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Faro de Gades y barco (Cádiz, España) |
Queridos
lectoras y lectores:
Tal
como os hemos anunciado en las redes sociales, “Caballos de octubre” tendrá
pronto una versión inglesa, ya que la novela está siendo traducida en la
Universidad de Córdoba (España). Hoy, vamos a ver qué opinan de esto nuestros
personajes.
- ¿Queridos?...
¿Ha venido hoy alguien?
- ¡Chist!
No interrumpas, Flaquilla, que la partida se está poniendo interesante – me
dice el centurión Manilio.
- ¡Ah!,
sí que estabais ahí… ¿Dónde está el tribuno Galo?
- Por
el piso de arriba, rebuscando en los anaqueles de tu biblioteca algún tratado
sobre bichos – responde el centurión Silvano - ¡Je, je! Mis puntos ganan a tus
perretes, Quadrato.
- ¡Qué
suerte tienes, jodío! ¡Más que el divino César! –
- Os
he dicho muchas veces que no me gusta que los centuriones jueguen a los dados
con tanta liberalidad – el tribuno Galo va bajando la escalera, con un tomo de
la Enciclopedia Larousse entre las manos – Que le dais mal ejemplo a la tropa.
Como
está absorto en la lectura, pisa en falso y está a punto de caer de cabeza. No
obstante, con una rapidez impresionante, el primipilo Cornificio, que se estaba
temiendo lo peor al verlo bajar leyendo, hace un rápido gesto con la cabeza a
los legionarios de la escolta, que se han acomodado al pie de la escalera.
Éstos se levantan al unísono, justo a tiempo para recoger en volandas al
tribuno, como si fuera una estrella de rock que se hubiera lanzado sobre el
público desde el escenario, y me lo acercan hasta el escritorio.
- Dejadme
en el suelo, por el rayo de Júpiter tonante, que no me ha pasado nada y puedo
andar perfectamente – se queja el tribuno.
A
otra señal de cabeza de Cornificio, los legionarios depositan a Galo en el
suelo, con sumo cuidado.
-¡Mmmppppfff!
– gruñe el tribuno - ¡Qué bien amaestrados los tienes, primipilo!
- ¡Te
podrás quejar, Galo! Si no te recogen, te rompes la crisma contra el suelo – le
dice Cornificio con rentintín - Bien hecho, muchachos.
- ¿De
qué hablamos hoy con los lectores, hijita? – cambia Galo de tema, ante la
sonrisilla irónica de Cornificio.
- Hoy
hablamos de la traducción de los comentarios de Sereno al inglés.
- ¿Al
“inglés”? – se extraña el centurión Cararrota, olvidándose de los dados por un
momento.
- Sí,
a la lengua que hoy se habla, entre otros lugares, en lo que vosotros conocíais
como Britania.
- A
la lengua de los britanos… ¿Y se puede saber para qué? – inquiere Galo.
- ¡A
la lengua de los britanos! – repite el primipilo Cornificio, dirigiéndose a los
otros centuriones, que dejan de tirar los dados y me miran con expresiones de
asombro e incredulidad.
- ¿Traducirles
los comentarios de Sereno? ¡Qué aprendan latín los britanos, hombre! – exclama,
disgustado, el centurión Plácido.
- Lo
hicieron. Y lo hablaron durante muchísimo tiempo, os lo puedo asegurar; pero
después llegaron otros habitantes a la isla, desde otra parte del continente, y
su lengua, con muchos matices, se acabó imponiendo, como antes lo había hecho la
vuestra.
- Llegaron
otros… Sí, pero nosotros fuimos los primeros – dice, con indisimulado orgullo,
el centurión Canuleyo.
- A
propósito de eso, queridos, en estos días ha salido en la prensa la noticia de
que varios arqueólogos británicos dicen haber descubierto el primer campamento
romano que se construyó en Britania, en un lugar que antes estaba mucho más
cerca de la costa que hoy en día. Supongo que ese campamento lo construisteis
vosotros, ¿no?
- No te equivocas, Flaquilla – dice Cornificio – Excepto los niños y el tribuno
Galo, que todavía no se había dignado involucrarse en la vida castrense, todos
estuvimos allí.
Una
aclaración para los lectores: cuando los centuriones hablan de “los niños”, se
refieren a los centuriones Sereno, Martino y Casca, bastante más jóvenes que el
resto de los oficiales de la Legión X.
- Pues
si eso es así, podríais contarles a los lectores cómo fue, ya que lo vivisteis
en primera persona.
- Antes
tendrías que aclararnos si el campamento es el del primer desembarco o alguno
de los del segundo, porque estuvimos por allí dos veranos, en el año del
consulado de Pompeyo y Craso, y en el del consulado de Domicio y Claudio – me
dice Cornificio.
Otra
aclaración para los lectores: nuestro primipilo se refiere a los años 55 y 54
antes de Cristo, ya que ellos solían identificar los años por los cónsules
correspondientes.
- Conforme a la noticia, creo que se refieren al campamento del primer desembarco; aunque,
no sé si, el periodista-comentarista español o los arqueólogos
británicos, confunden datos de las dos veces que estuvisteis en Britania.
- Si
se refieren al primer desembarco, el del año de Pompeyo y Craso, fue a finales
del sexto mes.
Otra
aclaración para los lectores: el “sexto mes” del calendario romano era el que
nosotros conocemos como mes de agosto.
- Primero
César envió una trirreme, de avanzada, al mando del tribuno Voluseno, - cuenta
Cornificio -, para recorrer la costa oriental de la isla, en busca de
información sobre el terreno, y, claro, de un lugar apropiado para un
desembarco de tropas, porque las noticias que los galos tenían sobre los
britanos y sus tierras eran más bien vagas, aunque había tráfico de gentes y
mercancías entre las dos orillas. Después de cuatro días, Voluseno volvió con
información de primera mano y la localización de una playa muy a propósito para
las pretensiones de César.
- Y
os fuisteis a invadir Britania…
- ¡No!
Sólo fuimos a hacerles una visita de cortesía… - dice con una sonrisa torcida -
No pretendíamos invadirles, sino sólo recordarles que no hacía mucho habían
enviado embajadores a la costa gala, para ponerse a bien con nosotros. Verás,
Flaquilla, el caso es que en esa costa oriental de la Britania se habían
asentado, tiempo atrás, muchas gentes procedentes de la costa occidental de las
Galias, y, en los años en los que César era gobernador de las provincias galas,
se dedicaban a enviar pertrechos, armas e incluso mercenarios, para apoyar a
los galos que se ponían en nuestra contra, dificultándonos mucho la
pacificación de los territorios vecinos de los límites de Océano. Los britanos,
por una parte, nos pedían acuerdos y pactos, y por otra, como si nada, seguían
metiendo baza en nuestras disputas con algunos galos y, sobre todo, en las
disputas que los propios galos tenían entre ellos, que menudeaban y mantenían
el territorio en constante estado de discordia y guerra.
- Entonces,
nuestros lectores se imaginarán una flota de trirremes cruzando el mar a todo
remo, con los espolones de bronce apuntando hacia Britania…
- Eso
suena muy bien – Cornificio se ríe por lo bajo – Pero no se parece en nada a la
realidad. En esas aguas es muy difícil navegar a remo, y, la verdad, nuestras
naves no estaban bien preparadas para afrontar la navegación sobre ese oleaje,
con aquellas corrientes y con los vientos que allí soplan, que en nada se
parecen a los del Mare Nostrum. Y si las tormentas mediterráneas son tremendas,
las de Océano no tienen igual… y hay muchísimas más.
- Y
el agua allí está fría de cojones – apunta el centurión Canuleyo.
- ¿Entonces?
- Cruzamos
en naves de carga, aunque, eso sí, acompañadas por varias naves de guerra, que
cubrían el desembarco de las tropas con la artillería ligera de a bordo.
- ¿Cuántas
naves formaron esa, digamos, flota?
- Dices
bien, formamos una flota, con naves que ya teníamos y con otras mandadas a
construir el año anterior, cuando hicimos campaña contra los vénetos. Poco más
de cien naves, entre las 80 de carga que transportaban a las legiones, las 18
que llevaban a la caballería y las naves de guerra de escolta… Aunque el mal
tiempo hizo que las naves que transportaban a la caballería salieran con cuatro
días de retraso de los puertos de los morinos, en la costa gala.
- Pues,
según la noticia que os he mencionado, la flota romana era de unas 800 naves.
