sábado, 11 de febrero de 2017

CAMINO A CÓRDOBA

Palacio del Bailío (Córdoba, España)

Una vez cumplida nuestra misión también en Montequinto (Dos Hermanas, Sevilla), nos preparamos para la siguiente etapa de la peculiar campaña de conquista de lectores por parte de la Legión X, que nos llevará, Guadalquivir arriba, hasta la bella ciudad de Córdoba.
La presentación será el próximo día 17 de febrero, en uno de los hermosos edificios del patrimonio monumental de la ciudad, el Palacio del Bailío.
- Así que, queridos personajes, ya podéis ir haciendo los preparativos para poneros en marcha. Nos vamos a Córdoba -
- Un momentito, guapa, que ésta es mi legión y las órdenes las doy yo - me dice, retador, el oficial de mayor graduación - El acuerdo al que llegamos era que tú podrías curiosear entre nosotros, y después les contarías nuestras andanzas a los modernos - añade, sacando la chapa de bronce donde lo han puesto por escrito - Pero eso no te da ninguna autoridad. Ninguna. Releelo si quieres -

Queridos lectoras y lectores, sólo le ha faltado añadir lo de "¿por qué rayos a esta criatura no se le habrá ocurrido ponerse a hacer ganchillo, en lugar de meterse en cosas de hombres?"; pero es un caballero romano, y nunca hará un desaire a una mujer, ni tampoco le dirá nada que ella pudiera considerar ofensivo. Por muchas ganas que tenga, un buen caballero se morderá la lengua.

