Con
este título, pretendo hacer un pequeño homenaje al gran naturalista – y
excelente escritor – Gerald Durrell, mezclando las palabras de los títulos de
dos de sus más conocidas obras.
Y también espero responder a las peticiones de
familiares, amigos y lectores amantes de los animales, que llevan tiempo a la
expectativa de que dedique una entrada a los personajes no humanos de “Caballos
de octubre”.
Empezamos,
cómo no, por los caballos, presentes en el título, en el meollo de la trama de
la novela y acaparando el protagonismo de la portada del libro. En la novela
hay caballos, muchos caballos, pero sólo a dos los conocemos por su nombre: Tagus y Febus. Ellos serán, durante el resto de la serie, fieles compañeros
de Sereno, nuestro personaje narrador. Son, también, el elemento principal de
la portada, de la que parece que, - por obra de esa excelente ilustradora que
es Mari Carmen López -, van a salir a galope tendido.
Tagus y Febus (detalle de la portada de "Caballos de octubre") |
Tagus es un caballo negro con mucha
prestancia. Animal tranquilo y templado, será la montura habitual de Sereno.
Lleva su nombre por el río en cuyo valle nació, el actual río Tajo, que cruzaba
majestuoso las tierras de la antigua Lusitania.
Febus es un caballo alazán. Un
alazán de fuego, rapidísimo y, a la par, ágil como un gamo. Arrojado y nada
temeroso de las fieras, será el perfecto e inseparable compañero de cacerías de
nuestro personaje narrador.
Otros
nobles brutos que se mencionan, aunque sin dar nombres, forman parte del
ejército, como monturas de la caballería. Cada turma, - siguiendo la entonces ya
vieja costumbre republicana de contratar a los auxiliares de caballería entre antiguos
aliados -, está formada por hombres procedentes de lugares diversos, que habían
ingresado con sus propios caballos en las filas romanas. Así, en la novela se
citan caballos padanos, procedentes del valle del Po (la antigua región
Padana), en Italia; caballos galos, procedentes de la Galia (sureste de
Francia); y caballos hispanos, procedentes de la Hispania Citerior (este de
España).
Finalmente,
se menciona también a la magnífica – y carísima - jaca de silla que utilizaba
como montura particular el legado, Hirtuleyo
Pulcher.
- Según
la tropa, el “señor Figurín” – apunta con una risilla el centurión Martino, el
más guapo de las Hispanias.
Junto
a los caballos, en un número similar o mayor, - aunque siempre, como a lo largo
de toda la historia humana, desde, al menos, la Antigüedad -, las grandes
“secundarias” de la novela son las mulas. Menos bellas que los caballos, estas
cenicientas del mundo equino han llevado sobre sus lomos la civilización,
cuando no había caminos adecuados para carretas. Y, cuando sí los había, la
llevaron tirando de ella. Como vemos en la novela, las mulas eran esenciales
para un ejército antiguo, y servían tanto de animales de silla, como de bestias
de carga y tiro, transportando impedimenta, suministros e incluso las máquinas
de artillería, convenientemente desmontadas. Fuertes, sufridas, frugales,
resistentes y, cuando convenía, rápidas y ágiles. Sus inconvenientes: menos
rápidas que los caballos y mucho más testarudas.
La
única que conocemos por su nombre es Filis,
la mula de Sereno.
- El
jodío bicho cabezón – apunta Marciano, el asistente de Sereno.
En
esta primera entrega de la serie acaba de serle adjudicada, y, por algunos
comentarios de nuestro narrador, sabemos que pasarán por muchas peripecias
juntos, que será la inspiradora de un dicho de la legión y que se jubilará con
su amo.
- "Eres
más terco que la mula de Sereno". Ése es el dicho – añade nuestro narrador, con
una sonrisa evocadora – Sentó cátedra entre mis hombres, y luego lo adoptaron
los de las demás centurias.
Y,
para terminar con el mundo equino, hemos de citar al burro de Numantino.
Sí, uno de los personajes difuntos: los que leyerais la entrada que les
dedicamos en las Lemuria, lo
recordareis. En esta entrega, nos enteramos de que el rucio es cordobés (bueno, en
aquellos tiempos, cordubense) y que fue alquilado en Corduba (la entonces capital de la Baetica, en la Hispania
Ulterior, hoy Córdoba) como asno de silla, para viajar hasta la Lusitania. El animalito,
sin comerlo ni beberlo, al fallecer el que lo alquiló, Numantino, se convierte
en un problema administrativo para varios de nuestros personajes, a resolver en
la siguiente entrega de la serie.
