"La casa del señor Julio" (fragmento de mosaico, Túnez) |
- Bien comidos, porque no me iréis a decir
que no hemos comido bien, ¿eh?, que os conozco, que con tal de joder la
marrana, sois capaces de los mayores embustes – les dice el oficial aficionado
a la cocina a sus pares.
- Como reyes de Persia comimos – dice el
oficial galo con una amplia sonrisa de satisfacción bajo el mostacho.
- Todo estaba muy bueno, como siempre – le
dice el oficial romano – No sé por qué te empeñas en que te lo digamos de
continuo, si ya lo sabes de sobra –
- Me gusta que me deis coba – reconoce el
oficial cocinillas con un encogimiento de hombros – Me gusta mucho –
- Estaba riquísimo – le digo, sinceramente
– Tienes que darme la receta para nuestros lectores –
- ¡Ja! En eso estaba yo pensando. Ni
soñarlo, bonita. Ya te lo dije: el que quiera, que se venga a ver como cocino –
-
No puedo llenar mi casa de aficionados y
aprendices de cocina antigua… Ni convertir mi cocina en un laboratorio de
culinaria arqueológica y experimental –
- Pues no hay nada que hacer –
- No le hagas mucho caso al grandullón –
me dice el oficial galo por lo bajo – Ten un poco de paciencia, dale mucha coba
y verás como acaba cediendo –
- ¿Qué farfullas tú bajo el bigote? –
- Que creo que, como estaba tan bueno tu
condumio, he comido más de la cuenta, y le estaba pidiendo una infusión a
nuestra amiga –
- ¿Una infusión?- el oficial romano de
mayor graduación se mofa de su colega – Eso es cosa de viejas, compañero. Algo
fuerte, eso es lo que nos vendría bien ahora –
- Os pondré un café bien cargado –
- ¿Café? ¿Uno de esos brebajes de los
descendientes? – pregunta el oficial galo.
- Exacto –
- Yo me refería a algo más fuerte,
querida. A cosas de hombres, no sé si me entiendes – me dice el oficial romano.
- ¡Acabáramos! Hija, estos borrachuzos no
quieren probar brebajes modernos, sino licor – ríe el oficial enorme.
- Pues os aseguro que el café es un
brebaje bien fuerte, y vuestros descendientes llevamos aficionados a él desde
hace unos mil años –
- Así tenéis todos cara de estreñidos –
comenta el oficial de mayor graduación, para risas de sus pares.
Le
pongo a cada uno un vasito de un orujo que me regalaron hace tiempo, uno tan
recio que ha conseguido que mis amigos escoceses carraspeen con las lágrimas
saltadas.
- Esto, según me han dicho unos que bien
entienden de licores fuertes, es cosa de hombres –
Los
tres lo huelen, hacen gestos de aprobación y se lo beben de un solo trago.
Después, entre exclamaciones de alegría, ríen y me piden otra ronda.
- Pues sí que es fuerte esto. ¡Qué bien
sienta, dioses! – exclama el oficial de mayor graduación, tendiéndome el vaso.
- Está buenísimo – dice el cocinillas,
cuya nariz rota se ha puesto roja.
- ¡Por fin una bebida digna de hombres de
pelo en pecho en este tiempo futuro! – dice el oficial galo - ¿Cómo dices que
se llama, preciosa? –
- Orujo. Es una variedad de aguardiente –
- ¡Cómo se agarra a la garganta, por Hércules
bendito! –
- Bebed despacio, que después es mucho
peor que lo que se preparaba en vuestros tiempos –
- Sí, parece que avisa – el oficial de
mayor graduación señala con un guiño al oficial galo el cómico color rojo que
ha tomado la nariz de su enorme colega.
- Saboreémoslo, compañeros – dice el galo,
acortando y espaciando los sorbos a su vaso -, que merece la pena; mientras
esta bella dama nos acaba de contar la historia que se nos quedó pendiente
antes de comer –
- Cierto. La historia de las provincias
del Sur, entre el mar y el desierto – dice el oficial de mayor graduación,
poniendo también su vaso sobre la mesa y cruzándose de brazos.
-
Sí, guapa, ¿qué era eso de que los
hombres estaban muertos? –
- Una serie de desgracias dieron
lugar a que la población descendiera dramáticamente en la zona. Un ejemplo bien
conocido es el de la ciudad y el territorio de Leptis Magna, antaño en la provincia romana de África, en la región
conocida como Tripolitania (hoy en día, Libia) –
- ¡Ah! Leptis.
Sí, un buen emporio. Federada nuestra desde hace mucho – dice el oficial de
mayor graduación.
- Leptis
creció y alcanzó un gran desarrollo urbanístico, de forma que, un siglo o dos
después de vuestra época, llegó a ser una de las urbes más importantes de la
orilla meridional del Mediterráneo, con una gran población intramuros, un
puerto muy activo y un amplio territorio agrícola y ganadero hacia el interior…
Pero antes de que pasaran otros cien años, las cosas comenzaron a ir de mal en
peor. En el siglo IV, de nuestro calendario (después de Cristo), se documentan
al menos tres grandes terremotos, que afectaron gravemente a la ciudad y a sus
infraestructuras, provocando incluso el colapso de la muralla urbana –
- ¡Oh! Terremotos. Contra eso nada se
puede hacer – dice el oficial cocinillas, cabeceando con pesar.
- Nada, salvo apuntalar lo que queda en
pie cuando todo pasa; y reconstruir lo demás – añade el oficial de mayor
graduación.
- Cierto – dice el oficial galo – Pero es
muy costoso, en dinero y en jornadas de trabajo. Hace falta mucha plata y mucha
mano de obra –
- Y depende de la situación económica del
momento, de cuánta gente haya sobrevivido a la catástrofe y de que no
sobrevenga ninguna epidemia después –
- No mientes las pestes, bonita, que se
nos presenta aquí el tribuno – ríe el oficial cocinillas.
- ¿Y es un problema para vosotros? –
- Un dolor de cabeza – gruñe el oficial de
mayor graduación – Porque hay que asignarle escolta,… y estar pendientes, que
esto de andar entre el Pasado y el Futuro no es cosa baladí,… Tampoco nos
gustaría que fuera a perdérsenos por ahí, en el voy-y-vengo, que, cuando anda
en sus cosas, se nos despista más de la cuenta –
- Pero tú, niña, sigue, sigue, que lo que
pasara en Leptis nos interesa – me insiste
el oficial galo.
- La mala situación de la ciudad fue
aprovechada por los vecinos de más al interior, tribus de pastores nómadas, que
incrementaron sus incursiones y rapiñas por las granjas y aldeas del territorio
–
- ¡Ah!, los malos vecinos de las tierras
de frontera – dice el oficial cocinillas – Mucho amigo de lo ajeno vive siempre
entre ellos –
-
Sí – se le suma el oficial galo – Abunda
la mala costumbre de apropiarse del ganado y las cosechas de otros –
- Una mala costumbre que nosotros nos
hemos esmerado siempre en erradicar o mantener a raya con contundente firmeza –
afirma el oficial romano de mayor graduación.
- No es por justificar las incursiones de
rapiña, pero es muy probable que esas tribus se vieran empujadas hacia las
tierras cultivadas por un empeoramiento paulatino del clima, que iba dejándoles
sin pastos para su propio ganado. A mediados del siglo siguiente, el V de
nuestro cómputo (después de Cristo), el clima se fue volviendo cada vez más
inclemente. Las lluvias comenzaron a retrasarse, se volvieron imprevisibles y,
cuando llegaban, lo hacían de forma destructivamente torrencial. Según la
documentación existente, Leptis se
vio afectada por episodios de graves inundaciones y, en los períodos secos,
cada vez más largos, por terribles tormentas de arena, que acabaron sepultando
barrios enteros de la ciudad. De forma que, de la gran urbe, apenas quedó
población suficiente para considerarla como lo que vosotros llamabais un vicus. A duras penas, éste soportaría
diversos avatares hasta que, en el siglo XI, cuando hacía tiempo que ya era
sólo un campo de ruinas, donde apenas malvivían algunas familias, acabó por ser
engullida definitivamente por el desierto
–
- Triste destino – suspira el oficial
cocinillas.
- ¿Y el resto de las ciudades y
provincias? –
- Tuvieron un destino parecido. A unas les
afectaron más que a otras, y en períodos diferentes, los efectos de la
desertización, las rapiñas de los vecinos nómadas, los terremotos, las pestes,
los efectos adversos de la inestabilidad política y las actividades bélicas,
pero el resultado final fue prácticamente el mismo –
-
Ruina y desolación – dice el oficial
galo.
- Me suena la canción ésa de la
inestabilidad política y las ¿cómo has dicho? ¿actividades? bélicas – me dice
el oficial de mayor graduación – En nuestros tiempos también guerreamos por
África, y sabemos cuáles son esos efectos de los que hablas –
- Ciudades y granjas en llamas, ganado
muerto o disperso, cultivos arrasados, cosechas perdidas… Pérdidas que cuesta
mucho tiempo y mucha voluntad política recuperar. Y si, como fue el caso en
numerosas ocasiones, ésta faltó, pues… -
- ¡Qué nos vas a contar que no sepamos! –
el oficial galo levanta las manos.
- Parece que, a pesar de que pasaban los
siglos en el calendario, había cosas que no cambiaban – dice el oficial de
mayor graduación.
- Cierto. Está en la naturaleza humana: en
todas las épocas la ambición, la codicia y la lucha por el poder y el control de
las instituciones, hacen que se antepongan ciegamente los intereses
particulares o partidistas a los de la sociedad en conjunto, de forma que ésta
se encuentra débil y falta de capacidades para afrontar las situaciones
críticas, como los desastres naturales o las epidemias –
-
¿Ahora también? – me pregunta el oficial
cocinillas.
-
Por supuesto –
-
¡Qué poco hemos aprendido! – exclama el
oficial galo.
- ¿No dice el refrán que la Historia es la
maestra de la vida? – se extraña el oficial de mayor graduación.
-
Sí. Lo es, pero una maestra a la que
pocos alumnos le hacen caso –
Para
ilustrar esta entrada, os traigo la imagen de lo que era una granja en África,
en los tiempos en los que Leptis y
otras ciudades florecían espléndidas. Pertenece al conocido como “mosaico del
señor Julio”, que se conserva en el Museo del Bardo (Túnez) y del que ya os he
presentado fragmentos en ocasiones anteriores; y representa al conjunto de las
edificaciones principales de la granja, una villa rustica, combinación de finca de recreo y
explotación agropecuaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario