viernes, 11 de agosto de 2017

ANIMALES Y DEMÁS PARIENTES




Con este título, pretendo hacer un pequeño homenaje al gran naturalista – y excelente escritor – Gerald Durrell, mezclando las palabras de los títulos de dos de sus más conocidas obras.
Y también espero responder a las peticiones de familiares, amigos y lectores amantes de los animales, que llevan tiempo a la expectativa de que dedique una entrada a los personajes no humanos de “Caballos de octubre”.

Empezamos, cómo no, por los caballos, presentes en el título, en el meollo de la trama de la novela y acaparando el protagonismo de la portada del libro. En la novela hay caballos, muchos caballos, pero sólo a dos los conocemos por su nombre: Tagus y Febus. Ellos serán, durante el resto de la serie, fieles compañeros de Sereno, nuestro personaje narrador. Son, también, el elemento principal de la portada, de la que parece que, - por obra de esa excelente ilustradora que es Mari Carmen López -, van a salir a galope tendido.
Tagus y Febus (detalle de la portada de "Caballos de octubre")

Tagus es un caballo negro con mucha prestancia. Animal tranquilo y templado, será la montura habitual de Sereno. Lleva su nombre por el río en cuyo valle nació, el actual río Tajo, que cruzaba majestuoso las tierras de la antigua Lusitania.
Febus es un caballo alazán. Un alazán de fuego, rapidísimo y, a la par, ágil como un gamo. Arrojado y nada temeroso de las fieras, será el perfecto e inseparable compañero de cacerías de nuestro personaje narrador.

Otros nobles brutos que se mencionan, aunque sin dar nombres, forman parte del ejército, como monturas de la caballería. Cada turma, - siguiendo la entonces ya vieja costumbre republicana de contratar a los auxiliares de caballería entre antiguos aliados -, está formada por hombres procedentes de lugares diversos, que habían ingresado con sus propios caballos en las filas romanas. Así, en la novela se citan caballos padanos, procedentes del valle del Po (la antigua región Padana), en Italia; caballos galos, procedentes de la Galia (sureste de Francia); y caballos hispanos, procedentes de la Hispania Citerior (este de España).
Finalmente, se menciona también a la magnífica – y carísima - jaca de silla que utilizaba como montura particular el legado, Hirtuleyo Pulcher.
- Según la tropa, el “señor Figurín” – apunta con una risilla el centurión Martino, el más guapo de las Hispanias.

Junto a los caballos, en un número similar o mayor, - aunque siempre, como a lo largo de toda la historia humana, desde, al menos, la Antigüedad -, las grandes “secundarias” de la novela son las mulas. Menos bellas que los caballos, estas cenicientas del mundo equino han llevado sobre sus lomos la civilización, cuando no había caminos adecuados para carretas. Y, cuando sí los había, la llevaron tirando de ella. Como vemos en la novela, las mulas eran esenciales para un ejército antiguo, y servían tanto de animales de silla, como de bestias de carga y tiro, transportando impedimenta, suministros e incluso las máquinas de artillería, convenientemente desmontadas. Fuertes, sufridas, frugales, resistentes y, cuando convenía, rápidas y ágiles. Sus inconvenientes: menos rápidas que los caballos y mucho más testarudas.
La única que conocemos por su nombre es Filis, la mula de Sereno.
- El jodío bicho cabezón – apunta Marciano, el asistente de Sereno.
En esta primera entrega de la serie acaba de serle adjudicada, y, por algunos comentarios de nuestro narrador, sabemos que pasarán por muchas peripecias juntos, que será la inspiradora de un dicho de la legión y que se jubilará con su amo.
- "Eres más terco que la mula de Sereno". Ése es el dicho – añade nuestro narrador, con una sonrisa evocadora – Sentó cátedra entre mis hombres, y luego lo adoptaron los de las demás centurias.

Y, para terminar con el mundo equino, hemos de citar al burro de Numantino. Sí, uno de los personajes difuntos: los que leyerais la entrada que les dedicamos en las Lemuria, lo recordareis. En esta entrega, nos enteramos de que el rucio es cordobés (bueno, en aquellos tiempos, cordubense) y que fue alquilado en Corduba (la entonces capital de la Baetica,  en la Hispania Ulterior, hoy Córdoba) como asno de silla, para viajar hasta la Lusitania. El animalito, sin comerlo ni beberlo, al fallecer el que lo alquiló, Numantino, se convierte en un problema administrativo para varios de nuestros personajes, a resolver en la siguiente entrega de la serie.
- Un dolor de cabeza – reconoce Sereno.

Aparte de los equinos, otros protagonistas animales fijos son los perros. En esta primera novela, conocemos a los dos perrazos de la Legión X, Ferox y Pulicas; y a la jauría de cazadores de osos de la turma gala de caballería. Los perros de presa, - como ya comentamos en otra entrada que podéis encontrar en el archivo del blog -, solían trabajar como animales de guardia y custodia, tanto de casas y fincas, como de ganado; o bien como perros de caza mayor. En la novela vemos como el ejército romano había incorporado también a estos nobles mejores amigos del hombre a la esfera militar. Los perros, seleccionados entre los ejemplares de mayor tamaño, fuerza y fiereza, eran entrenados para trabajar como vigilantes, apoyando a los cuerpos de guardia; y también para intervenir en el campo de batalla, a imitación de lo que había venido siendo habitual en la Antigüedad entre los ejércitos del Próximo Oriente y Grecia. No obstante, en las legiones romanas, su ocupación fundamental era la de guardianes, y, en campaña, solían ser los responsables de la vigilancia y seguridad de los campamentos de marcha, así como de los convoyes de provisiones e impedimenta. Y, cuando no había guerra, ni campaña a la vista, se los mantenía en forma llevándolos de caza,… o, al menos, ésta era la versión oficial, porque la gran afición a la cacería que teníamos cuando éramos romanos siembra la duda sobre esta cuestión en particular.
- A ver, si no hay guerra, en algo tendremos que desfogar las energías, digo yo – apunta el primipilo Cornificio.
- Los burdeles son un buen sitio para eso – añade el centurión Canuleyo.
- Tú siempre pensando en lo mismo, contubernal – le dice Cornificio, con una sonrisilla torcida.
Canuleyo sonríe y se encoge de hombros con aire pícaro.
- A muchos nos gusta la caza, así que, ¿por qué no? – pregunta el centurión Casca – La montería nos mantiene en forma y atentos, a nosotros y a los perros… Y hay tantos animales a los que buscar, acechar, perseguir y enfrentarse en buenos lances… - nuestro amigo se entusiasma y habla más de lo que es habitual en él – Osos, lobos, jabalíes, venados, gamos, corzos, muflones, rebecos, cabras montesas,… y también otros menores: linces, zorros, liebres y toda la volatería que uno pueda imaginar… Las Hispanias son el paraíso de los cazadores – añade en un tono algo más bajo, cuando se da cuenta de que se ha convertido en el centro de atención de todos.
Pulicas se parece a éste can (Roma, Italia)

Pulicas es un veterano can militar, sin raza definida (aunque creo que sería algo parecido a un cruce entre los actuales irish wolfhound y pastor alemán), que lleva mucho tiempo con los legionarios de la primera cohorte de la X. Es muy grande, con pelo abundante y levantisco, muy del gusto de las pulgas que inspiraron su nombre. Cuando no está de servicio, le encanta dormitar en el suelo de las cocinas.
Ferox es un ejemplar de moloso (parecido a los actuales dogo napolitano o dogo de Burdeos), mucho más joven y, por tanto, algo más inquieto que su colega canino. Todavía le falta por completar mucho aprendizaje y conserva algo de la afición al jugueteo y la curiosidad de los cachorros,… aunque este cachorrazo atemorice sólo con verlo.
Y Ferox a este moloso de Pompeya (Nápoles, Italia)

Los perros galos son una jauría de grandes canes que la turma de caballería gala ha ido formando con el tiempo, recogiendo animales de aquí y de allá, conforme a sus diferentes destinos. Les ayudan a proteger a los caballos de las fieras durante la noche, cuando sus monturas están en los corrales de los campamentos… Aunque, ya de camino, con lo mucho que también les gusta la cacería a estos galos, les sirven de rehala para sus correrías por los montes hispanos.
- Menuda colección de pieles de oso tienen ya nuestros colegas – dice Casca, con un punto de admiración.

El toro en el estandarte (detalle de portada, "Caballos de octubre")

Finalmente, otros de los animales con protagonismo en la novela son los simbólicos. Los principales, los toros. Símbolo viviente de la Legión X, vemos al toro en el estandarte que aparece en la portada y la contraportada del libro. Esto es una herencia republicana y, según especialistas en estos extremos, las legiones que tenían como símbolo un toro, a finales del siglo I antes de Cristo, eran las que habían hecho las campañas de las Galias bajo el mando de Julio César.
- Nosotros las hicimos enteritas – dice el centurión Canuleyo, mientras todos inclinan las cabezas en un silencioso y emocionado recuerdo para su querido César.
- Pero una cosa es que tengáis un toro por símbolo y lo llevéis como emblema en los estandartes, bien bordado sobre las telas, bien en bronce sobre los astiles; y otra, que llevéis con vosotros a un toro de carne y hueso a todas partes - le digo.
- Muy bien enseñado que está y se comporta como se tiene que comportar – dice el primipilo Cornificio.
- En los desfiles resulta impresionante y da mucho lustre – añade el centurión principal Silvano.
- Pero ¿por qué?
- Porque nos sale de…
- ¡Heeeem! – el tribuno Galo carraspea a tiempo.
- Porque nos da la gana – se corrige el primipilo Cornificio, a disgusto.

En la novela conocemos a varios toros: al principio, a Vindicator, el “símbolo titular”, y, al final, a Ultor, su sucesor. Entre ambos, a lo largo de la acción, a toda una serie de “candidatos a símbolo” que, para desesperación del veterinario Sergio Pica, nunca cumplen los requisitos exigidos: no son blancos, sino rojos, negros o pintos; o bien tienen los cuernos demasiado largos, o desiguales;… e incluso hay uno que a nuestro narrador le recordaba a una “vaca egipcia”.
Jabalí en una marca alfarera legionaria (British Museum)
Otro animal-símbolo, heredado asimismo de los emblemas de las legiones de siglos anteriores, es el jabalí. Los muchachos de la X también tienen un “símbolo viviente” de esta especie, Pecorino. Éste es un jabato al que criaron desde que fuera el rayón más pequeñajo de su camada, hijuelo desahuciado de una hembra a la que habían cazado para poner algo de carne en el menú estando de campaña. El animalito, - que, de seguir en la naturaleza, no hubiera prosperado porque había nacido demasiado endeble -, criado por los hombres como una mascota, salió adelante y se convirtió en una especie de perro “honorario” para ellos. Plácido, el centurión cocinillas, aprovechó su portentoso olfato para enseñarlo a buscar trufas. Y, entre todos, lo amaestraron para hacer “monerías” en los desfiles, que Pecorino ejecuta a las mil maravillas para conseguir después su premio en fruta o castañas.

- Se te olvida un bicho: - dice, con un guiño, el centurión Plácido - ¡esta comadreja! - y señala, entre la hilaridad general de los oficiales, a Sergio Pica.
- Mi centurión... - protesta Pica, tímidamente.
- Ni mi centurión, ni nada... Castigado estás, y vas a tener que aguantar que nos riamos de ti hasta que a mi me salga de... 
- ¡De donde te dé la gana! - corean entre risas los demás centuriones.

Las imágenes que ilustran esta entrada, son detalles las que nuestra buena amiga, la excelente ilustradora y diseñadora gráfica, Mari Carmen López, incluyó en la portada de la novela, para la editorial GoodBooks. Las fotos arqueológicas: escultura de can del siglo III d.C., de los Museos Vaticanos (Roma, Italia): fragmento de pintura al fresco en el que aparece un moloso, del siglo I d.C., de Nápoles (Italia); y, detalle de una antefija de terracota, del siglo I d.C., con el emblema de la Legión XX, en el que figura un jabalí, del British Museum (Londres, Reino Unido).

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