NOCHEBUENA CON LOS ANTEPASADOS
- ¡Los
garbanzos están duros! ¡Rayo de Júpiter! –
- Ya te
lo dije, contubernal, que no te fiaras de que un trozo de vidrio con redondeles
pintados de blanco fuera a funcionar tan bien como un buen fuego de leña. Pero
tú, ¡hala!, ¡modernidad!, ¡modernidad! –
- ¡Qué
salao estás tú hoy! –
- Como
van a quedar los garbanzos, con tanto hueso de jamón y tanta costilla salada
como les has echado –
- Lo que
tenías que haber hecho era ponerlos más temprano, que tanto pimplar del vino
dulce ése, tanto, que se te pasó la hora –
- Menos
criticar y más echar una mano, ¿eh?, que los salmonetes no se limpian solos –
- Pues a
mí lo que me tiene pasmado es que estos pescaditos estén como recién sacados de
la red, y, según dice nuestra amiga, llevan más de una semana dentro de la caja
fría –
- Menos
pasmo y más atención, que casi te rebanas un dedo con el cuchillo –
- ¿Alguien
quiede otra cobita? ¡Hips! –
- ¡¿Quiere
alguien quitarle a Cayo la botella del vino?! –
- ¡Trae
pa’ca, contubernal! ¡Que no va a quedar para los postres! –
Sí,
queridos amigas y amigos, habéis supuesto bien: mis personajes han aceptado mi
invitación a cenar esta Navidad en mi casa. Pero insistieron en cocinar ellos,
así que, en cuanto llegaron, tomaron la cocina por asalto, me sentaron en el
salón, cogieron las botellas de vino, se remangaron y se pusieron a preparar
unos garbanzos, para el almuerzo, y el pescado, para la cena, mientras cascaban
nueces y comían los higos secos que habían traído.
Los
garbanzos los tomamos bien tarde, entre risas. Estaban algo duros, pero muy
sabrosos, y el vino ayudaba a olvidarse de las pegas.
- ¿De
dónde dijiste que era este vino, querida? –
De
Jerez – se lo señalo en el mapa que preparé para ellos, con un cruce de datos
entre las ciudades de su época y las de la nuestra, para que se orienten.
- ¡Vino
ceretano! ¡Je, je! ¡Qué bien lo hicimos! –
- No te
cuelgues condecoraciones ajenas, Marco, que yo en la vida te vi siquiera
acercarte a una parra –
- ¡Minucias! –
Uvas (foto: Yolanda Henares/2016) |
Más
tarde, consigo sentarlos a todos a la mesa.
- Vamos
a felicitar a todos nuestros lectores, ¿os parece? –
- ¡¡Nos
parece!! – dicen a coro, entre risas y guiños.
Sé que pretenden burlarse de mí,
pero hago como si no me afectara lo más mínimo.
- Queridos
lectoras y lectores: ¡¡Feliz Navidad!!... Vamos, todos a la vez –
- ¡¡¡FELIZ
NAVIDAD!!! -
- ¡¡¡IO,
SATURNALIA!!! –
- ¡¡¡Cayooo!!!
–
- ¿Gue
basa? –
- Que lo
moderno es decir “feliz-navidad”... ¿No habíamos quedado en seguirle la corriente
a nuestra amiga? –
- ¡Gips!
–
- Tiberio,
esconde el vino –
- Esbera,
Biberio, una cobita mash, para abrir boca, gue ya sabesh gue no me gusta el
bescado -
- Al pescado
todavía le queda un rato –
- Mientras,
podríamos contarles algunas cosas a nuestros lectores –
- ¿Cómo qué?
–
- Estas
fechas eran tan familiares y entrañables para vosotros como lo son aún hoy en
día. ¿No echabais de menos a vuestras familias, aquí, en lo que para vosotros
era ultramar? –
- ¡¡¡
Noooo!!! – dicen, de nuevo a coro, entre risas.
- ¡Vaya!
–
- Estamos
de broma –
- Lo
estarás tú. No hables por los demás. Yo a mi mujer le dije: “querida,
considérate viuda, porque de ésta seguro que no vuelvo”. Eso le dije. La última
vez que estuve en Roma,… hace ya años –
- Y ella,
¿qué te dijo? –
- Se
echó a llorar. Las mujeres siempre tenéis la lágrima detrás de la oreja –
- ¿Y tú?
–
- Yo
no. Las sentimentales sois vosotras. Le di una palmadita en el brazo y le dije:
“ea, ea”; y me fui tan ancho, porque no le dije que, aunque saliera con bien de
la contienda, yo no pensaba volver de ninguna manera –
- Eres
un descastado. Yo les escribo, a mi mujer y a mis hijos, cada vez que hay
facilidades de correo –
- ¿Y
te contestan? –
- Por
supuesto, aunque a veces mis misivas les hayan llegado con un año o más de
retraso,… -
- Cuando
quieras volver por Roma, tu mujer ya se habrá casado con otro –
- Me
dijo que me esperaría –
- Sí,
la primera guerra… Llevamos ya tantas, que eso cansa a cualquiera –
- Yo,
en cambio, no sufro de esos males. Nunca me he casado –
- Yo,
tampoco –
- ¡Venga
ya!,… pero si ya tienes candidatos a familia a la espera –
- Hasta
que no me case con ella y adopte a sus hijos, no hay nada que hablar –
- El
que sí que tiene males a espuertas es el tribuno –
- ¡Hombre!
