Marte (Todi, Italia) |
Tal
día como hoy, 15 de febrero, idus del mes, en Roma se celebraban las Lupercalia, festividades no sólo de las
de más larga tradición, sino también de las de mayor perduración en el tiempo.
Para hablar de ellas nos acompañan esta tarde algunos de nuestros personajes
más asiduos.
- Porque
no nos queda otra – resopla uno de los centuriones, sentándose a la mesa junto
a sus compañeros y al tribuno – Lo ordena la autoridad, y aquí estamos –
- No te
quejes tanto, que estas excursiones al tiempo de los modernos son muy
entretenidas,… y, ¿a ver?, ¿qué rayos ibas a estar haciendo tú ahora? –
- ¿Celebrando
las Lupercalia? – les pregunto.
- Ni
hablar, bonita. Llevan años suprimidas – me responde el oficial de mayor
graduación – Desde el año de la muerte del divino Julio César no se han vuelto
a celebrar –
- Entonces,
¿cómo cuadra eso con lo tan cacareado de las fiestas más perdurables?- [Que,
para nuestros lectores, se mantuvieron en el calendario hasta finales del siglo
V después de Cristo, cuando el Papa Gelasio las hizo suprimir definitivamente, aunque
sustituyéndolas por una celebración cristiana de simbolismo también
purificador, la purificación de la Virgen María.]
- Pues
muy sencillo: – explica el tribuno – porque unos años más tarde, el joven
César, después, Príncipe del Senado, Augusto, Padre de la Patria, Maestro de
las Buenas Costumbres, como le llamara el bueno de Horacio, y muchos otros
títulos más, oficiales y extraoficiales, que fue acumulando con el tiempo, las
reinstauró,… al igual que otras festividades que, o bien se habían suprimido, o
bien habían caído en el olvido o el abandono,… -
- Por
aquello de que cuando hay dioses nuevos, los viejos ya no hacen milagros –
añade el más pío de los oficiales, que ha venido hoy con un altarcillo portátil
consagrado a Marte, y que está colocando cuidadosamente encima de uno de mis
aparadores, apartando a un lado uno de mis juegos de teteras favorito.
- Entonces,
fue una interrupción temporal de las celebraciones – digo, intentando no
molestarme por ver a mis teteras de porcelana arrumbadas como chismes, para
hacer sitio al altarcillo de madera, al Marte de tamaño mediano y a toda una
cohorte de figurillas menudas de divinidades silvestres menores, que el
centurión va sacando de una bolsita de cuero donde las traía bien guardadas, envueltas
cada una en un jirón de paño.
- ¡Niña!
– me dice - ¿Tienes algo de incienso por ahí? –
- Ahí
hay unas barritas – le señalo – Bueno, querido tribuno: ¿les cuentas a nuestros
lectores qué eran las Lupercalia?,…
porque en nuestra época han corrido ríos de tinta sobre el tema, por parte de
entendidos en muchos campos: historiadores, estudiosos de las religiones y las
mitologías, lingüistas, antropólogos, filósofos,… -
- Pues
como en la nuestra, querida amiga. Y, al igual que en nuestro tiempo, seguro
que los de hoy en tu día tampoco se ponen de acuerdo… Era una festividad tan
arcaica que realmente nadie podía recordar cuáles eran exactamente sus
orígenes. Sin pretender sentar cátedra, creo que lo más prudente es considerar
que fuera una antigua festividad pastoril, por lo de las reminiscencias del
culto a Fauno y a la advocación silvestre de Marte, mezclada con algún tipo de
celebración de los orígenes de la propia ciudad de Roma, por lo de la gruta y
la higuera a orillas del Tíber, donde Rómulo y Remo, hijos de Marte, fueron
encontrados y criados por la loba, un animal silvestre protegido por Fauno… Ya
sabes, la archiconocida leyenda fundacional –
- ¡¿Cómo
que lo de Rómulo y Remo es una leyenda?! – exclama, molesto, el más pío de los
oficiales – ¡De eso nada! ¡La más pura verdad! –
- Éste
todavía cree en Rómulo y Remo, la loba, el pico verde, el cuervo cantante y la
zorra astuta – dice el oficial de mayor graduación, con una sonrisa torcida y
un guiño.
Los
demás se ríen de su pío compañero, incluido el tribuno, como hoy en día solemos
reírnos del que dice creer en Papá Noel, o los Reyes Magos. El oficial más pío,
sigue colocando, impasible, las figurillas al pie del altar, mientras dice:
- Reíd,
reíd,… que se empieza bromeando sobre las cosas divinas y se acaba ateo perdido
-
- Entonces,
en vuestros tiempos, antes de que se suprimieran, ¿por qué se celebraban las
fiestas, si, al parecer casi nadie las consideraba algo puramente religioso? –
- Por
pura tradición, hijita. Y haber, sí que había rituales religiosos, que se celebraban
siguiendo puntillosamente lo establecido por las costumbres ancestrales. A
saber: en la gruta en la que supuestamente la buena loba había criado a los
gemelos fundadores, se sacrificaban una cabra y un perro, animales gratos a
Marte, en presencia del flamen dialis
y de las vestales, que añadían a las ofrendas cruentas otras incruentas,
elaboradas por ellas con la harina de la primicia de la cosecha de cereal del
año anterior, mientras se cantaba en honor a Fauno. El sacerdote oficiante, que
no era el dialis, porque éste no
puede tocar ni a cabras, ni a perros, manchaba con la sangre del cuchillo
sacrificial la frente de dos de los jóvenes que formaban parte del colegio de
los lupercos, y luego se la limpiaba con un poco de lana empapada en leche, que
es buenísima para quitar según que manchas… El ritual implicaba que los
lupercos se echaran a reír, se quitaran la ropa y se pusieran unos improvisados
taparrabos, hechos con trozos de la piel de los animales sacrificados, con
cuyos restos, cortados a tiras más o menos groseras, hacían unos zurriagos
para la procesión;… porque, en realidad, lo religioso era lo de menos, ya que,
a lo que masivamente asistía el pueblo de Roma, era a esa procesión posterior –
- Es que
era muy divertida – dice el enorme centurión aficionado a la cocina, que hoy,
menos mal, no parece tener ganas de meter mano en la mía – Antes de que el
bueno del joven César la reinstaurara,… antes no había tantas reglas, ni tantas
pegas: los lupercos echaban a correr por la calle, dando zurriagazos a la
gente, y los chiquillos los seguían corriendo también, intentando a ver quién
los alcanzaba, retándoles a acertarles con el zurriago, poniéndoles la
zancadilla o incluso quitándoles el taparrabos,… -
Sileno danzante (Pompeya, Italia) |
- Yo, una
vez, cuando era un crío, conseguí ponerle a uno la zancadilla, y casi se deja
los dientes en el borde de una acera, jo, jo, jo – ríe otro de los centuriones.
- Y las
mujeres y las muchachas se daban de empellones y se tiraban de los pelos,
compitiendo por el mejor sitio para poder presentarles las manos o la espalda a
los lupercos cuando pasaran corriendo, y que les dieran un zurriagazo, o
varios,… porque se decía que así serían fértiles – cuenta nuestro amigo Sereno,
el narrador.
- En el
fondo de la fiesta subyace, pues, un deseo colectivo de purificación y de
fertilidad,… - comienza a decir el tribuno.
- Palabrería
de filósofo… - le corta el oficial aficionado a la cocina – El fondo de la
fiesta es, como el de todas las fiestas, las ganas de divertirse. No le hagas
mucho caso a éste – añade, dirigiéndose a mí, y señalando al tribuno con un
gesto – Además, ¿a quién coño le importa el qué o el porqué de una fiesta? ¿Hay
alegría, hay risas, hay de comer y de beber, y si cae, algo de fornicio?, ¡pues
para qué rayos de Júpiter darle más vueltas!, que mira que son ganas de
complicar las cosas,… -
- Tú
dirás que esto es incienso, Flaquilla, pero a mí me huele a rayos en compota –
dice el oficial más pío, a lo suyo, encogiendo la nariz tras conseguir dificultosamente encender
una barrita de incienso japonés con su yesquero.
- Así
que se pretendía conseguir fertilidad con este tipo de celebraciones rituales,…
- intento reconducir la conversación, porque veo que todos aguantan la risa, o
se ríen entre dientes, mientras el tribuno tuerce el bigote y frunce el ceño.
- Eso se
decía – responde, aguantándose la risa, Sereno – Pero era una superstición –
- ¡Ahí,
ahí! – dice otro de los centuriones – Lo que yo he dicho siempre, que no
funciona –
- ¡Pues
claro que no funciona! – dice el aficionado a la cocina – Como que todo el
mundo sabe que lo mejor para favorecer la preñez de las mujeres es ir a beber
las aguas a ciertos santuarios muy renombrados –
- A
beberlas o echárselas por encima, o a bañarse en ellas – añade el oficial de
mayor graduación – Aunque tampoco está comprobado que sea algo tan efectivo,…
como le pasó a la mujer de tu primo, ¿no, Marco? – le pasa la cuestión al
segundo centurión en rango.
- Mismamente.
Mi primo Cayo no conseguía que su esposa se quedara encinta, así que la llevó a
todos los santuarios, balnearios y fuentes con fama de salutíferos y
preñadores, hasta que ella, harta de beber, de salpicarse y de estar en remojo,
lo convenció de desistir y volver a Roma – cuenta el centurión - Y al poco de
dejar las aguas y volver a casa, a la rutina diaria, por fin se quedó embarazada
–
- A lo
mejor el efecto de las aguas no era algo automático, sino que necesitaba su
tiempo – sugiero.
Ellos
sonríen con sorna cómplice.
- Puede
– dice el oficial de mayor rango, levantando una ceja – Lo que no me explico es
por qué nadie le ha dicho todavía a tu primo que su primer hijo es clavadito al
panadero de la esquina, y que su hija tiene las orejas del dueño de la taberna
que hay bajo su piso –
- Por
pura piedad romana – dice el centurión Marco, riéndose entre dientes – Mi pobre
primo tenía tanta ilusión en ser padre, que nadie quiere hacerle ver que el
problema era suyo, y no de su mujer –
- A lo
mejor el que tenía que haber tomado las aguas era él – sugiere el oficial más
pío, que sigue colocando figuritas en el aparador.
GLOSARIO
Lupercalia – Festividad de origen arcaico,
vinculada a la advocación silvestre y pastoril de Marte, y al viejo dios Fauno,
con fines purificadores y propiciatorios de la fertilidad.
Colegio de los lupercos – Arcaico sacerdocio romano,
tradicionalmente dividido en dos secciones, formada cada una por hombres
jóvenes de las gentes Fabia y
Quinctillia. En el año 44 antes de Cristo, Julio César fundó una tercera
sección, que debía estar formada por hombres de su gens, la Julia. El uso “político” de ésta, encabezada por su
sobrino y colega en el consulado ese año, Marco Antonio, dio lugar a que, tras
el magnicidio de César, no sólo se disolviera la tercera sección de lupercos, sino que se dejara de celebrar
la fiesta; a lo que también contribuyó en gran manera el clima de inestabilidad
y guerra civil subsiguiente, por supuesto.
Flamen dialis – Sacerdote del culto de
Júpiter, que, como todos los otros flamines
(sacerdotes) estaba sujeto al cumplimiento de numerosas reglas y
prescripciones, que incluían algunos tabúes específicos, como, en este caso, el
no tener ningún contacto con cabras o perros, habitualmente relacionados con
divinidades infernales, o no celestiales, como los arcaicos espíritus divinos
de la tierra y los bosques.
Rómulo, Remo y la loba
capitolina – Conocidísima
leyenda fundacional de Roma, que presenta el arquetipo de grandes hombres o
héroes abandonados de niños a una muerte segura en las aguas, pero salvados de
éstas por agentes diversos para que pudiera cumplirse su destino. Rómulo y Remo
son hijos del dios Marte y una princesa itálica, que, considerados bastardos
por la familia de ésta, son arrojados a Tíber en una canasta. El designio de
los dioses quiere que ésta se quede entre las raíces de una higuera que crece a
sus orillas, a la entrada de una cueva o gruta, donde tiene su guarida una
loba, que acoge y cría a los pequeños como si fueran hijos suyos.
La higuera (fragmento de pintura al fresco, Pompeya, Italia) |