Mosaico con esqueleto (Pompeya, Italia) |
El mes de Mayo era "el otro" mes de los difuntos en tiempos de nuestros antepasados. El primero, como ya vimos en la entrada correspondiente, era el mes de Febrero, cuando se celebraban las Parentalia.
Si las Parentalia conmemoraban a los ascendientes directos, y uno de sus días tenía carácter de fiesta pública, las Lemuria se celebraban para contentar a todos los espíritus de los parientes y antepasados, y las fiestas tenían carácter privado, aunque el carácter religioso y negativo de las fechas se respetaba escrupulosamente, de forma que la gente se abstenía se reservar esos días para acontecimientos que precisaban de buena suerte, como matrimonios, cierre de tratos mercantiles, inicio de viajes, e incluso declaraciones de guerra. Los días señalados eran el 9, el 11 y el 13 de Mayo, que eran los que la tradición marcaba como los momentos en los que los espíritus accedían al mundo de los vivos. Eran, pues, los días de los fantasmas, y, según la creencia popular, éstos vagaban por las calles, los lugares que les habían sido gratos en vida y, sobre todo, por las que habían sido sus casas, donde no era extraño que, en la oscuridad de las noches, se aparecieran a sus descendientes, o a los nuevos moradores de la vivienda.
- Con no pocos sobresaltos y quebrantos para esas pobres criaturas - dice el tribuno, a modo de saludo.
- Ya creía que no vendríais -
- Tienes razón, bonita: llegamos a los güevos del gallo - gruñe el oficial de mayor rango - Pero no podíamos salir sin dejarlo todo preparado -
- Es que aquí, el abraza altares mayor, se ha empañado en venir, y hemos tenido que esperar a que terminara con los zahumerios de rigor - explica el narrador.
- Primer día de Lemurias - dice el aludido, encogiéndose de hombros - No podía faltar, porque recuerdo perfectamente que en las Parentalia prometimos contar a los descendientes sobre los rituales de estas fechas tan señaladas -
- Sentaos. Os voy a sacar un vino dulce que me han regalado y que seguro que os va a gustar - ofrezco, yendo a por la garrafa y un juego de copas.
- ¿Vino? ¡Puedes estar segura de que nos gusta! - ríe otro de los oficiales.
- En tratándose de vino, cualquiera es bueno - ríe también otro.
- Buena boca tiene mi caballo - se burla de él su compañero, dándole un codazo amistoso.
Todos ríen. Me quitan la bandeja de las manos y se sirven el vino.
- En nuestros tiempos, la cortesía aconseja servir a las damas primero - les digo.
- En nuestros tiempos, las damas no beben vino - me responde uno de ellos.
- Vino de pasas, sí, queridos - les digo, mirándoles a todos, por turno. ¡Si lo sabré yo!.
- Cierto - reconoce el tribuno - El vino de pasas es una bebida apropiada para damas. Pero con moderación, así que, si quieres beber con nosotros, búscate una copa más pequeña, querida -
- ¡Da igual! - dice el oficial de mayor graduación - Estamos en su tiempo, donde, por lo que parece, las mujeres beben tanto como los hombres; el vino es suyo y estamos en su casa,... ¡qué haga lo que quiera! -
- En su tiempo a nadie le va a importar, y en nuestros tiempos nadie se va a enterar - añade el narrador.
- Y, total, si se supone que nosotros estamos muertos,... - dice otro de los oficiales - Oye, que ahora caigo: nosotros, aquí, ¿qué coño somos? ¿lemures?... Un momento: si lo somos, ¿todos somos de la familia de ella?,... porque eso es muy raro;... porque, que yo sepa, yo no os toco nada a ninguno de vosotros, y entre vosotros tampoco sois parientes -
- Querido, esta situación nuestra en el Futuro es mucho más complicada que todo eso - le dice el tribuno.