Es, ¡hips!, el médico jefe –
- No
es por eso, tarugo beodo; me refiero a males familiares –
- ¿Ah,
sí? –
- Tú
sabes algo, contubernal. ¿De qué te has enterado? –
- ¡Desembucha,
pájaro! –
- ¡Chissst!
¡Que viene el tribuno! ¡Disimulad! –
- ¡Las
enaguas de Juno, bero qué bueno está este vino! –
- Disculpa
el retraso, querida, pero me han entretenido los magistrados algo más de la
cuenta. Acepta este presente,… ¡¡¡Nicodemooosss!!! ¿Dónde te metes? –
- ¡Ay,
señor! Que no había venido nunca antes al tiempo de los modernos y me he hecho
un lío –
- El
presente,… para mí, no;… para ella –
- ¡Ah!
¡Eh! Sí,… Acepta, señora, este detalle de parte del honorable tribuno
senatorial – dice el hombre, haciendo una inclinación muy pomposa y tendiéndome
un cesto, en el que, entre ramas de laurel y romero, han colocado con mucho
cuidado varias velas de cera, algunos pasteles, una orcita de miel y una buena
cantidad de embutidos.
- ¡Muchas
gracias! Servíos una copita de vino,… ¿Dónde está el vino? –
- Hemos
tenido que quitarlo de la vista y del alcance de la mano de Cayo – me dice el
narrador, señalando con un gesto de cabeza al oficial al que se le ha puesto la
nariz cómicamente roja, pero éste hace un guiño y saca la botella con gesto
triunfal de debajo de la ropa de camilla de la mesa.
- ¿Gué?
¿Greíais gue me la ibais a pegar?...No estoy beodo; sólo un poquito achispado…
¿Una gopita, mi tribuno? –
- ¡Buen
detalle, tribuno! –
- Sí,
contubernales. Nosotros no hemos estado tan finos. Deberíamos haberle traído a
nuestra amiga algo más que nueces e higos pasos –
- Pero
hemos cocinado –
- De
acuerdo. Pero no queda tan fino como el regalo del tribuno, reconócelo –
- Es
que el tribuno tiene mucho mundo y ha comido y compartido lecho con lo mejorcito de Roma
–
El
tribuno se atraganta con el vino. Su sirviente, Nicodemos, le da golpecitos en
la espalda, con cara de circunstancias. Y demás oficiales no saben si dejar
escapar la carcajada o mirar al techo para disimular.
- Anda
que tú también, Marco - le regaña el oficial de mayor graduación al que hizo el
comentario.
- ¿Qué
pasa? –
- Que
parece que te has caído de un guindo – le regaña también el narrador – Nuestros
descendientes comen siempre sentados, así que compartir el lecho con alguien significa
una cosa bien distinta para ellos –
- ¡Acabáramos!
– Marco cae en la cuenta y se queda en suspenso, sin saber qué decir.
Un
momento después, todos cruzan miradas de complicidad y rompen a reír a
carcajadas.
- ¡Menuda
fama vamos a crearte entre nuestros descendientes! ¿Eh, tribuno? –
- Justo
la que me hacía falta – gruñe el tribuno, incómodo.
- ¡La
cena! ¡Que venga alguien a ayudarme a llevar todo esto a la mesa! – dice a
voces el oficial grandullón desde la cocina.
Los
demás sacan monedas y se ponen a echarlo a suertes.
Bien,
queridos amigas y amigos, vamos a cenar. Os aseguro que es la cena de
Nochebuena más peculiar de toda mi vida. Espero que vosotros disfrutéis también de la
vuestra, os acompañe quien os acompañe.
¡FELIZ
NOCHEBUENA!
- ¿Por
qué dice ahora “nochebuena”? ¿No quedamos en que en los tiempos modernos se
dice “navidad”? –
- Luego
te lo explico, contubernal. Coloca estos platos en la mesa –
- ¡Más
vino! –
- ¿Todavía
no has tenido suficiente? –
- Nooo.
Si es muy ligerito,… y ni siquiega le he puesto agua –
- ¿Y
tú dices que no, Aulo? Pues yo te digo que así es como empiezan los beodos
perdidos: dejan de aguar el vino –
- ¡Menos
cháchara y moved la retaguardia de los asientos! ¡Que necesito manos en la
cocina! –
- ¡Cabeza!
Te ha tocado, Cayo – Aulo ha lanzado una moneda y ésta ha caído de cara.
- ¡Foy!
¡Hips! – dice el aludido, tratando de incorporarse torpemente.
- Éste
no llega a la cocina –
- ¿Qué
apostamos? -
- Mientras
ellos se arreglan para servir la cena, querida, ¿dónde dejaste ese tratado
sobre hormigas tan interesante que me prestaste el otro día? -
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