- Eso
fue en el desembarco del año siguiente, siendo cónsules Lucio Domicio y Apio
Claudio, cuando se reunió un contingente mucho mayor de tropas romanas y de
aliados galos. En el primer desembarco, sólo íbamos dos legiones, la X y la
VII, y la caballería, que no llegó… Ya te dije que sólo íbamos de visita –
cuenta Cornificio, con la misma sonrisa torcida de antes.
- Y
a recordarles a ésos que los pactos se cumplen y que si envías embajadores en
son de paz a los romanos, o mantienes la palabra dada o te las ves con las
legiones – dice el centurión Plácido.
- Entonces,
no os recibieron muy amistosamente, que digamos,…
- No,
desde luego que no. Ya sabían que no íbamos de gira campestre, desde que habíamos
empezado a reunir barcos y pertrechos en la costa de los morinos y los vénetos.
Y seguramente, la trirreme de exploración de Voluseno tampoco les había pasado
desapercibida… - sigue contando Cornificio.
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Faro romano de Dubris (Dover, U.K.) |
- Imagínate:
esos melenudos no debían haber visto en su vida un barco más impresionante, ni
más bonito – dice el centurión Manilio, haciendo alusión a la gran diferencia
de aspecto entre las naves que surcaban el Mediterráneo y las que los galos
utilizaban para navegar por las costas del Atlántico y cruzar el Canal de la
Mancha.
- ¿Melenudos?
¿No llamabais también así a muchos de los galos?
- Cierto,
Flaquilla – me dice el centurión Silvano – Pero los britanos también se dejan
crecer mucho el pelo… Aunque el resto del cuerpo, se lo afeitan todo, a
excepción del bigote.
- ¿Ah,
sí?
- Sí. Al combate les gustaba ir ligeritos de ropa,… en comparación con nosotros.
Supongo yo que para que se viera mejor que iban pintados de azul.
- Pintados
de azul… Explicadles eso a los lectores.
- Pues
sí, descendientes, a los britanos de nuestros tiempos les gustaba llevar a la
batalla el cuerpo y las caras pintadas de azul – interviene el tribuno Galo –
Para ello, utilizaban el beleño, una planta muy abundante en sus tierras, que
produce una sustancia que tiñe de azul la piel humana. Según nuestras
averiguaciones, ellos pensaban que así, pintados de azul, resultaban más
impresionantes, y que su aspecto contribuía a infundir miedo en sus enemigos.
- Pues
fíjate tú el miedo que nos daban a nosotros – se encoje de hombros Cornificio –
Un britano pintado de azul sólo es eso: un tío pintado de azul. Los colorines
que uno se ponga encima no deciden una batalla, sino la disciplina, el
armamento y los cojones.
- Y
de eso nosotros siempre hemos estado sobrados – añade el centurión Manilio.
- Aunque
ellos no andaban mal de armamento, que todo hay que decirlo – añade, a su vez,
el centurión Silvano – Y su forma de combatir, mezclando infantería con
carricoches, y con caballería, que lo mismo luchaba a pie que a caballo, en
grupillos dispersos, sin formar un frente en condiciones, y sin orden ni
concierto, nos descolocaba un poco,… al principio.
- Pero
siempre acabábamos dándoles sopa con honda y poniéndolos en fuga – dice el
centurión Cararrota.
- Sí,
se envalentonaban frente a grupos pequeños o cogiéndonos por sorpresa, como
cuando se echaron encima de los tíos de la VII mientras forrajeaban, y César y
nosotros tuvimos que correr a toda marcha para socorrerles, porque les tenían
rodeados – rememora Canuleyo – En cuanto nos plantamos allí y les hicimos
frente como mandan los cánones, salieron huyendo.
- Y
caquita se hicieron encima cuando les cruzamos el Támesis, con el agua hasta el
cuello, delante de sus narices; y, sin parar, cargamos contra ellos. Se creían
muy seguros en su orilla, al otro lado del vado, y se pavoneaban provocándonos,
porque pensaban que no nos atreveríamos a cruzar el río… Pero lo hicimos, con
la caballería al flanco de la corriente, para que los cuerpos de los caballos
frenaran un poco el impulso de las aguas. Así que, cuando vieron a los
legionarios salir del agua armados y listos para hacer picadillo azul con
ellos, salieron corriendo – cuenta Plácido, y todos ríen.