- Pues sí que me aclara la cosa tu sabiduría proverbial -
- Bien - les digo, después de dar un sorbito a mi copa, - ¿qué os parece si hablamos del tema de hoy, los fantasmas? -
- Lemures, niña, lemures - me dice el más pío de los oficiales - Los espíritus de los familiares difuntos se llaman lemures -
- Nosotros los llamamos fantasmas, como a todos los espíritus de las personas fallecidas -
- Pues ni se os ocurra llamar así a los nuestros, porque la lían parda -
- Sí, y ¡para qué queremos más! ¡zahumerios y habas volando por todas partes! - dice el tribuno, con un tono cargado de ironía.
- Impío y ateazo. Eso es lo que eres, tribuno, por muy en las alturas del Senado que se hayan sentado siempre tus antepasados,... ¡qué contentos los tienes que tener! - le dice el más pío.
- Lo que quieren decir - interviene el narrador - Es que cada clase de espíritu tiene un nombre, y hay que tratar de ser precisos a la hora de dirigirse a ellos, o hablar sobre ellos. Estamos en la quina de las Lemurias, así que cuando hablamos de los espíritus hay que dejar claro que nos referimos a los lemures -
- De acuerdo, seamos precisos. Entonces, ¿creíais que estos días los espíritus de antepasados y familiares, o sea, los lemures, accedían al presente y visitaban a los vivos? -
- Mismamente - dice el oficial más pío.
- A decir verdad - me aclara el tribuno - Había de todo, como en vuestros días, hijita. Desde aquéllos que lo creían a pies juntillas, hasta los que pensaban que eran leyendas y cuentos de viejas; pasando por los que, aunque no se lo creían del todo, cumplían supersticiosamente con los rituales, por si acaso -
- A ti te convendría apuntarte a eso - le recomienda el más pío.
Los demás ríen por lo bajo, o lo disimulan.
- A todos os convendría - el más pío les abarca con una severa mirada de su único ojo, mientras desgrana lentamente las palabras de la frase, en tono de advertencia.
Y entonces todos, excepto él, rompen a reír a carcajadas.
- ¡Lo que tengo que aguantar! - se queja el más pío.
- Bueno, aunque ellos no estén por la labor, - le digo, tratando de consolarlo - estoy segura de que a nuestros queridos lectoras y lectores les gustará conocer en qué consistían las celebraciones y rituales. ¿Querrías contárnoslo? -
- De acuerdo. Para que nuestros descendientes sepan cómo hay que tratar con los lemures, por si se les da el caso de encontrarse con alguno en sus hogares - acepta.
- ¿Quiere eso decir que, de alguna manera, los espíritus, los lemures, seguían vinculados a sus domicilios familiares? -
- Ciertamente. Por eso, los rituales se celebraban en la más estricta intimidad de las viviendas familiares, y era el cabeza de familia el encargado de llevarlos a cabo -
- ¿Cuál era su finalidad? ¿tenerlos contentos? ¿apaciguarlos? -
- Contentos y tranquilitos, para que dejen a los vivos en paz - dice otro de los oficiales, al que la nariz se le ha puesto cómicamente roja, sirviéndose más vino.
- Su finalidad era ofrecerles sustento, de manera simbólica, para que supieran que la familia siempre se encargaría de mantener su memoria - explica el más pío - Así que se les ofrecían habas, para que las tomaran y se marcharan conformes, sin asustar ni atormentar a sus familiares vivos -
- ¿Y cómo se hacía? -
- Era un ritual muy antiguo, que había que seguir de manera rigurosa,... -
- ¿Y qué ritual no hemos de seguir de manera rigurosa? - le interrumpe el tribuno.
- Es una pregunta retórica, niña. No le hagamos caso. Cosa de filósofos - me dice el más pío, continuando con su relato - Cada noche de las tres señaladas, a la medianoche, el pater familias tiene que lavarse muy bien las manos, y recorrer la casa, descalzado, pisando lentamente y con mucho cuidado, sin mirar nunca a su espalda bajo ningún concepto, y repetir la fórmula nueve veces, arrojando sobre su hombro un haba negra cada vez -
- No las tira, las escupe - interviene otro de los oficiales - Tiene que llevar en la boca nueve habas negras, rechupetearlas bien y escupirlas después de cada una de las veces que repite la letanía -
- No puede escupirlas - interviene el de la nariz roja - Porque para escupirlas por encima del hombro, tiene que volver la cabeza, y entonces, mira hacia detrás; y no puede mirar, porque entonces vería al cortejo de sus lemures que le van a la zaga, recogiendo las habas -
- Pues que cierre los ojos - dice otro.
- No, lo que se hace es escupir mirando hacia otro lado. No por encima del hombro, macho, que eso es el más difícil todavía -
- Pero ¡¿qué sabréis vosotros?! - les reprocha el más pío.
- Pues lo que todo el mundo, ¡anda éste! - le contesta el de la nariz roja - Que pocas veces había oído yo a mi padre levantarse a medianoche y andar por la casa, a oscuras, tropezando con los muebles y escupiendo habas a diestro y siniestro -
- Y si no te despertabas entonces, lo hacías cuando pegaba golpes con el cucharón sobre la bandeja de bronce, cuando terminaba - añade el narrador, que sonríe al recordar sus noches de fantasmas de la infancia.
- Un día os voy a dejar por imposibles y a ver quién es el guapo que se ocupa de las cuestiones espirituales - les amenaza el más pío.
- Para guapo, éste - el de la nariz roja señala al más guapo de los oficiales, uno de los amigos de quinta del narrador.
- Sí, guapo, ¡para qué negarlo! - sonríe el aludido - Pero como bien sabéis ya, mis queridos colegas, no creo en lemures, ni en otras cosas, por lo que no estimo ser el más indicado para ocuparme de las cuestiones religiosas - añade haciendo gestos de aprendiz de retórico.
- Creo que a nuestro querido Tito aún le quedan muchos años de buenos servicios que prestar al ejército, y a los dioses, antes de pensar en un sustituto para él - tercia el tribuno - Dejémosle terminar con su relato para los descendientes -
- Gracias por tu apoyo, mi tribuno. Creo que queda claro por qué mucha gente sufre el acoso de sus lemures -
- ¡Porque no siguen bien los rituales! - corean los demás oficiales, con ganas de broma.
- Hay que realizarlos de la manera lo más escrupulosa posible. Primero, dejar preparadas todas las cosas necesarias antes de irse a la cama. A saber: agua lustral, nueve habas negras, un objeto de bronce y algo con lo que golpearlo para producir un importante efecto sonoro. Estar despierto, para poder realizar el ritual exactamente a medianoche. Lavarse las manos. Recorrer cada estancia de la casa a paso solemne, sin calzar, haciendo la higa con los dedos. Volver a lavarse las manos, coger las habas y tirarlas una a una por encima del hombro, sin mirar atrás, repitiendo las nueve veces la fórmula: "lanzo estas habas y con ellas me redimo a mí y a los míos". Después debe volver a lavarse las manos y hacer sonar el bronce, y repetir nueve veces la fórmula de despedida: "salid de aquí, manes de mi familia". Después se puede volver a la cama tranquilamente, porque los lemures se habrán ido. Aunque, claro, tendrá que volver a repetir el ritual dos veces más, el día 11 y el día 13 -
- Pues en mi casa, mi padre, y antes, mi abuelo, cuando terminaban, decían en voz alta que ya habían sacado a los lemures fuera de la puerta de casa - añade el otro oficial amigo del narrador.
- ¡Bah!, cosas de sabinos - dice el más pío - Agradezcamos el vino a nuestra anfitriona y marchémonos, que se ha hecho muy tarde -
- Sí, no vaya a ser que nos pille la medianoche y nos encontremos con algún lemur despistado que nos pregunte por dónde queda la nueva casa del tarugo de su hijo, que viene a colonias a torturarle un poco - dice el oficial de mayor rango.
La imagen que traemos hoy para ilustrar esta entrada de fantasmas, perdón, de lemures, es un mosaico procedente de la antigua ciudad de Pompeya (Nápoles, Italia), y representa a un esqueleto con un askos (vasija para servir líquidos) en cada mano. Los esqueletos, símbolo como hoy en día, de la muerte, eran otro tipo de espíritus, llamados de forma genérica laruae, de los que también hablaremos con nuestros personajes a lo largo de estos días de Lemuria.
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