- Un
dolor de cabeza – reconoce Sereno.
Aparte
de los equinos, otros protagonistas animales fijos son los perros. En esta
primera novela, conocemos a los dos perrazos de la Legión X, Ferox y Pulicas; y a la jauría de cazadores de osos de la turma gala de
caballería. Los perros de presa, - como ya comentamos en otra entrada que
podéis encontrar en el archivo del blog -, solían trabajar como animales de
guardia y custodia, tanto de casas y fincas, como de ganado; o bien como perros
de caza mayor. En la novela vemos como el ejército romano había incorporado
también a estos nobles mejores amigos del hombre a la esfera militar. Los
perros, seleccionados entre los ejemplares de mayor tamaño, fuerza y fiereza,
eran entrenados para trabajar como vigilantes, apoyando a los cuerpos de
guardia; y también para intervenir en el campo de batalla, a imitación de lo
que había venido siendo habitual en la Antigüedad entre los ejércitos del
Próximo Oriente y Grecia. No obstante, en las legiones romanas, su ocupación
fundamental era la de guardianes, y, en campaña, solían ser los responsables de
la vigilancia y seguridad de los campamentos de marcha, así como de los
convoyes de provisiones e impedimenta. Y, cuando no había guerra, ni campaña a
la vista, se los mantenía en forma llevándolos de caza,… o, al menos, ésta era
la versión oficial, porque la gran afición a la cacería que teníamos cuando
éramos romanos siembra la duda sobre esta cuestión en particular.
- A
ver, si no hay guerra, en algo tendremos que desfogar las energías, digo yo –
apunta el primipilo Cornificio.
- Los
burdeles son un buen sitio para eso – añade el centurión Canuleyo.
- Tú
siempre pensando en lo mismo, contubernal – le dice Cornificio, con una
sonrisilla torcida.
Canuleyo
sonríe y se encoge de hombros con aire pícaro.
- A
muchos nos gusta la caza, así que, ¿por qué no? – pregunta el centurión Casca – La
montería nos mantiene en forma y atentos, a nosotros y a los perros… Y hay
tantos animales a los que buscar, acechar, perseguir y enfrentarse en buenos
lances… - nuestro amigo se entusiasma y habla más de lo que es habitual en él –
Osos, lobos, jabalíes, venados, gamos, corzos, muflones, rebecos, cabras
montesas,… y también otros menores: linces, zorros, liebres y toda la volatería
que uno pueda imaginar… Las Hispanias
son el paraíso de los cazadores – añade en un tono algo más bajo, cuando se da
cuenta de que se ha convertido en el centro de atención de todos.
Pulicas se parece a éste can (Roma, Italia) |
Pulicas es un veterano can militar, sin
raza definida (aunque creo que sería algo parecido a un cruce entre los
actuales irish wolfhound y pastor alemán), que lleva mucho tiempo con los
legionarios de la primera cohorte de la X. Es muy grande, con pelo abundante y
levantisco, muy del gusto de las pulgas que inspiraron su nombre. Cuando no
está de servicio, le encanta dormitar en el suelo de las cocinas.
Ferox es un ejemplar de moloso
(parecido a los actuales dogo napolitano o dogo de Burdeos), mucho más joven y,
por tanto, algo más inquieto que su colega canino. Todavía le falta por
completar mucho aprendizaje y conserva algo de la afición al jugueteo y la
curiosidad de los cachorros,… aunque este cachorrazo atemorice sólo con verlo.
Y Ferox a este moloso de Pompeya (Nápoles, Italia) |
Los
perros galos son una jauría de grandes canes que la turma de caballería gala ha
ido formando con el tiempo, recogiendo animales de aquí y de allá, conforme a
sus diferentes destinos. Les ayudan a proteger a los caballos de las fieras
durante la noche, cuando sus monturas están en los corrales de los campamentos…
Aunque, ya de camino, con lo mucho que también les gusta la cacería a estos
galos, les sirven de rehala para sus correrías por los montes hispanos.
- Menuda
colección de pieles de oso tienen ya nuestros colegas – dice Casca, con un
punto de admiración.