- Sí,
pero lo del Támesis fue después del segundo desembarco, cuando pasamos algo más
de tiempo en Britania – explica Cornificio – No vayamos a liar más a los
descendientes que el que haya escrito esa noticia de la que habla Flaquilla.
- Sí,
pero quería contarlo – protesta Plácido.
- A
lo mejor es que también se han confundido de campamento, porque, como es
natural cuando estás de campaña en verano, construimos varios – apunta
Cornificio.
- Los
arqueólogos sólo cuentan con varios indicios que apuntan a un campamento del
siglo I antes de Cristo, o sea, de vuestros tiempos. Han encontrado parte de un
foso defensivo, un viejo pilum y restos de otras armas, así como restos de
vajilla de cerámica de esa época.
- ¡Éste!
– señalan todos a Plácido, riendo.
- Éste,
que se empeñó en enterrar la basura en el foso cuando nos marchamos y
demantelamos el campamento – dice Silvano.
- Pues
claro – se reafirma Plácido – Lo suyo es dejar la basura bien enterrada, así
los restos de comida no apestan y las alimañas no merodean por los alrededores.
Y ya que se entierran los desperdicios, pues también los platos rotos y las
tazas desportilladas.
- Y
las armas descartadas, que ni vas a poder reutilizar, ni te vas a llevar como
un peso muerto e inútil, también se entierran, para que no las aproveche el
enemigo, ni se quede con el metal – añade el centurión Curcio.
- Así
que fuisteis vosotros dos los que hicisteis enterrar esos objetos…
- Basura
y desperdicios, niña.
- Sí,
pero eso, para los arqueólogos, son pistas que nos ayudan a entender el pasado.
- Desde
luego, hay gente para todo – sentencia Quadrato, moviendo la cabeza.
- ¿Qué
pasó con Britania? – pregunta el centurión Curcio – Porque nosotros no volvimos
más por allí.
- Cierto.
Durante mucho tiempo no volvió a haber presencia militar romana al otro lado de
lo que nosotros llamamos Canal de la Mancha. No obstante, los contactos civiles
no cesaron entre las Galias y Britania, y, años después, cosa que ninguno de
vosotros conoció, hubo nuevos desembarcos y campañas militares. Y Britania
acabó siendo una provincia romana más, integrada incluso en una importante
ampliación de los circuitos comerciales marítimos hacia el norte.
- ¡Ea!
¡Todos romanos! – exclama Plácido con una carcajada.
- Sí,
querido Plácido, eso es un buen resumen de andar por los cuarteles de lo que sucedió en gran parte
de Europa – dice el tribuno Galo – ¿Podemos ahora volver a hablar sobre la
traducción de los comentarios de Sereno a la lengua de los britanos?
- Por
supuesto, tribuno,… Pero, ¿dónde está Sereno?, ¿de guardia?
- No.
Le hemos rebajado el servicio. Está escribiendo – responde Cornificio.
- Es
que, como sabemos que a los descendientes les ha gustado tanto el primer
volumen, “Caballos de octubre”, y muchos están esperando como agua de mayo el
siguiente, pues hemos decidido dejarle más tiempo para escribir sus comentarios
sobre nuestras andanzas por las Hispanias – explica Galo.
- Esto
me huele a uno de vuestros acuerdos de la hermandad de centuriones,… con el
beneplácito del tribuno Galo, por supuesto.
- Supones
bien – sonríe Cornificio, socarrón.
- Sí
– añade Silvano con una risilla – Hubo acuerdo general,… excepto por parte de
los otros niños, porque a los centuriones Martino y Casca les ha tocado pringar
extra en las guardias.
- ¡No
nos iba a tocar a nosotros! – exclama Plácido – ¡La antigüedad es un grado!.
Las
imágenes que ilustran esta entrada son:
Un dibujo del que fuera faro de Gades
(Cádiz, España), grafito encontrado en el yacimiento de la factoría de salazones romana de la ciudad decana de Occidente, que puede verse en el Museo de Cádiz (esta foto es de una antigua postal del mismo) e in situ.
Y una foto de lo que queda del que fuera faro de Dubris (Dover,
Reino Unido). Ambos, Gades y Dubris fueron puertos clave, al sur y al norte, de las líneas marítimas por el Atlántico en época romana.