viernes, 18 de noviembre de 2016

GUERRA ANTIGUA

Casco griego (Museo de Jerez de la Fra./Cádiz/España)


BELLA, HORRIDA BELLA
(“Guerras, horribles guerras”. Virgilio, Eneida, VI, 86)

La guerra era prácticamente endémica durante la denominada Edad del Hierro, en gran parte de Europa. El enfrentamiento por el territorio, por los recursos, por el control de las vías de comunicación, o, en muchas ocasiones, por el poder dentro de las mismas comunidades, hacía que las relaciones entre los distintos grupos humanos se basaran en la confrontación; o en las diferentes maneras de evitarla, en un continuo baile de pactos y rupturas, de ataques y alianzas.  

Los ejércitos no eran profesionales, sino el conjunto armado de todos los hombres en edad de combatir de una comunidad. En los casos de las ciudades-estado, podía tratarse de una milicia urbana, formada por los habitantes con derecho de ciudadanía, - asimismo en edad de combatir y con suficientes medios económicos propios como para costearse el armamento -; o bien, dependiendo de la opulencia de la ciudad, de una tropa de mercenarios contratados para la ocasión.

  Cuando el ejército romano se profesionaliza, tras las reformas de Cayo Mario, hacia el año 100 antes de Cristo, deja de ser la milicia ciudadana que había sido hasta entonces, reclutada y organizada sólo en casos de necesidad y como medida de protección para Roma. Aunque ya sabemos que, según la mentalidad de la época, un ataque era la mejor defensa, tal como expresaba claramente el refrán latino, Si vis pacem, para bellum (si quieres paz, prepara la guerra).
 Las legiones romanas se convirtieron en entidades militares estables y se modernizaron, pero se siguieron enfrentando a enemigos cuya organización y forma de hacer la guerra permanecían ancladas en lo que podríamos llamar una mentalidad de la Edad del Hierro. En esa mentalidad arcaica, las razzias contra los vecinos eran consideradas como una forma de obtener bienes, a través del reparto del botín; y de conseguir prestigio social, a través de la fama alcanzada con demostraciones de valor y fiereza en el combate.

Ese tipo de guerra, o de concepción de la guerra, común a todos los pueblos de Europa durante la Edad del Hierro, y al que seguirían muy apegados los pueblos célticos y germánicos en siglos posteriores, es el que vemos reflejado en el poema que nuestro lector, Ángel González García de Castro, nos ha regalado para la página de Facebook de “Caballos de Octubre”, y que hoy reproducimos en esta entrada:
Incursión brácara
Atrás quedaron las cabras,
los abrazos,
las risas y las mozas,
las chozas.
El cántaro con olor a helecho,
las candelas y el vino,
sin despedirnos nos fuimos,
triscando como chivos.
Bronce, cuero y queso,
sólo llevamos eso.
De noche atacamos
una aldea como la nuestra,
yacimos, herimos, matamos
y nos revolcamos
con la mirada siniestra.
No era nuestro dolor
ni nuestra alegría
esta brutal cacería.
De nuestra rapiña,
algún oro,
mucho cobre
y una llorona niña.
Ya en el río
lavamos negras heridas.

Para ilustrar esta entrada, una preciosa fotografía del Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera (Cádiz, España), de una pieza extremadamente rara en Europa Occidental: un casco griego antiguo en un buen estado de conservación. Esta pieza excepcional evoca esa guerra arcaica, en la que se confundían la rapiña y la gesta heroica; el cuatrero y el valiente sediento de gloria; el ciudadano, que dejaba sus quehaceres para correr a defender las murallas, y el mercenario, que cruzaba el Mediterráneo para poner su espada al servicio del mejor postor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario