Casco griego (Museo de Jerez de la Fra./Cádiz/España) |
BELLA, HORRIDA BELLA
(“Guerras,
horribles guerras”. Virgilio, Eneida,
VI, 86)
La
guerra era prácticamente endémica durante la denominada Edad del Hierro, en
gran parte de Europa. El enfrentamiento por el territorio, por los recursos,
por el control de las vías de comunicación, o, en muchas ocasiones, por el
poder dentro de las mismas comunidades, hacía que las relaciones entre los distintos
grupos humanos se basaran en la confrontación; o en las diferentes maneras de
evitarla, en un continuo baile de pactos y rupturas, de ataques y alianzas.
Los
ejércitos no eran profesionales, sino el conjunto armado de todos los hombres
en edad de combatir de una comunidad. En los casos de las ciudades-estado,
podía tratarse de una milicia urbana, formada por los habitantes con derecho de
ciudadanía, - asimismo en edad de combatir y con suficientes medios económicos
propios como para costearse el armamento -; o bien, dependiendo de la opulencia
de la ciudad, de una tropa de mercenarios contratados para la ocasión.
Cuando
el ejército romano se profesionaliza, tras las reformas de Cayo Mario, hacia el
año 100 antes de Cristo, deja de ser la milicia ciudadana que había sido hasta
entonces, reclutada y organizada sólo en casos de necesidad y como medida de
protección para Roma. Aunque ya sabemos que, según la mentalidad de la época,
un ataque era la mejor defensa, tal como expresaba claramente el refrán latino,
Si vis pacem, para bellum (si quieres
paz, prepara la guerra).
Las
legiones romanas se convirtieron en entidades militares estables y se
modernizaron, pero se siguieron enfrentando a enemigos cuya organización y
forma de hacer la guerra permanecían ancladas en lo que podríamos llamar una
mentalidad de la Edad del Hierro. En esa mentalidad arcaica, las razzias contra los
vecinos eran consideradas como una forma de obtener bienes, a través del reparto del
botín; y de conseguir prestigio social, a través de la fama alcanzada con demostraciones de
valor y fiereza en el combate.
Ese
tipo de guerra, o de concepción de la guerra, común a todos los pueblos de
Europa durante la Edad del Hierro, y al que seguirían muy apegados los pueblos
célticos y germánicos en siglos posteriores, es el que vemos reflejado en el
poema que nuestro lector, Ángel González García de Castro, nos ha regalado para
la página de Facebook de “Caballos de Octubre”, y que hoy reproducimos en esta
entrada:
Incursión
brácara
Atrás quedaron las cabras,
los abrazos,
las risas y las mozas,
las chozas.
El cántaro con olor a helecho,
las candelas y el vino,
sin despedirnos nos fuimos,
triscando como chivos.
Bronce, cuero y queso,
sólo llevamos eso.
De noche atacamos
una aldea como la nuestra,
yacimos, herimos, matamos
y nos revolcamos
con la mirada siniestra.
No era nuestro dolor
ni nuestra alegría
esta brutal cacería.
De nuestra rapiña,
algún oro,
mucho cobre
y una llorona niña.
Ya en el río
lavamos negras heridas.
Para ilustrar esta entrada, una preciosa fotografía del Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera (Cádiz, España), de una pieza extremadamente rara en Europa Occidental: un casco griego antiguo en un buen estado de conservación. Esta pieza excepcional evoca esa guerra arcaica, en la que se confundían la rapiña y la gesta heroica; el cuatrero y el valiente sediento de gloria; el ciudadano, que dejaba sus quehaceres para correr a defender las murallas, y el mercenario, que cruzaba el Mediterráneo para poner su espada al servicio del mejor postor.
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