Mosaico con aves, marisco y peces |
- Sí, Prisca - Creo que son el resultado de una cacería por parte de los que tú llamas "muchachetes de la quincalla reluciente en el pecho" - le contesto, recordando lo que el narrador me contó en la entrada de ayer.
Y es que, queridos lectoras y lectores, mis personajes, una vez que han aprendido el camino desde el Pasado, ya ni siquiera esperan a que los convoque, sino que van y vienen a su antojo. Esto me recuerda algo que Mario Vargas Llosa dijo en su discurso de recepción del Nobel, que tituló "Elogio de la Lectura y la Ficción":
"(...) Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, (...)" (Vargas Llosa, 2010, página 33).¡Ay, don Mario!, que el caso es que los míos ya se han desmandado. Hoy, sin que me diera cuenta, alguno de ellos ha venido y me ha dejado unos patos muertos en la cocina.
- Patos muertos, patos muertos,... ¿qué manera es ésa de hablar, niña? Menudo regalo que te han hecho: grandes, gordos, de plumaje reluciente y recién cazados,... Maduran un poquito y ¡a la cazuela! -
- Pero habrá que limpiarlos y vaciarlos, ¿no? -
- Pues claro, y antes hay que desplumarlos,... ¡ay! que ya se: a ti lo que te pasa es que nunca has limpiado y sacado los entresijos a un pájaro - se ríe - Tú vas a la pollería y los compras ya listos para echar a la cazuela -
- Despiezados incluso, Prisca -
- Sí, como los cocineros finos, que sólo compran alitas o pechugas; o hacen que sus pinches las despiecen y les echen el resto del pollo a los perros de la casa - dice, burlona.
- ¿Quiéres tú los patos? -
- ¿Dices que me lleve yo esas hermosuras a mi casa? Y que me vea el guapo que te los ha regalado y me organice un escándalo,... Noooo,... A propósito: ¿quién ha sido? - añade, guiñando un ojo - ¿Está soltero? ¿o es un casado sin vergüenza que anda buscando líos? -
- Sólo se que es muy aficionado a la cacería - miento, para evitar que Prisca vaya chismorreando por ahí - Y no pasa nada. Si te dicen algo, les contestas que te los he regalado yo -
- Aficionado a la cacería,... ¡ehem!,... No te preocupes, hijita, que ya me enteraré quién te pretende, y si es buen partido -
- No, Prisca, no te molestes -
- ¿Molestia? Si no es nada; si lo hago encantada -
Queridos lectoras y lectores, no me cabe la menor duda. Y menos aún cuando la veo echarse el mantoncillo sobre la cabeza y salir corriendo hacia el Pasado, dispuesta a ponerse a enredar en el asunto.
- ¡Prisca! Que te dejas los patos,... -
La imagen que ilustra esta entrada es un fragmento de un bellísimo mosaico encontrado en la antigua ciudad de Pompeya (Nápoles, Italia), en el que se puede ver una pareja de ánades (la hembra sujeta un capullo de loto en el pico), cuatro tordos, algo de marisco (almejas, vieiras, múrices, mejillones, navajas) y varios peces. Todas estas criaturas formaban parte de la dieta habitual en la época de nuestras novelas (finales del siglo I antes de Cristo). Las aves de corral, y de cacería, como las de este mosaico, eran las proveedoras más habituales de carne, para los menús cotidianos de lo que podríamos considerar la familia media romana. Otro aporte de proteínas muy importante era el pescado, que se consumía tanto de agua dulce como de agua salada; fresco, si se residía en la costa o en las proximidades de un río o lago; o bien en salazón, o conservado en aceite o escabeche. El marisco, que gustaba mucho, sólo se consumía, debido a lo delicado de su conservación, en las localidades costeras o muy cercanas a un puerto de mar.
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