección de libro infantil y juvenil, y una entreplanta dedicada en exclusiva al cómic y la novela gráfica. Hacía ya algunas ediciones que no participaba en la feria anual del Libro Antiguo y de Ocasión, donde fuera asidua muchos años, y, finalmente, nos ha dejado.
También desapareció recientemente Beta, cuyas tiendas, repartidas por toda la ciudad, fueron cerrando una tras otras, después de haber sido algunos años un pujante grupo librero, que abrió para los lectores magníficos locales excelentemente surtidos. La crisis quemó el bosque, pero, afortunadamente, las cenizas son fértiles y en ellas, poco a poco, con esfuerzo y ganas de salir adelante, los antes empleados, van sembrando nuevas librerías, algunas, aprovechando los locales que quedaron vacíos y huérfanos de libros al cerrar Beta. Nos alegramos de ver de nuevo los escaparates diáfanos y los anaqueles llenos.
- ¿Y los copistas?, ¿dónde están?, ¿qué ha sido de ellos? -
- Mira que eres duro de entendederas algunas veces, Cayo. Ya te hemos explicado que, hoy en día, entre los modernos, los libros no se copian a mano. Hay una cosa, que inventó un tal Gutembergio, mucho después que nosotros, que servía para copiar los textos de manera semimecánica, y que llamaron imprenta. Y, con el tiempo, lo fueron mecanizando cada vez más,... - le dice Sereno, nuestro narrador.
- Y hoy en día casi ninguno de nuestros descendientes escribe a mano de motu propio. Los niños en las escuelas, y porque no les queda otra - añade, interrumpiéndole, su amigo, el oficial más guapo de las Hispanias.
- O sea, que los copistas se acabaron quedando sin trabajo - dice Cayo, después de quedarse unos momentos pensativo.
- Mismamente, contubernal - dice otro de los oficiales que han venido esta tarde.
- Pues si yo me echara a la cara al Gutembergio ése, se iba a enterar,... A propósito, ese nombre me suena a germano - dice Cayo, arrugando el entrecejo.
- No andas descaminado. Gutemberg era alemán, o sea, que vivía en lo que en vuestros tiempos era la Germania - le aclaro.
- ¡Qué tiempos, Fabio! ¿Quién iba a decirnos a nosotros que los germanos acabarían metiéndose a inventores, como si fueran griegos? - exclama el oficial tuerto.
- Si lo llegamos a saber entonces, se enteran,... pero bien enterados; y se les hubieran quitado las ganas de inventitos para dejar a la plebe sin trabajo - concluye Cayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario