Empezamos
las entradas dedicadas a los caballos famosos de la Antigüedad por los más
arcaicos, aquéllos a los que conocemos a través de los mitos. Entre ellos, el
más conocido es Pegaso, ya que se ha perpetuado a lo largo de los siglos en el
imaginario del mundo occidental, convirtiéndose en símbolo de potencia y
velocidad.
- Háblanos
de Pegaso, tribuno – le pido al tribuno Galo, que nos acompaña.
- Como
ya os conté en otra ocasión…
- Disculpa
– le interrumpo - Un inciso para nuestros lectores: lo que comenta el tribuno Galo
se puede leer en una entrada anterior, titulada “Animales y demás parientes”,
que dedicamos a los personajes no humanos de nuestra serie de novelas.
- Exactamente.
Fue en esa ocasión… Pues bien, Pegaso era un caballo divino, inmortal y
volador… Algo sólo posible en los mitos, por supuesto… - para de hablar un
largo momento, aguzando el oído, como si esperara que alguno de nuestros demás
personajes le interrumpiera - ¡Bien! Parece que hoy me van a dejar hablar
tranquilo – sonríe y prosigue – Divino, porque, según la leyenda, era hijo del
propio Poseidón y de una de las gorgonas, Medusa. Las gorgonas, que ya me he
dado cuenta de que me ibas a pedir que lo aclarara para los lectores, querida, eran
tres temibles hermanas, cuya mirada tenía la funesta facultad de convertir en
piedra a los hombres, y, en general, a toda criatura que osara mirarlas a la
cara. Vivían en los confines occidentales del mundo, o sea, por aquí, en las
costas que lindaban con el reino acuático de Océano. Al convertirse Poseidón en
el gobernante de todas las aguas del mundo, las vastas extensiones marinas
también quedaron bajo su control, y, al parecer, un día que paseaba por una de
estas playas, se encontró con Medusa y la sedujo. De aquel encuentro nació
Pegaso, un maravilloso caballo con alas. Puede que por ser su madre un ser
clasificado entre los monstruosos, o porque a su padre, como ya dijimos en
ocasiones anteriores, le encantaban los caballos, pero el caso es que como
descendencia tuvieron, en lugar de un niño, un potro. Y el extraordinario
animalito, prodigioso no sólo por poder volar, sino también por lo velocísimo
que llegaba a ser, se convirtió en el protagonista de varios episodios
mitológicos, como montura y compañero de fatigas de héroes señeros griegos.
Esa
relación con los héroes griegos se plasmó ya desde antiguo en el arte, queridos
lectores. En la decoración escultórica de uno de los bellos templos de
Selinunte, datada a principios del siglo VI antes de Cristo, puede verse el
momento en el que el héroe Perseo le corta la cabeza a Medusa, tras vencerla en
singular y peculiar combate, con la ayuda de la astucia de la diosa Atenea, que
le informó de la forma de evitar la mirada petrificante de la gorgona. Ésta,
sostiene entre sus brazos a su hijo, el caballo Pegaso.
- ¿Qué
puedes contarnos sobre esto, tribuno?
- Perseo
es lo que podríamos llamar un héroe en disputa, pues tanto griegos como latinos
nos disputamos el honor de haberle acogido, junto con su madre, cuando era sólo
un niño de pañales, nacido de Zeus y Dánae; y su abuelo, furioso por el desliz
de su hija, la hizo meter en un arcón con el neonato y arrojarlos al mar. Al
crecer, fue un muchacho valiente y muy listo, que siempre contó con el favor de
todos los dioses, seguramente por lo de ser hijo del mismísimo Zeus. Lo de
enfrentarse con Medusa fue una baladronada del propio Perseo, para ganarse el
favor de un rey, pretendiente de su madre, que también pretendía eliminarle a
él. La cuestión en disputa es si ese rey era el gobernante de una isla griega,
o el de una ciudad latina… En fin, son cosas tan antiguas…
- ¿Y
qué pasó? - pregunta Marco Parra, uno de los legionarios de la escolta.
- Pues
que, con la ayuda de los dioses y las ninfas, y la colaboración más o menos
voluntaria de algunos otros seres mitológicos, el astuto Perseo logró llegar al
extremo occidente, encontró a las gorgonas y mató a Medusa, sin mirarla a la
cara, sino guiándose por su reflejo en un escudo metálico muy bien pulido, que
le había regalado la diosa Atenea. Para cumplir con su bravata, le cortó la
cabeza a la gorgona, que, incluso separada del cuerpo de ésta, conservaba el
poder de petrificar al que la mirara. Según este mito, Medusa debía estar
embarazada ya de Poseidón y, al cortarle el héroe la cabeza, de su cuello, o de
la sangre que brotó, conforme a las distintas versiones, nacieron sus dos
hijos, el caballo Pegaso y el héroe Crisaor. Otra versión dice que Pegaso nació
de la cabeza, y Crisaor del torso de Medusa, al separarlos el arma de Perseo…
En conclusión, que Perseo actuó de singular partera con Medusa, que Pegaso
tenía un hermano mellizo que no tenía nada de equino, y que, a partir de ese
momento, el corcel maravilloso voló al Olimpo, donde se convirtió, nada más y
nada menos que en el caballo de Zeus. No obstante, circulan también versiones
del resto de las andanzas de Perseo, que fueron muchas, en las que parece ser
que se desplazaba por el mundo volando, bien con la ayuda de las sandalias de
Hermes, prestadas por éste, a la sazón, su primo; bien a lomos de Pegaso,
prestado por su padre, Zeus.
- Pero
Pegaso volvió a ser el caballo de Zeus, ¿no?
- Sí,
pero ya sabes cómo son los mitos, querida. Unos lo sitúan en el Olimpo,
acarreando los relámpagos y los truenos para Zeus; otros, al cuidado de las
Musas o de las ninfas por el mundo, inaugurando fuentes de propiedades mágicas
y salutíferas, de las que, al parecer, hay un ciento por toda la Hélade y por
muchísimas islas del Egeo, que cuentan con el aval mitológico de haber surgido
de una coz de Pegaso. Poder éste que seguramente heredó de su señor padre,
Poseidón, el señor de las fuentes y los manantiales.
- Por
otra parte, la iconografía artística antigua le relaciona, más si cabe que con
Perseo, con otro héroe, Belerofonte. ¿Qué puedes decirnos sobre eso, tribuno?
- Pues
que los artistas,… ya se sabe,… - se encoge de hombros con una risilla – Están
a lo que les inspiran las Musas…
En
sus tiempos debió de ser algo así como un chiste o una anécdota muy graciosa.
Al ver que yo sólo me sonrío por cortesía, se aclara la voz y prosigue:
- Belerofonte
fue un príncipe de Corinto, nacido de un romance, más o menos secreto, entre
Poseidón y la reina. Cuando creció, mató accidentalmente al entonces tirano de
la ciudad y tuvo que exiliarse a Tirinto. Como, al igual que todos los héroes,
era un joven muy apuesto, la reina quiso seducirlo. Él la rechazó y ella, en
venganza, le acusó ante la corte de haber intentado forzarla. El rey envió a
Perseo a su suegro, para que éste lo matara. El suegro, viendo que su yerno le
pasaba la pelota de ejecutar a un príncipe al que habían dado hospitalidad, y,
seguramente dudando de la veracidad de las acusaciones de su hija, tampoco
quiso mancharse las manos de sangre, así que puso varias pruebas al joven
héroe, en las que esperaba que sufriera algún percance mortal. La primera
prueba consistía en matar a la monstruosa Quimera, otro de los seres híbridos
que tanto abundan en los mitos, y que, al parecer, causaba estragos allá por
donde pasaba y a la que nadie conseguía dominar. Aconsejado por la diosa
Atenea, que gusta de ayudar a los héroes inteligentes, Belerofonte fue en busca
de una montura digna de tamaña aventura, el divino corcel alado, Pegaso. Que,
dicho sea de paso, era su hermano de padre, pues ambos eran vástagos de
Poseidón. A partir de aquí, unas versiones del mito cuentan que fue Atenea la
que amansó a Pegaso para que se dejara montar por Belerofonte; o que fue éste
el que lo consiguió regalándole unas bridas de oro que a él le había dado la
diosa. De oro eran las bridas, pues no podían ser menos para un caballo hijo de
un dios… No sabemos qué hubiera pasado si Belerofonte lo hubiera intentado con
unos arreos normalitos, de cuero y bronce…
- Una
cuestión interesante, tribuno, pero nuestros lectores querrán saber qué pasó
con Quimera, antes de que vengan a buscarte esta tarde
- Sí,
querida, por supuesto. Resumamos: Belerofonte y Pegaso, los dos medio hermanos,
formaron un dúo invencible. Primero, dieron caza a la feroz Quimera, liberando
al mundo de su amenaza. Después, fueron a la guerra contra los sólimos,
belicosísimos, pero a los que esa belicosidad no les sirvió de nada frente a
ellos. Y otro tanto les sucedió a las amazonas. Finalmente, burlaron y mataron
a los asesinos a los que el suegro del rey de Tirinto había enviado a tenderles
una emboscada. Visto los resultados, el suegro del rey comprendió que
Belerofonte era un héroe y que los dioses estaban con él, de forma que le
concedió la mano de su hija, la reina de Tirinto, creyendo que así solucionaba
el conflicto, tanto si Belerofonte había intentado violarla, como si ella había
mentido. El rey de Tirinto es el que no salía bien parado en ninguno de los dos
casos…
- ¡Abrevia,
tribuno, que se hace tarde! – un vozarrón anuncia que alguno de los oficiales
viene a buscarlo desde el pasado - Que
siempre te estás quejando de que Flaquilla te usa como mitógrafo, pero cuando
te pones a contar, te entusiasmas y no hay manera de pararte – le dice Sereno,
nuestro narrador, entrando en el salón.
- Déjale
que termine, centurión – le piden los hombres de la escolta, que han estado
todo el rato sentados en la escalera que va al piso de arriba, escuchando
encantados – Que nos vamos a quedar con las ganas de saber qué pasó con Pegaso
y su hermanastro el héroe.
- Id
recogiendo, mientras yo cuento el final de la historia. A ver, Cayo, mi capa…
- ¿Cuál
Cayo, señor?, que aquí tres somos Cayo.
- Tú
mismo, Cayo Capito, por hablar… Belerofonte era un héroe valiente y astuto,
pero también había sacado el mal humor y el talante vengativo de su padre,
Poseidón. Así que fingió aceptar la mano de la reina de Tirinto y fue a por
ella, convenciéndola de que se fugaran juntos, para eludir el “problemilla” de
hacer a su marido afrontar el divorcio. Así que se marcharon a lomos de Pegaso,
al que Belerofonte hizo sobrevolar el mar, para arrojar a la reina al agua
desde gran altura y así vengarse de todo lo que había tenido que pasar por su
falsa acusación. Se consideró vengado, pero, como tenía otros defectos, a
saber, la ambición y la vanidad, orgulloso de sus hazañas y de ser hijo de un
dios, hizo que Pegaso volara directamente hacia el Olimpo, donde Belerofonte
consideraba que ya tenía un lugar asegurado. Lo que aconteció después tiene, de nuevo,
diversas versiones: una cuenta que Zeus, indignado ante tamaña pretensión,
fulminó al héroe con uno de sus rayos; otra, que hizo que un tábano picara a
Pegaso, que se encabritó y lo hizo caer; y otra que el propio Pegaso tomó la
decisión de desmontarlo a las bravas y dejarlo precipitarse al vacío. En lo que
todas las versiones del mito coinciden es que Pegaso volvió al Olimpo, y,
posteriormente, fue transformado en la constelación que lleva su nombre, de
forma que estará en los cielos eternamente.
Los
legionarios aplauden al tribuno.
- Bien.
Misión mitográfica cumplida. Ya podemos regresar – dice éste, colocándose la
capa.
- ¿Das
tu venia, mi tribuno? – pregunta el legionario Cayo Maena.
- La
tienes. Habla.
- Yo querría saber si los centauros son también caballos.
- No,
hijo, los centauros son centauros. Seres híbridos, con parte del cuerpo como el
de los caballos, pero no caballos. Y, según los mitos, se ofendían si les
comparaba con los nobles brutos.
- Pues
entonces no te digo cómo se pondrían los sátiros si se hablara de ellos como de
cabras – dice el legionario Cayo Capito.
- ¡Menudos
cabrones! – se ríe Cayo Maena.
- ¡Calla,
que nos vas a buscar un lío con los espíritus! – le dice el legionario Marco
Parra, sacudiendo sus amuletos como una sonaja.
- ¡Lo
de los espíritus no va a ser nada en comparación con la tunda de sarmentazos
que os voy a dar, como no os pongáis en marcha ahora mismo! – amenaza Sereno a
los legionarios, mientras me guiña un ojo con disimulo – Vamos, tribuno, por
favor, que ya ha anochecido.
- Sí,
hijo, sí. Que los dioses velen por ti, Flaquilla… ¡Caterva de toscas
minervas!
Las imágenes que ilustran esta entrada son dos visiones diferentes de Pegaso, separadas por varios siglos en el tiempo. La primera, es el emblema de un mosaico de época imperial romana, que se conserva en el Museo Arqueológico provincial de Córdoba (España), que nos ha hecho llegar nuestro amigo y lector José Ramírez. La segunda, una imagen de Pegaso bordada en un tapiz tardo-antiguo procedente de Egipto, que Caitlin Thomas compartió hace poco en Twitter.
Las imágenes que ilustran esta entrada son dos visiones diferentes de Pegaso, separadas por varios siglos en el tiempo. La primera, es el emblema de un mosaico de época imperial romana, que se conserva en el Museo Arqueológico provincial de Córdoba (España), que nos ha hecho llegar nuestro amigo y lector José Ramírez. La segunda, una imagen de Pegaso bordada en un tapiz tardo-antiguo procedente de Egipto, que Caitlin Thomas compartió hace poco en Twitter.