El toro en el estandarte (detalle de portada, "Caballos de octubre") |
Finalmente,
otros de los animales con protagonismo en la novela son los simbólicos. Los
principales, los toros. Símbolo viviente de la Legión X, vemos al toro en el
estandarte que aparece en la portada y la contraportada del libro. Esto es una
herencia republicana y, según especialistas en estos extremos, las legiones que
tenían como símbolo un toro, a finales del siglo I antes de Cristo, eran las
que habían hecho las campañas de las Galias bajo el mando de Julio César.
- Nosotros
las hicimos enteritas – dice el centurión Canuleyo, mientras todos inclinan las
cabezas en un silencioso y emocionado recuerdo para su querido César.
- Pero
una cosa es que tengáis un toro por símbolo y lo llevéis como emblema en los
estandartes, bien bordado sobre las telas, bien en bronce sobre los astiles; y
otra, que llevéis con vosotros a un toro de carne y hueso a todas partes - le digo.
- Muy
bien enseñado que está y se comporta como se tiene que comportar – dice el
primipilo Cornificio.
- En
los desfiles resulta impresionante y da mucho lustre – añade el centurión
principal Silvano.
- Pero
¿por qué?
- Porque
nos sale de…
- ¡Heeeem!
– el tribuno Galo carraspea a tiempo.
- Porque
nos da la gana – se corrige el primipilo Cornificio, a disgusto.
En
la novela conocemos a varios toros: al principio, a Vindicator, el “símbolo titular”, y, al final, a Ultor, su sucesor. Entre ambos, a lo
largo de la acción, a toda una serie de “candidatos a símbolo” que, para
desesperación del veterinario Sergio Pica, nunca cumplen los requisitos
exigidos: no son blancos, sino rojos, negros o pintos; o bien tienen los cuernos
demasiado largos, o desiguales;… e incluso hay uno que a nuestro narrador le
recordaba a una “vaca egipcia”.
Otro
animal-símbolo, heredado asimismo de los emblemas de las legiones de siglos
anteriores, es el jabalí. Los muchachos de la X también tienen un “símbolo
viviente” de esta especie, Pecorino. Éste es un jabato al que criaron desde que
fuera el rayón más pequeñajo de su camada, hijuelo desahuciado de una hembra a
la que habían cazado para poner algo de carne en el menú estando de campaña. El
animalito, - que, de seguir en la naturaleza, no hubiera prosperado porque
había nacido demasiado endeble -, criado por los hombres como una mascota,
salió adelante y se convirtió en una especie de perro “honorario” para ellos.
Plácido, el centurión cocinillas, aprovechó su portentoso olfato para enseñarlo
a buscar trufas. Y, entre todos, lo amaestraron para hacer “monerías” en los
desfiles, que Pecorino ejecuta a las mil maravillas para conseguir después su
premio en fruta o castañas.
- Se te olvida un bicho: - dice, con un guiño, el centurión Plácido - ¡esta comadreja! - y señala, entre la hilaridad general de los oficiales, a Sergio Pica.
- Mi centurión... - protesta Pica, tímidamente.
- Ni mi centurión, ni nada... Castigado estás, y vas a tener que aguantar que nos riamos de ti hasta que a mi me salga de...
- ¡De donde te dé la gana! - corean entre risas los demás centuriones.
- Se te olvida un bicho: - dice, con un guiño, el centurión Plácido - ¡esta comadreja! - y señala, entre la hilaridad general de los oficiales, a Sergio Pica.
- Mi centurión... - protesta Pica, tímidamente.
- Ni mi centurión, ni nada... Castigado estás, y vas a tener que aguantar que nos riamos de ti hasta que a mi me salga de...
- ¡De donde te dé la gana! - corean entre risas los demás centuriones.
Las
imágenes que ilustran esta entrada, son detalles las que nuestra buena amiga, la
excelente ilustradora y diseñadora gráfica, Mari Carmen López, incluyó en la
portada de la novela, para la editorial GoodBooks. Las fotos arqueológicas: escultura de can del siglo III d.C., de los Museos Vaticanos (Roma, Italia): fragmento de pintura al fresco en el que aparece un moloso, del siglo I d.C., de Nápoles (Italia); y, detalle de una antefija de terracota, del siglo I d.C., con el emblema de la Legión XX, en el que figura un jabalí, del British Museum (Londres, Reino Unido).
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