- Quizás nuestra Flaquilla se ha dejado llevar por el entusiasmo - dice el narrador, Sereno - Y no pretendía dar las órdenes, sino sólo informarnos de que considera que es el momento apropiado para que hagamos los preparativos de marcha - Después, volviéndose a los demás centuriones, añade, bajando la voz, en un vano intento para yo no pueda oírlo: - Considerad que la necesitamos, porque, por lo que quieran los dioses que sea, ella es la única que puede hacer que pasemos de nuestro tiempo al suyo, y contarles nuestra historia a nuestros descendientes,... Que es lo que, a fin de cuentas, queremos, ¿no, hermanos? -
- Tienes razón, como de costumbre, Sereno - dice uno, cabeceando.
- Cierto; no podemos arriesgarnos a que se enfade y volvamos a caer en el olvido - dice otro.
- Pues si se enfada, que beba agua - dice el oficial de mayor graduación - Porque lo que soy yo, no me disculpo. No he dicho nada ofensivo, ni nada más que la pura verdad -
- Hagamos como si nada - sugiere otro, encogiéndose de hombros.
- Será lo mejor - reconoce el oficial de mayor graduación. Carraspea y me dice: - Ya está todo organizado, y los hombres preparando la impedimenta. En cuando los suboficiales informen de que están listos, daré la orden de marcha -
- Eso será con mi permiso, supongo... - dice el tribuno, que acaba de llegar - Porque la máxima autoridad ahora mismo soy yo, y como tribuno al mando, yo doy las órdenes... Cosa que se os olvida cada dos por tres, queridos centuriones - añade con retintín.
- Sereno, encárgate de que preparen un tiro de mulillas para el carromato del señor tribuno magnífico, que el camino a Corduba es largo - dice el oficial de mayor graduación, haciendo un gesto a medio camino entre la condescendencia y la resignación.
- Si, hijo, pero, a ser posible, diferente del carromato de los suministros médicos, que no me gusta viajar entre bultos -
- ¡Quisquilloso! - dice el oficial de mayor graduación entre dientes.
- ¡Que te he oído! - exclama el tribuno - ¿Ves, Flaquilla, lo que tengo que aguantar por ser un hombre discreto y un filósofo apacible?... Que esta caterva de pechos de lata me tome por el pito del pregonero,... -
- ¡Ehem! - carraspea el oficial de mayor graduación, conteniéndose visiblemente - ¿Pero de qué te quejas, tribuno?... Si te lo damos todo hecho. No tienes que preocuparte de nada, y ocuparte, de mucho menos -
- Para eso estamos nosotros - añade el siguiente centurión en el escalafón - Tú sólo tienes que subir a tu excelente persona al carromato cuando te lo tengamos dispuesto, y disfrutar del viaje,... Que nos vamos a Corduba, ¿eh?... Con lo que a ti te gusta una buena ciudad con todas sus comodidades -
- Eso, que volvemos a la capital - dice un tercer centurión.
- Con sus tertulias de filósofos, para echar el ratillo de cháchara con tus colegas, charlando en griego, y pensando y discutiendo sobre todas esas cosas tan importantes que no le importan a nadie más que a vosotros mismos - dice otro de los centuriones.
- Déjalo, Cayo, que íbamos bien y lo vas a estropear - le dice Sereno entre dientes.
- ¡Ay, tosca es mi Minerva! - exclama el tribuno, levantando las manos al cielo en un gesto teatral.
- Si en el fondo le gusta - me dice el centurión Cayo - Se queja mucho, pero eso le da algo en qué entretenerse -
- Hace como que se enfada y nos deja por imposibles - añade el segundo centurión en el escalafón -, pero nos quiere como si fuéramos sus hijos. En el fondo, no es que le guste, como dice éste, sino que es un pedazo de pan. Gruñe y da mucho ruido, pero es un pedazo de pan, de pan del bueno -
- ¡No lo soy! ¡Y un día de éstos os vais a enterar de lo que significa que este tribuno se enfade con vosotros! - exclama el tribuno, rojo de indignación, removiéndose incómodo entre los pliegues de su toga.
Los centuriones miran al techo.
- Flaquilla, préstale uno de tus libros, uno bien grueso, y verás qué pronto se la pasa - me sugiere Sereno - Tú, cambia de tema - le dice al que tiene al lado, dándole disimuladamente con el codo.
- ¿Qué? ¡Ah, sí!,... Que, esto,... ¡y lo bien que lo vamos a pasar en la capital!... ¿Eh?... ¿Quién no se acuerda de cómo son allí las Saturnalia? -
- Lástima que ya queden atrás esas fechas - digo, contribuyendo al cambio de tema; cosa que todos me agradecen con sonrisas sinceras - Pero, bueno, estamos cerca de Carnavales -
- ¿Carnavales? ¿qué cosa son? -
- Unas fiestas que pueden ser tan divertidas como unas buenas Saturnales. La gente se disfraza, y hay grupos que cantan canciones divertidas, cómicas, críticas e irreverentes -
- Oye, Cayo, ¿no hay un par de tíos en tu centuria a los que les gusta disfrazarse por Saturnalia y cantar coplillas chuscas? A lo mejor, si los dejamos, hasta quedamos bien con los modernos -
- Pues esos dos precisamente no están en la lista del destacamento - responde Cayo.
- ¿Arresto? ¿Conducta inapropiada? - pregunta el oficial de mayor graduación, levantando una ceja.
- Nada de eso. Simplemente, no les incluí -
- Pues ya los estás inscribiendo en la lista ahora mismo - le ordena - Si son un par de payasos, a lo mejor en esta ocasión eso nos vale de algo -
- Está hecho, hermanos - dice Cayo - Ahora mismo voy a encargarme, y a decirles que no se olviden de meter los disfraces en sus mochilas -
- Queridos - les dice el tribuno, al que un vaso de agua y mi promesa de prestarle un altas le han quitado el berrinche - No creo que disfraces y payasadas sean lo más oportuno para dar a nuestros descendientes una buena imagen de nosotros mismos -
- Venid a ver esto - les digo, y los siento delante del televisor, a ver una sesión del concurso de agrupaciones carnavaleras en el Teatro Falla de Cádiz.

Tengo que explicarles algunas cosas, que hacen demasiada relación directa al presente, pero, en general, lo entienden todo, les hace mucha gracia y se ríen a carcajadas. Incluso el tribuno, que prefiere mantener el tipo de filósofo serio y grave, disimula la risa de tanto en tanto.
- Seguro que vuestros muchachos no desentonan en absoluto - les digo.
- Ya lo creo que no - ríe uno de ellos.
- Y cantan mejor - dice el centurión Cayo, con mal disimulado orgullo.
- ¿Y esto dónde es? - me pregunta el centurión de mayor rango, con las lágrimas saltadas de tanto reír.
- En Cádiz, digo, en Gades -
- ¡Gades! - dicen todos a coro.
- ¿Os acordáis, contubernales, de la que liamos allí? -
- Yo sí - dice el tribuno, torciendo la boca - A mí no se me olvidará mientras viva, y creo que a los gaditanos tampoco -
- Eso me lo tenéis que contar -
- Otro día, Flaquilla. Otro día. Ahora tenemos que centrarnos en nuestra próxima misión en Corduba -

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